Trump apela al manual del autócrata en su guerra contra los datos que no le gustan

WASHINGTON.- En Washington hay una vieja regla que dice que cada cual tiene derecho a sus propias opiniones, pero no a sus propios hechos. El presidente Donald Trump parece decidido a demostrar lo contrario.

¿No te gusta el informe de inteligencia que contradice tu postura? Hay que perseguir al analista que lo dijo. ¿No te gustas las estimaciones de lo que costará tu programa impositivo? Inventá tus propios cálculos. ¿No te gustan las políticas sobre cambio climático de tu predecesor? Purgá los sitios de internet del Estado de todo dato que las refrende. ¿No te gusta una muestra de museo que menciona los juicios políticos que enfrentaste? Borrá toda mención a ellos.

La guerra de Trump contra los hechos alcanzó nuevas alturas el viernes, cuando echó de mala manera a la funcionaria del Departamento de Trabajo a cargo de las estadísticas de empleo porque no le gustó su último informe, que muestra que a la economía norteamericana no le va tan bien como el presidente dice. Trump disparó que las cifras de la funcionaria eran “un embuste”. ¿Sus pruebas? “Esa es mi opinión”. ¿Y la explicación que dio para sostener que la funcionaria tenía un sesgo político? Tampoco tenía base en ningún hecho.

El mensaje, sin embargo, era inequívoco: a partir de ahora, los funcionarios que manejan datos temen perder su trabajo si no se ponen en línea. Son científicos de carrera, analistas de inteligencia con amplia experiencia, y estadísticos imparciales que le han brindado a todos los presidentes, independientemente de su partido político, información neutral sobre innumerables asuntos, desde los patrones climáticos y la eficacia de las vacunas, y que ahora enfrentan una presión sin precedentes para ajustarse a la realidad alternativa impuesta por el presidente y su equipo.

Trump nunca ha sido particularmente fiel a los hechos: es de rutina que invente sus propios números, repita falsedades y teorías conspirativas incluso después de que son desacreditadas, y rebaje el concepto mismo de verificación de datos independiente. Pero desde que recuperó la Casa Blanca, sus esfuerzos para que el resto del Estado adopte su versión de la realidad exceden holgadamente los de su primer mandato, y los académicos dicen que se parece cada vez más a la forma en que buscan controlar la información los líderes autoritarios de otros países.

“No hay democracia real posible sin una infraestructura epistémica fiable”, señala Michael Patrick Lynch, autor del reciente libro On Truth in Politics (“Sobre la verdad en política”) y profesor de la Universidad de Connecticut.

“Los líderes antidemocráticos y autoritarios lo saben”, prosigue Lynch. “Por eso aprovechan cualquier oportunidad de controlar las fuentes de información. Como nos enseñó Bacon, el conocimiento es poder. Pero impedir o controlar el acceso al conocimiento también es poder”.

El filósofo británico Francis Bacon publicó sus meditaciones sobre la verdad y la naturaleza más de cuatro siglos antes de la llegada de Trump a Washington, pero la historia está llena de ejemplos de líderes que buscaron reprimir la información indeseada. Los soviéticos falsificaron datos para que su economía pareciera más sólida de lo que era, y desde hace tiempo se sospecha que los chinos están haciendo lo mismo. Y hace apenas tres años, el líder autocrático de Turquía echó al jefe de la oficina de estadísticas de su país por un informe que documentaba que una inflación desbocada.

Los asesores de Trump defendieron su decisión de despedir a la funcionaria del Departamento de Trabajo alegando que el presidente solo buscaba mayor precisión, y difundieron una lista de recientes estimaciones sobre el empleo que posteriormente habían debieron ser reajustadas. Si bien los ajustes de las estimaciones de creación de empleo son normales, desde el gobierno argumentaron sin pruebas que esos reajustes revelaban que en las estimaciones había un problema.

Los datos de la oficina “han sido históricamente inexactos y manejados por una persona totalmente incompetente”, declaró el sábado Taylor Rogers, vocero de la Casa Blanca. “El presidente Trump cree que las empresas, los hogares y los legisladores merecen datos precisos para tomar decisiones importantes, y él restaurará la confianza de Estados Unidos en esos datos claves”.

