¿Qué pasa cuando los velos caen y dejamos de idealizar? Muchos años atrás, Barbara Galentino llegó al suelo argentino por primera vez y experimentó una fascinación inolvidable por Buenos Aires, hasta que cierto día despertó y todo lo exótico, lo nuevo, así como aquello que veía como un espejo reconfortante, estalló frente a ella para atraparla en esa trampa en la que muchos amantes creen que nunca van a caer: le comenzó a fastidiar lo que antes la seducía.
Pero, para entonces, ella ya se había sumergido demasiado en las aguas del sur. ¿Qué hacer cuando el hechizo se rompe? Volver atrás era casi imposible, por lo que decidió emprender un nuevo camino: el del verdadero amor por Argentina.
De Roma a un amor en Buenos Aires: “El regreso a casa se volvió una tortura”
Barbara nació en Roma en el seno de una típica familia italiana, con padres romanos y abuelos que habían emigrado del sur a la capital después de la guerra. Con Europa al alcance de sus dedos, sus primeros viajes fueron por el viejo continente, hasta que cierto día se aventuró un poco más lejos y voló a California para perfeccionar su inglés.
Como tantos otros jóvenes europeos, su plan era salir al mundo para luego regresar y `sentar cabeza´. Sin embargo, un intercambio universitario en París en el marco de sus estudios de Administración de Empresas cambió el curso de su historia. Allí conoció a dos chicas con las que entabló una amistad entrañable, y ellas le extendieron una propuesta por demás exótica: “Ellas habían viajado a Roma con sus madres, conocieron a mi familia y me dejaron abierta la invitación a Buenos Aires”, rememora.
Dos años pasaron. En diciembre de 1996, Barbara llegó a la capital austral y el flechazo fue inmediato. “Conocí la Argentina del uno a uno y la Navidad con calor. Todo alegría. Todo exótico. Todo era fiesta”, describe. “Estuve en una fiesta de egresados, en la de Navidad, Año Nuevo… hasta me metieron en un casamiento, tiré de la cintita de la torta y saqué el anillo. Me miraron con odio”, agrega con una sonrisa.
Y hacia el final del viaje, cupido decidió crear más caos aún. Había lanzado la flecha del amor hacia el país, y redobló la apuesta con su lanza más filosa: un flechazo que provocó que se enamorara del hermano de una de sus amigas argentinas.
“El regreso a casa se volvió una tortura”, confiesa Barbara mientras rememora aquellos tiempos.
La agonía de vivir lejos del amor y volar sin medir consecuencias: “No pensé en el dolor que les causaría”
El plan seguía siendo regresar a Roma, enviar currículums y comenzar a proyectar su vida adulta profesional. Pero a Barbara ya no le interesaba, todos sus pensamientos estaban puestos en su experiencia reciente en Argentina y en volver a Buenos Aires cuanto antes para darle una oportunidad a ese amor incipiente y a la ciudad.
Casi en estado de agonía resistió la distancia por dos meses, en los cuales hizo un curso de español y esperó a que su mamá festejara su cumpleaños 50 para volver al sur del mundo: “Viajé al día siguiente. Años después me di cuenta de que le había arruinado el festejo con mi partida”, reflexiona.
“El único consuelo para mi familia, cuando me fui por tiempo indeterminado al otro lado del mundo, fue que conocían a mis amigas y a sus madres. Sabían que una familia de confianza me iba a recibir acá. En ese momento no pensé en el dolor que les causaría. Solo quería correr detrás de un amor que no toleraba tanta distancia”.
En fin de la fiesta argentina: “La pizza no era pizza; el café sabía a quemado”
Con su segunda llegada a la Argentina el amor de pareja se fortaleció, pero los velos rosas comenzaron a caer. Buenos Aires ya no estaba de fiesta. Buenos Aires, de pronto, había cambiado.
Barbara se instaló en Barrio Norte, en el departamento de su amiga, mientras su novio iba y venía desde La Plata, donde vivía y trabajaba. Por fortuna, la joven consiguió trabajo casi de inmediato en una institución italiana y comenzó a rodearse de compatriotas `trasplantados´ al igual que ella, que la ayudaron a sobrevivir al shock cultural. Lo exótico comenzó a desteñir y lo similar a su cultura italiana dejó filtrar las profundas diferencias.
