Con Matías Abaldo, Independiente fue más que River, pero Franco Armani le ahogó los goles que mereció

Roces, piernas fuertes, dientes apretados y corazones a mil por hora. El potrero tiene características propias, quizás poco vistosas, aunque atractivas. Independiente y River brindaron uno de esos duelos que ofrece el fútbol actual, con 20 jugadores encerrados en una franja de 30 metros, sin espacios ni desatenciones –también, sin precisión– para no prestarse continuamente la pelota entre los dos equipos. Faltaron los goles, y tampoco existieron muchas ocasiones para gritarlos, aunque bastantes más del lado del Rojo, merecedor de un mejor resultado después de convertir a Franco Armani en la figura de la noche.

La necesidad, afirman, tiene cara de hereje. Independiente afrontó el clásico con acumulación de necesidades: recuperar la confianza, levantar el nivel de juego, salir del fondo de la tabla, volver al triunfo, y sobre todo, lograr una potencia ofensiva que ha sido la mayor carencia en todo el año y, de alguna manera, resume todos los problemas citados. Buscando una solución, Julio Vaccari apeló a lo que a priori en los códigos futboleros se considera una herejía.

Matías Abaldo, de 21 años, uruguayo que fue campeón mundial sub 20 y registra un breve pasado en Gimnasia, vivía un presente silencioso en Defensor Sporting, en el que se rehabilitaba de un bache psiquiátrico. Realizó apenas dos entrenamientos en Villa Dominico, pero eso le alcanzó al director técnico para darle la titularidad. Una sorpresa mayúscula, porque implicó dejar fuera de una sola tacada a Gabriel Ávalos, dueño del puesto de 9, y a Ignacio Pussetto, en teoría fichado para ser su alternativa.

Bastaron 45 minutos para entender las razones para una apuesta tan arriesgada sobre el césped como puertas adentro del vestuario: se reflejó en el funcionamiento y el ánimo general del equipo. Abaldo contrarrestó desde el primer minuto una carencia crónica y aun más evidente en los últimos partidos: la falta de un delantero movedizo, que no otorgue referencias a los defensores centrales rivales.

Contó en favor con una ventaja inesperada: una inflamación de rodilla dejó fuera de combate al chileno Paulo Díaz. El juvenil Lautaro Rivero ocupó su lugar, y la defensa de River nunca dio sensación de solidez. Para colmo, sobre el filo de la primera mitad perdió a Germán Pezzella en un encontronazo con Walter Mazzanti, y el ingreso de Sebastián Boselli acabó armando una pareja de centrales inexperta sin antecedentes de juego en común.

PEZZELLA consolado por sus compañeros en el banco de River 🫂

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— TNT Sports Argentina (@TNTSportsAR) August 9, 2025

No fue este, sin embargo, un único ni el principal problema que padeció el conjunto millonario en una primera mitad en la que se vio arrastrado a la “guerra de guerrillas” que le planteó el local en la zona central y para la que no tuvo más respuesta que no achicarse, aunque eso implicase desdibujar por completo su fisonomía. No hubo presión alta, asociación colectiva, salida limpia desde el fondo ni, mucho menos, posibilidad de elaborar un contragolpe con una mínima opción de éxito.

Debió aguardar River a que el cansancio empezara a aquietar el ánimo del local en los 20 minutos finales para que con las entradas de Juanfer Quintero y Giuliano Galoppo consiguiera sacudirse la incomodidad. Los toques cortos y siempre precisos del colombiano desactivaron en varias ocasiones la presión de los volantes del Rojo, y el respiro incluso le permitió al visitante asomarse un par de veces a los dominios de Rodrigo Rey. Hubo un remate de Matías Galarza Fonda que detuvo abajo el arquero, un gol bien anulado por fuera de juego a Miguel Borja (antes, también la bandera levantada de un asistente había ahogado un grito de Mazzanti) y una media vuelta del colombiano que se fue alta.

Contagiado por el espíritu de Abaldo, Independiente recuperó parte de lo que había extraviado desde el fin del torneo Apertura. No tanto en la fluidez con la pelota, sí en el esfuerzo combativo para no perder duelos individuales que se convirtieran en posteriores acciones de riesgo contra su arco. Felipe Loyola se pareció bastante más a sí mismo, bien acompañado por Rodrigo Fernández Cedrés, y el fondo se sintió más protegido.

El uruguayo, además, participó en casi todas las llegadas a fondo de los suyos. Remató débil tras una buena combinación con Mazzanti a los 31 minutos, puso al ex atacante de Huracán mano a mano con Armani a los 40 (ganó el arquero con las piernas) y asistió de cabeza a Santiago Montiel a los 5 de la segunda parte. El espectacular zurdazo del número 7 cayó de golpe, rozó el travesaño y se fue a la red, pero Abaldo estaba un palmo adelantado y anuló la maniobra. Las otras dos del Rojo tuvieron como protagonista a Luciano Cabral. Mazzanti controló mal una cortada del 10 facilitando un cruce de Armani, y el arquero le sacó con la pierna izquierda un remate desde el área chica.

Compacto de Independiente 0 vs. River 0

Ofreció una imagen pálida River –se diría que incluso preocupante– para dar por bueno el 0 a 0. Volvió a levantar a su gente Independiente, pese a sumar su tercer partido sin marcar y seguir en el fondo de las posiciones. Lo empujó la necesidad, lo ayudó su director técnico. Esta vez, pudo mostrar que su aparente “herejía” tenía fundamentos sólidos. Le faltó una pizca de suerte para coronarlo con la victoria que su equipo procuró, mereció y no supo encontrar.

