MIAMI.- (Enviado especial). La eliminación de Boca en el Mundial de Clubes fue un golpe de efecto que barrió con cualquier atisbo de ilusión. No sólo por el resultado final, sino por la forma. Si bien el equipo mostró señales positivas frente a Benfica y, al menos desde el resultado, también ante el poderoso Bayern Múnich, el empate 1-1 ante Auckland City -un equipo amateur de Nueva Zelanda- dejó una sensación demoledora.
El torneo que prometía ser una oportunidad para medirse ante los grandes del mundo terminó dejando un sabor amargo. Miguel Ángel Russo había llegado con el desafío de preparar un equipo competitivo en tiempo récord. Ahora, con más margen y 18 días por delante hasta el debut frente a Argentinos Juniors en La Paternal, el técnico por fin tendrá tiempo real para empezar su trabajo. Aunque Boca permanecerá hasta este jueves en Miami por cuestiones logísticas, Russo ya tiene tarea para casa.
El entrenador reconoció que hubo aspectos que le gustaron y otros que no. Valoró la entrega del equipo y rescató la imagen que dejó ante Benfica, pero lo ocurrido contra Auckland City fue, en sus palabras, “todo lo contrario” a lo que él pretende. Boca lució previsible, lento, sin variantes, con una alarmante falta de cambio de ritmo. Y, sobre todo, con una repetición excesiva de centros: 82 envíos al área, casi uno por minuto. La idea original era buscar juego interior y desbordes puntuales, pero el equipo se volvió monótono, sin ingenio ni desequilibrio. Debía golear, pero no sólo no ganó: firmó uno de los papelones internacionales más groseros de su historia. El golpe, entonces, no sólo dejó una mala imagen: también encendió señales de alarma que obligan al entrenador a tomar decisiones de fondo.
El primer paso de Russo será depurar el plantel. Boca llevó 35 jugadores a Estados Unidos, pero solo utilizó 20, y apenas 16 como titulares. Muchos viajaron sabiendo que no iban a jugar, y otros directamente ya tienen un pie afuera. Sin Copa Libertadores ni Sudamericana hasta 2026, la idea es trabajar con un grupo más reducido para afrontar la Liga Profesional y la Copa Argentina.
Futbolistas como Frank Fabra, Marcos Rojo, Sergio Romero y Marcelo Saracchi podrían buscar nuevos destinos. Incluso Exequiel Zeballos, a pesar de su flojísimo ingreso ante Auckland, con malas decisiones y una nueva lesión muscular que lo marginará varias semanas, es uno de los jugadores apuntados a una posible venta. Y aunque fue titular en el Mundial de Clubes, Luis Advíncula también podría salir si llega una oferta que le cierre al club y al jugador.
A eso se suma una posible superpoblación en la mitad de la cancha si se concreta la llegada de Leandro Paredes: junto a Ander Herrera, Tomás Belmonte, Williams Alarcón y Milton Delgado, alguien deberá emigrar.
Otro punto clave es el vestuario. Russo sabe que, además de lo futbolístico, hay situaciones internas que resolver. El caso de Marcos Rojo es simbólico: con contrato hasta diciembre y sin renovación a la vista, igual fue convocado al Mundial de Clubes, en parte porque Ayrton Costa no tenía visa y Marco Pellegrino llegó lesionado. Pero una vez resuelta la situación de Costa, Rojo quedó como tercera opción y su fastidio fue evidente. Quedó relegado y nunca fue prioridad. A su regreso a Buenos Aires, Boca y el jugador deberán definir una salida que parece inevitable.
No fue casual que Miguel Merentiel haya sido el capitán ante la ausencia de Edinson Cavani. La Bestia encarna al futbolista ideal para Russo: profesional, comprometido, criterioso, hincha del club y con buena imagen ante la prensa. Es el tipo de jugador que el DT quiere tener cerca, alguien siempre disponible, que aporta dentro y fuera de la cancha. Por eso, su deseo es retenerlo como sea, aunque será difícil después del gran Mundial de Clubes que tuvo, con goles a Benfica y Bayern.
Si bien Russo suele apoyarse en los referentes, también sabe que tener demasiados caciques sin lugar puede generar roces innecesarios. Por eso, cree que llegó el momento de hacer espacio. De todos modos, cada decisión será consensuada con Juan Román Riquelme, que suele tener la última palabra.
En las primeras charlas tras asumir, Russo pidió al menos un volante de vocación ofensiva y un extremo. Por ahora llegaron un central (Pellegrino) y un volante por afuera (Malcom Braida). Pero el foco del entrenador está en renovar el ataque. Boca cuenta con jugadores creativos como Kevin Zenón, Carlos Palacios y Alan Velasco, pero el DT pretende sumar un jugador más vertical, que rompa líneas en tres cuartos y se imponga en el uno contra uno.
