En un mundo de locos, el distinto es Javi

Leí en algún lado que allá por los años 60 del siglo pasado hizo furor la película El mundo está loco, loco, loco. Protagonizada por Spencer Tracy y Mickey Rooney, entre muchas otras estrellas, duraba más de tres horas y dicen que no podías parar de reírte. Sin ánimo de ofender a nadie –mucho menos a los que se van a sentir legítimamente ofendidos–, me reí tres días del fallo de la amiga Loretta Preska, la jueza de Nueva York que parece estar, como aquel mundo hollywoodiano, chapita, chapita, chapita. Más o menos sostiene esto: “Argentinos, catrascas, en el caso YPF no dejaron desastre por hacer. Ahora, a completar el crimen: violando sus leyes y cargándose la Constitución, entreguen la empresa. ¿Plazo? Dos semanas. Bueno, OK, 15 días”. Alerta roja en la sede central, en Puerto Madero: en cualquier momento desembarcan los marines. Por cierto, toda nuestra comprensión y buena onda con la jueza, que evidentemente ha querido estar a la altura de esta historia dantesca. Néstor, los Eskenazi, Brufau, Zannini y, por supuesto, Cris y Kichi pedían a gritos un final que no desmereciera sus actuaciones. Es un tributo a la simetría la disparatada sentencia de Preska. ¡Epa! No me había dado cuenta. Preska. Eska. Es K. The end.

Una broma, su señoría. La sabemos republicana y funcionaria honestísima, lo cual está lejos de rimar con abogada exitosa. Solo podría encontrarse un ADN común en eso de ir por todo sin importarle nada. Con su permiso, quiero recordar a la platea cómo empezó el espectáculo. A mediados de 2007, Néstor convocó a Olivos a los Eskenazi, a quienes 10 años antes les había vendido el Banco de Santa Cruz por 10 millones de dólares (no hay caso: siempre me entero tarde de esas gangas). “Muchachos, les tengo otra oferta irresistible: comprar parte de YPF sin poner un mango”. Respuesta: “¿Dónde firmamos?”. Se estaban por ir, frotándose las manos, cuando Néstor los frenó: “Esperen, no tanto puro. Ahora hablemos de plata”.

Los Eskenazi constituyeron dos empresas en España, las hermanitas Petersen, y se hicieron del 15% de la petrolera –o de lo que quedaba de ella, porque los españoles se estaban llevando hasta el papel higiénico–; después, en 2011, de un 10% más. En ambos casos, pagaron con dinero que les prestó Repsol, dueña de YPF. Rareza del mercado: Brufau, presidente de Repsol, había resultado un catalán desprendido al que le daba igual ganar que perder. Lilita Carrió, cuándo no, olió feo y puso una denuncia. Tuvo suerte: cayó en el juzgado de Lijo, que desde entonces dedica 4 o 5 horas por día a estudiar el expediente; de hecho, renunció a ir a la Corte para poder seguir investigando. A Lilita la catalogan de inestable y en esto resultó la más cuerda de todas; es cierto, competía con un grupete de perturbados de las grandes ligas.

Cris, que por entonces era presidenta, no solía meterse con los business de Néstorman; sí con los dividendos. Pero Néstorman pasó a la eternidad y a la viuda le estalló el conflicto de una empresa que iba a los tumbos. Por fortuna, lo que Dios te quita, Dios te lo repone. Aparece allí la grácil figura de Kicillof, un profesor de economía de la UBA, marxistón de poca monta, que venía de ponerle cuerpo y alma al monstruoso endeudamiento, by La Cámpora, de Aerolíneas Argentinas. “Es el hombre”, dijo la presi, matriz de lujo: parió a Máximo, pero también a Aníbal Fernández como candidato a gobernador de Buenos Aires, a Boudou vice, Lousteau ministro de Yuyos y su último gran hallazgo, Alberto. Le encargó a Kichi, segundo de Economía, la estatización de YPF. Kichi sobresalía –es una forma de decir– por su integridad y su ignorancia; decente, pero desfachatadamente limitado. Casi que, si existiera un mecanismo natural de compensación, habría que perdonarle que fuera un poco corrupto. Se ató al palo de una tesis singular: “Hay que ser estúpido para respetar los estatutos de YPF”. Se los llevó puestos, y lo peor no es que dejó un muerto de 17.000 millones de dólares, que es la deuda con los buitres del bufete Burford y con los Eskenazi, cuyas acciones también habían caído en la volteada: lo peor es que ese atropello resultó contagioso. En el último fallo de Loretta hay señales de que no ha podido sustraerse al proceso de enajenación colectiva. Marche una tobillera para su señoría.