“De pronto, me encontré con una ciudad en la que la gente, cuando sale a pasear, no va al centro como en todas las ciudades europeas que conocía. En la que la humedad te aplasta (el pelo nunca queda bien )”, agrega con una sonrisa. “Donde se sale a bailar tarde, muy tarde. Donde los monumentos que cuentan la historia son bebés al lado del Coliseo milenario”.
“También descubrí la pobreza tan cercana, algo que no había visto en mis recorridos turísticos. Eran pequeños detalles que, sumados, marcaban una diferencia que empezaba a pesar”, confiesa. “Toda la alegría de las fiestas de diciembre se transformó en nostalgia, y empecé a buscar Italia por todos lados. Pero salvo en otros tanos como yo, no la encontraba”.
“Todo sonaba a imitación. La pizza no era pizza: demasiada masa, demasiada muzzarella. El café sabía a quemado. No había aceite de oliva. La moda era más informal”, continúa. “Los cines con subtítulos eran un dolor de cabeza (en Italia todas las películas se doblan). La playa y las montañas estaban demasiado lejos para alguien que viene de un país donde, vivas donde vivas, en un par de horas llegás a algún lugar de veraneo”.
“Lo poco que me atraía eran los centros comerciales (en Roma todavía no existían), los hipermercados, que todo estuviera abierto hasta tarde y también los fines de semana”, dice pensativa. “Y había cosas que me impactaban, como lo común que es el tuteo, incluso con personas mayores. Suena a que no existe jerarquía. Los besos para saludar, todavía no me acostumbro. No se besan solo los amigos: también se besa al médico, a todos los compañeros de oficina, a un desconocido cuando te lo presentan. Me sigue pareciendo demasiado”.
“El himno. Que la radio lo pase a la medianoche y que en los actos escolares se cante siempre. Los ñoquis del 29 con un billete bajo el plato. En Italia se comen los jueves y nadie pide plata”.
“El lunfardo y las palabras italianas mal escritas. El amor por todo lo `tano´ y el hecho de que casi todos puedan mencionar algún pariente que vino de Italia”, suma Barbara. “Pero por más parecidos que parezcamos, somos distintos. Además, los inmigrantes de la posguerra contaron una Italia que ya no es. En Italia los de mi generación no bailan tarantella. Es un baile regional, y muchos ni saben cómo es”.
Dejar caer los velos, amar sin idealizaciones y emprender en el limbo: “¿Qué es lo que nos define: la tierra que nos vio nacer o la que alberga nuestra vida adulta?”
De las dos flechas que cupido había lanzado, la primera parecía haberse oxidado, pero la segunda, la del hombre argentino que la enamoró, brillaba como nunca. Consciente de que el desamor hacia un lugar puede resultar letal, y todo lo demás puede colapsar junto a él, Barbara supo que debía y deseaba transformar su presente vínculo con Argentina. Y existía un camino: debía ver al país por lo que realmente es, sin idealizaciones, ni proyecciones propias.
“Me amigué con Argentina cuando dejé de compararla con Italia y empecé a apreciar lo que tenía para ofrecer: las avenidas majestuosas, los jacarandás florecidos en noviembre, la organización para la crianza de los niños, la vida social descontracturada, las montañas de la Patagonia, entre otras cosas”, revela.
“Sin embargo, cuando empecé a valorar todo esto de mi país adoptivo, firmé una condena. Quedé atrapada en un limbo. Soy un poco de acá y otro poco de allá, pero ya de ningún lugar”, agrega. “En ese lugar al que había ingresado a trabajar, la Cámara de Comercio Italiana, me quedé 25 años. Ese lugar que se volvió una segunda casa. Un puente con Italia en el día a día laboral y gracias a los viajes de trabajo que surgieron en tantos años”.
“En relación a la calidad de vida, creo que en Argentina con un buen ingreso económico se vive bien, pero la incertidumbre siempre está presente por los altibajos de la economía del país”, continúa Barbara. “Pero también vislumbré otro lugar propio argentino y positivo: emprender es más simple y más frecuente que en Italia. Hay mucha menos burocracia y todavía se encuentran oportunidades”.