Imponer los hechos

Trump se ha dedicado toda la vida a imponer sus hechos, desde asegurar que la Trump Tower tiene 10 pisos más de los que realmente tiene hasta insistir en que era más rico de lo que realmente era. Incluso llegó a demandar por 5000 millones de dólares al periodista Timothy L. O’Brien por informar que el patrimonio neto de Trump era menor de lo que él sostenía. En esa causa, el entonces futuro presidente testificó que había determinado su patrimonio neto en base “a mis propios sentimientos personales”. (La demanda fue desestimada.)

Su escaso apego a los números y los hechos finalmente le pasó factura el año pasado, cuando fue declarado responsable de fraude en una causa civil cuyo juez determinó que Trump usó sus estados financieros anuales para estafar a los prestamistas y le ordenó pagar una cifra que con los intereses ya supera los 500 millones de dólares. Trump apeló la sentencia.

Durante su primer mandato como presidente, Trump reprendió al Servicio de Parques Nacionales por no respaldar su cálculo chapucero sobre la afluencia de público a su ceremonia de asunción. También usó un rotulador para alterar un mapa y así sostener que tenía razón al predecir que Alabama podría ser azotada por un huracán, y los meteorólogos federales fueron reprendidos por decir que no ocurriría.

Aún más explosiva fue su presión sobre los funcionarios del Departamento de Justicia para que declararan falsamente que las elecciones de 2020 estuvieron amañadas, y que por lo tanto le habían robado el triunfo, por más que le demostraran que no había prueba alguna de un fraude electoral generalizado.

“Situación peligrosa”

En este segundo mandato, sin embargo, Trump ha ido mucho más allá para imponerle su propia realidad al Estado y deshacerse de quienes se interponen en su camino. Apenas seis meses después de su regreso al cargo, el Sindicato de Científicos Preocupados, una agrupación civil sin fines de lucro, contabilizó 402 de lo que llamó “ataques a la ciencia federal”, casi el doble que durante todo su primer mandato.

Gretchen T. Goldman, presidenta del sindicato y exasesora científica del presidente Joe Biden, asegura que las agencias federales como la Oficina de Estadísticas Laborales, cuya directora fue despedido el viernes por Trump, fueron diseñadas para operar con la mayor independencia y así evitar la politización de la recopilación y presentación de datos. “Despedir a la máxima funcionaria de estadística es una señal muy clara para el resto de los funcionarios públicos de que se espera que comprometan su integridad científica para tener contento al presidente”, dice Goldman. “Esto nos lleva a una situación peligrosa, muy alejada de un gobierno responsable y anclado en la realidad”.

Desde enero, el equipo de Trump viene intentando manipular agresivamente la información que surge del gobierno federal si esta contradice al presidente. La principal asesora de Tulsi Gabbard, directora de inteligencia nacional de Trump, les ordenó a los analistas de inteligencia que reescriban una evaluación sobre la relación del gobierno venezolano con la pandilla Tren de Aragua que desmentía lo que había dicho el presidente. Más tarde Gabbard despidió a dos funcionarios de inteligencia porque, según ella, eran opositores a Trump.

Trump y sus aliados también fustigaron duramente a la Oficina de Presupuesto del Congreso (CBO), una entidad que es independiente del Poder Legislativo, por proyectar que su legislación fiscal y de gasto sumaría billones de dólares a la deuda nacional, y a continuación presentó sus propias cifras.

“Predigo que triplicaremos, cuadruplicaremos o incluso quintuplicaremos la cifra que con mala intención nos endilgaron”, escribió en las redes sociales Trump, en referencia al crecimiento que sería estimulado por los recortes de impuestos, y a continuación insistió que no costaría dinero. El mandatario calificó a la Oficina del Presupuesto de “estar inspirada y controlada por los demócratas”, a pesar de que es independiente y los republicanos tienen mayoría en ambas cámaras del Congreso.

En los últimos días, Trump ha intentado reescribir la historia de las elecciones de 2016, cuando según numerosos informes de inteligencia e investigaciones, incluso hechas por republicanos, Rusia interfirió en la campaña con el objetivo de ayudarlo a derrotar a Hillary Clinton. Gabbard publicó documentos que, según ella, demostraban que en realidad fue el presidente Barack Obama el que orquestó un “golpe de Estado y una conspiración artera contra Trump que duró años”, aunque los documentos que publicó no lo demostraban.