Cuán distinta es la Argentina de Milei. Falta gas, sube el dólar, perdemos reservas, no hacemos la tarea para el hogar que mandó el FMI, guerra de guerrillas entre Caputín y Karina, los gobernadores aliados del Gobierno ahora se alían con la casta, nos boxeamos en el Congreso… pero el aire que se respira es otro. Ha cambiado la música. En Olivos se escuchan óperas y ya no la guitarra destemplada de Alberto. De los discursos en cadena de Cris al encadenamiento de insultos del Presi, registremos los progresos en la batalla cultural.

El mundo de Trump, Elon Musk, Putin, Khamenei, Preska, CFK y Kichi (en siete apellidos, cinco K: no va a andar) está loco, loquísimo.

Gracias a Dios, nosotros nos dimos a Javi.

Leí en algún lado que allá por los años 60 del siglo pasado hizo furor la película El mundo está loco, loco, loco. Protagonizada por Spencer Tracy y Mickey Rooney, entre muchas otras estrellas, duraba más de tres horas y dicen que no podías parar de reírte. Sin ánimo de ofender a nadie –mucho menos a los que se van a sentir legítimamente ofendidos–, me reí tres días del fallo de la amiga Loretta Preska, la jueza de Nueva York que parece estar, como aquel mundo hollywoodiano, chapita, chapita, chapita. Más o menos sostiene esto: “Argentinos, catrascas, en el caso YPF no dejaron desastre por hacer. Ahora, a completar el crimen: violando sus leyes y cargándose la Constitución, entreguen la empresa. ¿Plazo? Dos semanas. Bueno, OK, 15 días”. Alerta roja en la sede central, en Puerto Madero: en cualquier momento desembarcan los marines. Por cierto, toda nuestra comprensión y buena onda con la jueza, que evidentemente ha querido estar a la altura de esta historia dantesca. Néstor, los Eskenazi, Brufau, Zannini y, por supuesto, Cris y Kichi pedían a gritos un final que no desmereciera sus actuaciones. Es un tributo a la simetría la disparatada sentencia de Preska. ¡Epa! No me había dado cuenta. Preska. Eska. Es K. The end.

Una broma, su señoría. La sabemos republicana y funcionaria honestísima, lo cual está lejos de rimar con abogada exitosa. Solo podría encontrarse un ADN común en eso de ir por todo sin importarle nada. Con su permiso, quiero recordar a la platea cómo empezó el espectáculo. A mediados de 2007, Néstor convocó a Olivos a los Eskenazi, a quienes 10 años antes les había vendido el Banco de Santa Cruz por 10 millones de dólares (no hay caso: siempre me entero tarde de esas gangas). “Muchachos, les tengo otra oferta irresistible: comprar parte de YPF sin poner un mango”. Respuesta: “¿Dónde firmamos?”. Se estaban por ir, frotándose las manos, cuando Néstor los frenó: “Esperen, no tanto puro. Ahora hablemos de plata”.

Los Eskenazi constituyeron dos empresas en España, las hermanitas Petersen, y se hicieron del 15% de la petrolera –o de lo que quedaba de ella, porque los españoles se estaban llevando hasta el papel higiénico–; después, en 2011, de un 10% más. En ambos casos, pagaron con dinero que les prestó Repsol, dueña de YPF. Rareza del mercado: Brufau, presidente de Repsol, había resultado un catalán desprendido al que le daba igual ganar que perder. Lilita Carrió, cuándo no, olió feo y puso una denuncia. Tuvo suerte: cayó en el juzgado de Lijo, que desde entonces dedica 4 o 5 horas por día a estudiar el expediente; de hecho, renunció a ir a la Corte para poder seguir investigando. A Lilita la catalogan de inestable y en esto resultó la más cuerda de todas; es cierto, competía con un grupete de perturbados de las grandes ligas.