Un nombre que suena fuerte es el de Marcelino Moreno, el enganche de Lanús. Tal vez no sea él el elegido finalmente, pero sí representa el prototipo de futbolista desequilibrante y con gol que busca Russo para potenciar el equipo.
Con ese diagnóstico en la mano, el entrenador ahora buscará definir su idea de juego. Ya evaluó a los jugadores y sabe con qué puede contar y qué refuerzos podrían llegar. Cuando habla de formas, habla de eso: de un equipo que sepa a qué juega, que tenga un plan claro y lo respete. Cuenta con el respaldo de Riquelme para armar un plantel competitivo, con la mira puesta en volver a consagrarse en el ámbito local y regresar a la Copa Libertadores.
Uno de los cambios ya visibles fue en la preparación física, a cargo de Adrián Gerónimo, quien acompañó al técnico en su paso por San Lorenzo. A pesar del ritmo y las exigencias del torneo, Boca se mostró físicamente más entero que en ciclos anteriores, incluso bajo el calor sofocante del verano estadounidense. Sin embargo, Russo sigue preocupado por la cantidad de lesiones musculares. No solo en jugadores experimentados como Herrera o Cavani, sino también en futbolistas jóvenes, lo que indica que hay aspectos físicos por mejorar.
Para Russo, todo empieza en la cabeza. Cuando volvió en su segundo ciclo, Boca arrancó con un pobre empate ante Independiente, marcado por una expulsión en el primer tiempo, pero logró convencer a los jugadores de que podían salir campeones. Y así fue, en una definición infartante con River. Por eso, quiere que sus futbolistas entiendan lo que significa jugar en Boca y que cada partido sea una final. Esa actitud, que se vio contra Benfica y Bayern, faltó en el partido decisivo. Aunque hubo factores externos como el calor, la desmotivación y la tormenta eléctrica, Russo sostiene que la actitud no se negocia, y que el temple no puede faltar.
Su objetivo, en definitiva, es tener un grupo alineado. En lo físico, lo emocional y lo táctico. Que los mensajes no dependan de su presencia al costado del campo, sino que fluyan desde adentro, con líderes positivos y comprometidos. A esta altura, Russo ya no necesita estar gritando todo el tiempo: prefiere trabajar con calma, convencer y construir. No hay tiempo que perder si Boca quiere recuperar el protagonismo y que el gran arranque en el Mundial de Clubes, luego tirado por la borda, no haya sido solo un espejismo. Y que nunca más se repita una actuación como ante Auckland City.
MIAMI.- (Enviado especial). La eliminación de Boca en el Mundial de Clubes fue un golpe de efecto que barrió con cualquier atisbo de ilusión. No sólo por el resultado final, sino por la forma. Si bien el equipo mostró señales positivas frente a Benfica y, al menos desde el resultado, también ante el poderoso Bayern Múnich, el empate 1-1 ante Auckland City -un equipo amateur de Nueva Zelanda- dejó una sensación demoledora.
El torneo que prometía ser una oportunidad para medirse ante los grandes del mundo terminó dejando un sabor amargo. Miguel Ángel Russo había llegado con el desafío de preparar un equipo competitivo en tiempo récord. Ahora, con más margen y 18 días por delante hasta el debut frente a Argentinos Juniors en La Paternal, el técnico por fin tendrá tiempo real para empezar su trabajo. Aunque Boca permanecerá hasta este jueves en Miami por cuestiones logísticas, Russo ya tiene tarea para casa.
El entrenador reconoció que hubo aspectos que le gustaron y otros que no. Valoró la entrega del equipo y rescató la imagen que dejó ante Benfica, pero lo ocurrido contra Auckland City fue, en sus palabras, “todo lo contrario” a lo que él pretende. Boca lució previsible, lento, sin variantes, con una alarmante falta de cambio de ritmo. Y, sobre todo, con una repetición excesiva de centros: 82 envíos al área, casi uno por minuto. La idea original era buscar juego interior y desbordes puntuales, pero el equipo se volvió monótono, sin ingenio ni desequilibrio. Debía golear, pero no sólo no ganó: firmó uno de los papelones internacionales más groseros de su historia. El golpe, entonces, no sólo dejó una mala imagen: también encendió señales de alarma que obligan al entrenador a tomar decisiones de fondo.
El primer paso de Russo será depurar el plantel. Boca llevó 35 jugadores a Estados Unidos, pero solo utilizó 20, y apenas 16 como titulares. Muchos viajaron sabiendo que no iban a jugar, y otros directamente ya tienen un pie afuera. Sin Copa Libertadores ni Sudamericana hasta 2026, la idea es trabajar con un grupo más reducido para afrontar la Liga Profesional y la Copa Argentina.
Futbolistas como Frank Fabra, Marcos Rojo, Sergio Romero y Marcelo Saracchi podrían buscar nuevos destinos. Incluso Exequiel Zeballos, a pesar de su flojísimo ingreso ante Auckland, con malas decisiones y una nueva lesión muscular que lo marginará varias semanas, es uno de los jugadores apuntados a una posible venta. Y aunque fue titular en el Mundial de Clubes, Luis Advíncula también podría salir si llega una oferta que le cierre al club y al jugador.