Los funcionarios públicos captaron la indirecta y ahora buscan eliminar referencias a temas como “diversidad” que pudieran ofender a Trump o a su equipo, y revisar la presentación de la historia que, en su opinión, podría perjudicar al país. Y desde que Trump le ordenó al Servicio de Parques que retirara o cubriera obras exhibidas en sus 433 sitios en todo el país que “menosprecian inapropiadamente a los norteamericanos”, los empleados de los parques ya han marcado para su posible eliminación exhibiciones sobre la esclavitud, el cambio climático y los nativos americanos.

La decisión del presidente de despedir a Erika McEntarfer, comisionada de la Oficina de Estadísticas Laborales, llegó pocas horas después de la publicación del informe mensual de su oficina, que mostraba que el crecimiento del empleo en julio fue solo la mitad del promedio del año pasado. La oficina también revisó a la baja la estimación de creación de empleo de los dos meses anteriores.

Ante la noticia, Trump estalló en cólera y ordenó que la echaran, afirmando en las redes sociales que las cifras estaban “MANIPULADAS para hacer quedar mal a los republicanos y a mí”. No ofreció ninguna prueba, simplemente dijo: “en mi opinión”. Tanto demócratas como republicanos criticaron la medida, incluyendo al jefe de estadísticas laborales de Trump durante su primer mandato, William W. Beach, que en las redes sociales manifestó que era “totalmente injustificado” y que sentaba “un peligroso precedente”.

“Trump quiere un mundo posfactual y se rodea de aduladores para que no lo desafíen con los hechos”, dice la exrepresentante Barbara Comstock, republicana por Virginia.

Pero echarle la culpa al mensajero, dice Comstoc ”no mejorará la economía“. ”La realidad es que la economía está peor, y no puede seguir sosteniendo que está mejor”, apunta Comstoc . “Joe Biden aprendió eso: lo que vive la gente es lo que vive la gente, por más que le digas lo contrario”.

Traducción de Jaime Arrambide

WASHINGTON.- En Washington hay una vieja regla que dice que cada cual tiene derecho a sus propias opiniones, pero no a sus propios hechos. El presidente Donald Trump parece decidido a demostrar lo contrario.

¿No te gusta el informe de inteligencia que contradice tu postura? Hay que perseguir al analista que lo dijo. ¿No te gustas las estimaciones de lo que costará tu programa impositivo? Inventá tus propios cálculos. ¿No te gustan las políticas sobre cambio climático de tu predecesor? Purgá los sitios de internet del Estado de todo dato que las refrende. ¿No te gusta una muestra de museo que menciona los juicios políticos que enfrentaste? Borrá toda mención a ellos.

La guerra de Trump contra los hechos alcanzó nuevas alturas el viernes, cuando echó de mala manera a la funcionaria del Departamento de Trabajo a cargo de las estadísticas de empleo porque no le gustó su último informe, que muestra que a la economía norteamericana no le va tan bien como el presidente dice. Trump disparó que las cifras de la funcionaria eran “un embuste”. ¿Sus pruebas? “Esa es mi opinión”. ¿Y la explicación que dio para sostener que la funcionaria tenía un sesgo político? Tampoco tenía base en ningún hecho.

El mensaje, sin embargo, era inequívoco: a partir de ahora, los funcionarios que manejan datos temen perder su trabajo si no se ponen en línea. Son científicos de carrera, analistas de inteligencia con amplia experiencia, y estadísticos imparciales que le han brindado a todos los presidentes, independientemente de su partido político, información neutral sobre innumerables asuntos, desde los patrones climáticos y la eficacia de las vacunas, y que ahora enfrentan una presión sin precedentes para ajustarse a la realidad alternativa impuesta por el presidente y su equipo.

Trump nunca ha sido particularmente fiel a los hechos: es de rutina que invente sus propios números, repita falsedades y teorías conspirativas incluso después de que son desacreditadas, y rebaje el concepto mismo de verificación de datos independiente. Pero desde que recuperó la Casa Blanca, sus esfuerzos para que el resto del Estado adopte su versión de la realidad exceden holgadamente los de su primer mandato, y los académicos dicen que se parece cada vez más a la forma en que buscan controlar la información los líderes autoritarios de otros países.