Cris, que por entonces era presidenta, no solía meterse con los business de Néstorman; sí con los dividendos. Pero Néstorman pasó a la eternidad y a la viuda le estalló el conflicto de una empresa que iba a los tumbos. Por fortuna, lo que Dios te quita, Dios te lo repone. Aparece allí la grácil figura de Kicillof, un profesor de economía de la UBA, marxistón de poca monta, que venía de ponerle cuerpo y alma al monstruoso endeudamiento, by La Cámpora, de Aerolíneas Argentinas. “Es el hombre”, dijo la presi, matriz de lujo: parió a Máximo, pero también a Aníbal Fernández como candidato a gobernador de Buenos Aires, a Boudou vice, Lousteau ministro de Yuyos y su último gran hallazgo, Alberto. Le encargó a Kichi, segundo de Economía, la estatización de YPF. Kichi sobresalía –es una forma de decir– por su integridad y su ignorancia; decente, pero desfachatadamente limitado. Casi que, si existiera un mecanismo natural de compensación, habría que perdonarle que fuera un poco corrupto. Se ató al palo de una tesis singular: “Hay que ser estúpido para respetar los estatutos de YPF”. Se los llevó puestos, y lo peor no es que dejó un muerto de 17.000 millones de dólares, que es la deuda con los buitres del bufete Burford y con los Eskenazi, cuyas acciones también habían caído en la volteada: lo peor es que ese atropello resultó contagioso. En el último fallo de Loretta hay señales de que no ha podido sustraerse al proceso de enajenación colectiva. Marche una tobillera para su señoría.

Cuán distinta es la Argentina de Milei. Falta gas, sube el dólar, perdemos reservas, no hacemos la tarea para el hogar que mandó el FMI, guerra de guerrillas entre Caputín y Karina, los gobernadores aliados del Gobierno ahora se alían con la casta, nos boxeamos en el Congreso… pero el aire que se respira es otro. Ha cambiado la música. En Olivos se escuchan óperas y ya no la guitarra destemplada de Alberto. De los discursos en cadena de Cris al encadenamiento de insultos del Presi, registremos los progresos en la batalla cultural.

El mundo de Trump, Elon Musk, Putin, Khamenei, Preska, CFK y Kichi (en siete apellidos, cinco K: no va a andar) está loco, loquísimo.

Gracias a Dios, nosotros nos dimos a Javi.