A eso se suma una posible superpoblación en la mitad de la cancha si se concreta la llegada de Leandro Paredes: junto a Ander Herrera, Tomás Belmonte, Williams Alarcón y Milton Delgado, alguien deberá emigrar.
Otro punto clave es el vestuario. Russo sabe que, además de lo futbolístico, hay situaciones internas que resolver. El caso de Marcos Rojo es simbólico: con contrato hasta diciembre y sin renovación a la vista, igual fue convocado al Mundial de Clubes, en parte porque Ayrton Costa no tenía visa y Marco Pellegrino llegó lesionado. Pero una vez resuelta la situación de Costa, Rojo quedó como tercera opción y su fastidio fue evidente. Quedó relegado y nunca fue prioridad. A su regreso a Buenos Aires, Boca y el jugador deberán definir una salida que parece inevitable.
No fue casual que Miguel Merentiel haya sido el capitán ante la ausencia de Edinson Cavani. La Bestia encarna al futbolista ideal para Russo: profesional, comprometido, criterioso, hincha del club y con buena imagen ante la prensa. Es el tipo de jugador que el DT quiere tener cerca, alguien siempre disponible, que aporta dentro y fuera de la cancha. Por eso, su deseo es retenerlo como sea, aunque será difícil después del gran Mundial de Clubes que tuvo, con goles a Benfica y Bayern.
Si bien Russo suele apoyarse en los referentes, también sabe que tener demasiados caciques sin lugar puede generar roces innecesarios. Por eso, cree que llegó el momento de hacer espacio. De todos modos, cada decisión será consensuada con Juan Román Riquelme, que suele tener la última palabra.
En las primeras charlas tras asumir, Russo pidió al menos un volante de vocación ofensiva y un extremo. Por ahora llegaron un central (Pellegrino) y un volante por afuera (Malcom Braida). Pero el foco del entrenador está en renovar el ataque. Boca cuenta con jugadores creativos como Kevin Zenón, Carlos Palacios y Alan Velasco, pero el DT pretende sumar un jugador más vertical, que rompa líneas en tres cuartos y se imponga en el uno contra uno.
Un nombre que suena fuerte es el de Marcelino Moreno, el enganche de Lanús. Tal vez no sea él el elegido finalmente, pero sí representa el prototipo de futbolista desequilibrante y con gol que busca Russo para potenciar el equipo.
Con ese diagnóstico en la mano, el entrenador ahora buscará definir su idea de juego. Ya evaluó a los jugadores y sabe con qué puede contar y qué refuerzos podrían llegar. Cuando habla de formas, habla de eso: de un equipo que sepa a qué juega, que tenga un plan claro y lo respete. Cuenta con el respaldo de Riquelme para armar un plantel competitivo, con la mira puesta en volver a consagrarse en el ámbito local y regresar a la Copa Libertadores.
Uno de los cambios ya visibles fue en la preparación física, a cargo de Adrián Gerónimo, quien acompañó al técnico en su paso por San Lorenzo. A pesar del ritmo y las exigencias del torneo, Boca se mostró físicamente más entero que en ciclos anteriores, incluso bajo el calor sofocante del verano estadounidense. Sin embargo, Russo sigue preocupado por la cantidad de lesiones musculares. No solo en jugadores experimentados como Herrera o Cavani, sino también en futbolistas jóvenes, lo que indica que hay aspectos físicos por mejorar.
Para Russo, todo empieza en la cabeza. Cuando volvió en su segundo ciclo, Boca arrancó con un pobre empate ante Independiente, marcado por una expulsión en el primer tiempo, pero logró convencer a los jugadores de que podían salir campeones. Y así fue, en una definición infartante con River. Por eso, quiere que sus futbolistas entiendan lo que significa jugar en Boca y que cada partido sea una final. Esa actitud, que se vio contra Benfica y Bayern, faltó en el partido decisivo. Aunque hubo factores externos como el calor, la desmotivación y la tormenta eléctrica, Russo sostiene que la actitud no se negocia, y que el temple no puede faltar.
Su objetivo, en definitiva, es tener un grupo alineado. En lo físico, lo emocional y lo táctico. Que los mensajes no dependan de su presencia al costado del campo, sino que fluyan desde adentro, con líderes positivos y comprometidos. A esta altura, Russo ya no necesita estar gritando todo el tiempo: prefiere trabajar con calma, convencer y construir. No hay tiempo que perder si Boca quiere recuperar el protagonismo y que el gran arranque en el Mundial de Clubes, luego tirado por la borda, no haya sido solo un espejismo. Y que nunca más se repita una actuación como ante Auckland City.
El DT sabe que le sobran jugadores y que precisa renovación en el plantel; “La actitud no se negocia”, repite Read More