“No hay democracia real posible sin una infraestructura epistémica fiable”, señala Michael Patrick Lynch, autor del reciente libro On Truth in Politics (“Sobre la verdad en política”) y profesor de la Universidad de Connecticut.

“Los líderes antidemocráticos y autoritarios lo saben”, prosigue Lynch. “Por eso aprovechan cualquier oportunidad de controlar las fuentes de información. Como nos enseñó Bacon, el conocimiento es poder. Pero impedir o controlar el acceso al conocimiento también es poder”.

El filósofo británico Francis Bacon publicó sus meditaciones sobre la verdad y la naturaleza más de cuatro siglos antes de la llegada de Trump a Washington, pero la historia está llena de ejemplos de líderes que buscaron reprimir la información indeseada. Los soviéticos falsificaron datos para que su economía pareciera más sólida de lo que era, y desde hace tiempo se sospecha que los chinos están haciendo lo mismo. Y hace apenas tres años, el líder autocrático de Turquía echó al jefe de la oficina de estadísticas de su país por un informe que documentaba que una inflación desbocada.

Los asesores de Trump defendieron su decisión de despedir a la funcionaria del Departamento de Trabajo alegando que el presidente solo buscaba mayor precisión, y difundieron una lista de recientes estimaciones sobre el empleo que posteriormente habían debieron ser reajustadas. Si bien los ajustes de las estimaciones de creación de empleo son normales, desde el gobierno argumentaron sin pruebas que esos reajustes revelaban que en las estimaciones había un problema.

Los datos de la oficina “han sido históricamente inexactos y manejados por una persona totalmente incompetente”, declaró el sábado Taylor Rogers, vocero de la Casa Blanca. “El presidente Trump cree que las empresas, los hogares y los legisladores merecen datos precisos para tomar decisiones importantes, y él restaurará la confianza de Estados Unidos en esos datos claves”.

Imponer los hechos

Trump se ha dedicado toda la vida a imponer sus hechos, desde asegurar que la Trump Tower tiene 10 pisos más de los que realmente tiene hasta insistir en que era más rico de lo que realmente era. Incluso llegó a demandar por 5000 millones de dólares al periodista Timothy L. O’Brien por informar que el patrimonio neto de Trump era menor de lo que él sostenía. En esa causa, el entonces futuro presidente testificó que había determinado su patrimonio neto en base “a mis propios sentimientos personales”. (La demanda fue desestimada.)

Su escaso apego a los números y los hechos finalmente le pasó factura el año pasado, cuando fue declarado responsable de fraude en una causa civil cuyo juez determinó que Trump usó sus estados financieros anuales para estafar a los prestamistas y le ordenó pagar una cifra que con los intereses ya supera los 500 millones de dólares. Trump apeló la sentencia.

Durante su primer mandato como presidente, Trump reprendió al Servicio de Parques Nacionales por no respaldar su cálculo chapucero sobre la afluencia de público a su ceremonia de asunción. También usó un rotulador para alterar un mapa y así sostener que tenía razón al predecir que Alabama podría ser azotada por un huracán, y los meteorólogos federales fueron reprendidos por decir que no ocurriría.

Aún más explosiva fue su presión sobre los funcionarios del Departamento de Justicia para que declararan falsamente que las elecciones de 2020 estuvieron amañadas, y que por lo tanto le habían robado el triunfo, por más que le demostraran que no había prueba alguna de un fraude electoral generalizado.

“Situación peligrosa”

En este segundo mandato, sin embargo, Trump ha ido mucho más allá para imponerle su propia realidad al Estado y deshacerse de quienes se interponen en su camino. Apenas seis meses después de su regreso al cargo, el Sindicato de Científicos Preocupados, una agrupación civil sin fines de lucro, contabilizó 402 de lo que llamó “ataques a la ciencia federal”, casi el doble que durante todo su primer mandato.