Roces, piernas fuertes, dientes apretados y corazones a mil por hora. El potrero tiene características propias, quizás poco vistosas, aunque atractivas. Independiente y River brindaron uno de esos duelos que ofrece el fútbol actual, con 20 jugadores encerrados en una franja de 30 metros, sin espacios ni desatenciones –también, sin precisión– para no prestarse continuamente la pelota entre los dos equipos. Faltaron los goles, y tampoco existieron muchas ocasiones para gritarlos, aunque bastantes más del lado del Rojo, merecedor de un mejor resultado después de convertir a Franco Armani en la figura de la noche.

La necesidad, afirman, tiene cara de hereje. Independiente afrontó el clásico con acumulación de necesidades: recuperar la confianza, levantar el nivel de juego, salir del fondo de la tabla, volver al triunfo, y sobre todo, lograr una potencia ofensiva que ha sido la mayor carencia en todo el año y, de alguna manera, resume todos los problemas citados. Buscando una solución, Julio Vaccari apeló a lo que a priori en los códigos futboleros se considera una herejía.

Matías Abaldo, de 21 años, uruguayo que fue campeón mundial sub 20 y registra un breve pasado en Gimnasia, vivía un presente silencioso en Defensor Sporting, en el que se rehabilitaba de un bache psiquiátrico. Realizó apenas dos entrenamientos en Villa Dominico, pero eso le alcanzó al director técnico para darle la titularidad. Una sorpresa mayúscula, porque implicó dejar fuera de una sola tacada a Gabriel Ávalos, dueño del puesto de 9, y a Ignacio Pussetto, en teoría fichado para ser su alternativa.

Bastaron 45 minutos para entender las razones para una apuesta tan arriesgada sobre el césped como puertas adentro del vestuario: se reflejó en el funcionamiento y el ánimo general del equipo. Abaldo contrarrestó desde el primer minuto una carencia crónica y aun más evidente en los últimos partidos: la falta de un delantero movedizo, que no otorgue referencias a los defensores centrales rivales.

Contó en favor con una ventaja inesperada: una inflamación de rodilla dejó fuera de combate al chileno Paulo Díaz. El juvenil Lautaro Rivero ocupó su lugar, y la defensa de River nunca dio sensación de solidez. Para colmo, sobre el filo de la primera mitad perdió a Germán Pezzella en un encontronazo con Walter Mazzanti, y el ingreso de Sebastián Boselli acabó armando una pareja de centrales inexperta sin antecedentes de juego en común.

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No fue este, sin embargo, un único ni el principal problema que padeció el conjunto millonario en una primera mitad en la que se vio arrastrado a la “guerra de guerrillas” que le planteó el local en la zona central y para la que no tuvo más respuesta que no achicarse, aunque eso implicase desdibujar por completo su fisonomía. No hubo presión alta, asociación colectiva, salida limpia desde el fondo ni, mucho menos, posibilidad de elaborar un contragolpe con una mínima opción de éxito.

Debió aguardar River a que el cansancio empezara a aquietar el ánimo del local en los 20 minutos finales para que con las entradas de Juanfer Quintero y Giuliano Galoppo consiguiera sacudirse la incomodidad. Los toques cortos y siempre precisos del colombiano desactivaron en varias ocasiones la presión de los volantes del Rojo, y el respiro incluso le permitió al visitante asomarse un par de veces a los dominios de Rodrigo Rey. Hubo un remate de Matías Galarza Fonda que detuvo abajo el arquero, un gol bien anulado por fuera de juego a Miguel Borja (antes, también la bandera levantada de un asistente había ahogado un grito de Mazzanti) y una media vuelta del colombiano que se fue alta.

Contagiado por el espíritu de Abaldo, Independiente recuperó parte de lo que había extraviado desde el fin del torneo Apertura. No tanto en la fluidez con la pelota, sí en el esfuerzo combativo para no perder duelos individuales que se convirtieran en posteriores acciones de riesgo contra su arco. Felipe Loyola se pareció bastante más a sí mismo, bien acompañado por Rodrigo Fernández Cedrés, y el fondo se sintió más protegido.

El uruguayo, además, participó en casi todas las llegadas a fondo de los suyos. Remató débil tras una buena combinación con Mazzanti a los 31 minutos, puso al ex atacante de Huracán mano a mano con Armani a los 40 (ganó el arquero con las piernas) y asistió de cabeza a Santiago Montiel a los 5 de la segunda parte. El espectacular zurdazo del número 7 cayó de golpe, rozó el travesaño y se fue a la red, pero Abaldo estaba un palmo adelantado y anuló la maniobra. Las otras dos del Rojo tuvieron como protagonista a Luciano Cabral. Mazzanti controló mal una cortada del 10 facilitando un cruce de Armani, y el arquero le sacó con la pierna izquierda un remate desde el área chica.

Compacto de Independiente 0 vs. River 0

Ofreció una imagen pálida River –se diría que incluso preocupante– para dar por bueno el 0 a 0. Volvió a levantar a su gente Independiente, pese a sumar su tercer partido sin marcar y seguir en el fondo de las posiciones. Lo empujó la necesidad, lo ayudó su director técnico. Esta vez, pudo mostrar que su aparente “herejía” tenía fundamentos sólidos. Le faltó una pizca de suerte para coronarlo con la victoria que su equipo procuró, mereció y no supo encontrar.

 Julio Vaccari tomó una decisión arriesgada para el vestuario pero que dio resultado en el juego; la tarea millonaria fue casi preocupante  Read More