 Leí en algún lado que allá por los años 60 del siglo pasado hizo furor la película El mundo está loco, loco, loco. Protagonizada por Spencer Tracy y Mickey Rooney, entre muchas otras estrellas, duraba más de tres horas y dicen que no podías parar de reírte. Sin ánimo de ofender a nadie –mucho menos a los que se van a sentir legítimamente ofendidos–, me reí tres días del fallo de la amiga Loretta Preska, la jueza de Nueva York que parece estar, como aquel mundo hollywoodiano, chapita, chapita, chapita. Más o menos sostiene esto: “Argentinos, catrascas, en el caso YPF no dejaron desastre por hacer. Ahora, a completar el crimen: violando sus leyes y cargándose la Constitución, entreguen la empresa. ¿Plazo? Dos semanas. Bueno, OK, 15 días”. Alerta roja en la sede central, en Puerto Madero: en cualquier momento desembarcan los marines. Por cierto, toda nuestra comprensión y buena onda con la jueza, que evidentemente ha querido estar a la altura de esta historia dantesca. Néstor, los Eskenazi, Brufau, Zannini y, por supuesto, Cris y Kichi pedían a gritos un final que no desmereciera sus actuaciones. Es un tributo a la simetría la disparatada sentencia de Preska. ¡Epa! No me había dado cuenta. Preska. Eska. Es K. The end.Una broma, su señoría. La sabemos republicana y funcionaria honestísima, lo cual está lejos de rimar con abogada exitosa. Solo podría encontrarse un ADN común en eso de ir por todo sin importarle nada. Con su permiso, quiero recordar a la platea cómo empezó el espectáculo. A mediados de 2007, Néstor convocó a Olivos a los Eskenazi, a quienes 10 años antes les había vendido el Banco de Santa Cruz por 10 millones de dólares (no hay caso: siempre me entero tarde de esas gangas). “Muchachos, les tengo otra oferta irresistible: comprar parte de YPF sin poner un mango”. Respuesta: “¿Dónde firmamos?”. Se estaban por ir, frotándose las manos, cuando Néstor los frenó: “Esperen, no tanto puro. Ahora hablemos de plata”.Los Eskenazi constituyeron dos empresas en España, las hermanitas Petersen, y se hicieron del 15% de la petrolera –o de lo que quedaba de ella, porque los españoles se estaban llevando hasta el papel higiénico–; después, en 2011, de un 10% más. En ambos casos, pagaron con dinero que les prestó Repsol, dueña de YPF. Rareza del mercado: Brufau, presidente de Repsol, había resultado un catalán desprendido al que le daba igual ganar que perder. Lilita Carrió, cuándo no, olió feo y puso una denuncia. Tuvo suerte: cayó en el juzgado de Lijo, que desde entonces dedica 4 o 5 horas por día a estudiar el expediente; de hecho, renunció a ir a la Corte para poder seguir investigando. A Lilita la catalogan de inestable y en esto resultó la más cuerda de todas; es cierto, competía con un grupete de perturbados de las grandes ligas.Cris, que por entonces era presidenta, no solía meterse con los business de Néstorman; sí con los dividendos. Pero Néstorman pasó a la eternidad y a la viuda le estalló el conflicto de una empresa que iba a los tumbos. Por fortuna, lo que Dios te quita, Dios te lo repone. Aparece allí la grácil figura de Kicillof, un profesor de economía de la UBA, marxistón de poca monta, que venía de ponerle cuerpo y alma al monstruoso endeudamiento, by La Cámpora, de Aerolíneas Argentinas. “Es el hombre”, dijo la presi, matriz de lujo: parió a Máximo, pero también a Aníbal Fernández como candidato a gobernador de Buenos Aires, a Boudou vice, Lousteau ministro de Yuyos y su último gran hallazgo, Alberto. Le encargó a Kichi, segundo de Economía, la estatización de YPF. Kichi sobresalía –es una forma de decir– por su integridad y su ignorancia; decente, pero desfachatadamente limitado. Casi que, si existiera un mecanismo natural de compensación, habría que perdonarle que fuera un poco corrupto. Se ató al palo de una tesis singular: “Hay que ser estúpido para respetar los estatutos de YPF”. Se los llevó puestos, y lo peor no es que dejó un muerto de 17.000 millones de dólares, que es la deuda con los buitres del bufete Burford y con los Eskenazi, cuyas acciones también habían caído en la volteada: lo peor es que ese atropello resultó contagioso. En el último fallo de Loretta hay señales de que no ha podido sustraerse al proceso de enajenación colectiva. Marche una tobillera para su señoría.Cuán distinta es la Argentina de Milei. Falta gas, sube el dólar, perdemos reservas, no hacemos la tarea para el hogar que mandó el FMI, guerra de guerrillas entre Caputín y Karina, los gobernadores aliados del Gobierno ahora se alían con la casta, nos boxeamos en el Congreso… pero el aire que se respira es otro. Ha cambiado la música. En Olivos se escuchan óperas y ya no la guitarra destemplada de Alberto. De los discursos en cadena de Cris al encadenamiento de insultos del Presi, registremos los progresos en la batalla cultural.El mundo de Trump, Elon Musk, Putin, Khamenei, Preska, CFK y Kichi (en siete apellidos, cinco K: no va a andar) está loco, loquísimo.Gracias a Dios, nosotros nos dimos a Javi.  Read More