Gretchen T. Goldman, presidenta del sindicato y exasesora científica del presidente Joe Biden, asegura que las agencias federales como la Oficina de Estadísticas Laborales, cuya directora fue despedido el viernes por Trump, fueron diseñadas para operar con la mayor independencia y así evitar la politización de la recopilación y presentación de datos. “Despedir a la máxima funcionaria de estadística es una señal muy clara para el resto de los funcionarios públicos de que se espera que comprometan su integridad científica para tener contento al presidente”, dice Goldman. “Esto nos lleva a una situación peligrosa, muy alejada de un gobierno responsable y anclado en la realidad”.

Desde enero, el equipo de Trump viene intentando manipular agresivamente la información que surge del gobierno federal si esta contradice al presidente. La principal asesora de Tulsi Gabbard, directora de inteligencia nacional de Trump, les ordenó a los analistas de inteligencia que reescriban una evaluación sobre la relación del gobierno venezolano con la pandilla Tren de Aragua que desmentía lo que había dicho el presidente. Más tarde Gabbard despidió a dos funcionarios de inteligencia porque, según ella, eran opositores a Trump.

Trump y sus aliados también fustigaron duramente a la Oficina de Presupuesto del Congreso (CBO), una entidad que es independiente del Poder Legislativo, por proyectar que su legislación fiscal y de gasto sumaría billones de dólares a la deuda nacional, y a continuación presentó sus propias cifras.

“Predigo que triplicaremos, cuadruplicaremos o incluso quintuplicaremos la cifra que con mala intención nos endilgaron”, escribió en las redes sociales Trump, en referencia al crecimiento que sería estimulado por los recortes de impuestos, y a continuación insistió que no costaría dinero. El mandatario calificó a la Oficina del Presupuesto de “estar inspirada y controlada por los demócratas”, a pesar de que es independiente y los republicanos tienen mayoría en ambas cámaras del Congreso.

En los últimos días, Trump ha intentado reescribir la historia de las elecciones de 2016, cuando según numerosos informes de inteligencia e investigaciones, incluso hechas por republicanos, Rusia interfirió en la campaña con el objetivo de ayudarlo a derrotar a Hillary Clinton. Gabbard publicó documentos que, según ella, demostraban que en realidad fue el presidente Barack Obama el que orquestó un “golpe de Estado y una conspiración artera contra Trump que duró años”, aunque los documentos que publicó no lo demostraban.

Los funcionarios públicos captaron la indirecta y ahora buscan eliminar referencias a temas como “diversidad” que pudieran ofender a Trump o a su equipo, y revisar la presentación de la historia que, en su opinión, podría perjudicar al país. Y desde que Trump le ordenó al Servicio de Parques que retirara o cubriera obras exhibidas en sus 433 sitios en todo el país que “menosprecian inapropiadamente a los norteamericanos”, los empleados de los parques ya han marcado para su posible eliminación exhibiciones sobre la esclavitud, el cambio climático y los nativos americanos.

La decisión del presidente de despedir a Erika McEntarfer, comisionada de la Oficina de Estadísticas Laborales, llegó pocas horas después de la publicación del informe mensual de su oficina, que mostraba que el crecimiento del empleo en julio fue solo la mitad del promedio del año pasado. La oficina también revisó a la baja la estimación de creación de empleo de los dos meses anteriores.

Ante la noticia, Trump estalló en cólera y ordenó que la echaran, afirmando en las redes sociales que las cifras estaban “MANIPULADAS para hacer quedar mal a los republicanos y a mí”. No ofreció ninguna prueba, simplemente dijo: “en mi opinión”. Tanto demócratas como republicanos criticaron la medida, incluyendo al jefe de estadísticas laborales de Trump durante su primer mandato, William W. Beach, que en las redes sociales manifestó que era “totalmente injustificado” y que sentaba “un peligroso precedente”.

“Trump quiere un mundo posfactual y se rodea de aduladores para que no lo desafíen con los hechos”, dice la exrepresentante Barbara Comstock, republicana por Virginia.

Pero echarle la culpa al mensajero, dice Comstoc ”no mejorará la economía“. ”La realidad es que la economía está peor, y no puede seguir sosteniendo que está mejor”, apunta Comstoc . “Joe Biden aprendió eso: lo que vive la gente es lo que vive la gente, por más que le digas lo contrario”.

Traducción de Jaime Arrambide

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