“En mi caso, pisando los cincuenta decidí dejar el trabajo de una vida para estudiar copywriting y ofrecer servicios como freelance. Si hubiera vivido en Italia, creo que no me lo habría planteado. Lo mismo con la publicación de mis libros. En Argentina la movida literaria tiene muchos niveles y hay espacios para todos, desde principiantes hasta eruditos”, asegura Barbara, autora de Las vueltas (Editorial Enero), un libro inspirado en su experiencia personal que cuenta la historia de una mujer dividida entre dos orillas, que tiene que volver a Italia de urgencia por una operación del padre, y en el viaje, los sabores, los paisajes, los recuerdos de la infancia le despiertan el sentido de pertenencia a ese mundo que ya no es suyo.
“Escribir esa historia ha sido una forma inconsciente de buscar respuestas a la gran pregunta que activó el proyecto de libro: ¿Qué es lo que nos define: la tierra que nos vio nacer o la que alberga nuestra vida adulta? La grieta es más bien interior”.
Las ventajas del limbo: “Si me hubiera quedado en Italia creo que hoy sería más estructurada, menos creativa, más aburrida”
Casi tres décadas atrás, Barbara creyó que su vida iría por otro carril. Dos amigas, un viaje a un país exótico -pero a primera vista familiar- y un amor, cambiaron el curso de sus planes para siempre. En el camino, los enamoramientos -tanto hacia la Argentina como a su marido- se transformaron en amor. Pero con la caída de los velos rosas y el amor real, el ingreso a un limbo fue inevitable.
Pero no todo en el limbo es inquietante. Hoy Barbara comprende que vivir allí es habitar un mundo donde hay puertas que conducen hacia dimensiones paralelas, que en otros tiempos, ella jamás imaginó que pudieran existir.
“Si me hubiera quedado en Italia creo que hoy sería más estructurada, menos creativa, más aburrida. Y creo que no me habría lanzado a escribir libros. Argentina y todo lo que ha implicado vivir acá, me hicieron más atrevida”, manifiesta.
“Y en otro orden de las cosas. ¡La vida social argentina no la cambio por nada! Es de esas cuestiones que, con el pasar de los años, me hizo sentir cómoda en donde estoy. Hacer amigos es más simple. Organizar una salida o juntada en casa también. Nadie se escandaliza si pedimos delivery y no pasamos todo el día cocinando, como hacía mi mamá cuando invitaba a amigos. No se necesita mucha anticipación para coordinar una salida. Todo es más descontracturado y genuino”.
“Y Argentina me enseñó la vida adulta, porque antes de mudarme a Buenos Aires me mantenían mis padres y habían sido pocas las decisiones adultas que me había tocado tomar. Trabajo, marido, hijos fueron todos desafíos argentinos”, dice emocionada. “Aprendí que para no sufrir, hay que dejar de comparar. Tanto en general, como en la condición de migrante. Que Argentina tenga tanto parecido con Italia genera en un principio una sensación de cercanía, pero después se vuelve inevitable `jugar´ a encontrar las diferencias y enojarse con ellas”.
“Aprendí que las amistades son un sostén enorme. Más si vivís lejos de tu familia”, agrega. “Me volví turista en mi país. Cuando vuelvo a Italia me gusta recorrer lugares nuevos para llevarme paisajes, olores, sabores. Los guardo en una alcancía que abro cuando estoy en Argentina y extraño. En la misma Roma, con ojos de migrante, veo una belleza que antes pasaba desapercibida. La pérdida hace que todo se aprecie más”.
“También aprendí que se pueden mantener vínculos a la distancia. Se sufre por las ausencias, pero los reencuentros son intensos y deseados. La clave siempre está en encontrar el equilibrio”.
LA MEDIDAS DE LA DISTANCIA
Distancia es un océano en el medio,
es haber nacido en verano y festejar en invierno,
es la receta de la boloñesa,
es partir un día y llegar a casa el otro,
es la “jota” que te raspa el paladar,
es no conocer las canciones que bailaron tus coetáneos,
es elegir el idioma en el teclado.
Distancia es el café,
es vivir cinco horas atrasada. A veces cuatro,
son los libros de historia,
es no tener estrellas fugaces en agosto,
son los besos de saludo,
es la camiseta de fútbol de tu hijo,
son los jacarandás.
Distancia es el calor en Navidad ,
es salir con el pelo mojado,
es un mar revoltoso en donde nunca te ves los pies,
es el boccato mal dicho del que no era cardinal, sino cura,
son avenidas anchas, cuadras y manzanas,
es el día de la madre fuera del mes de la virgen,
es cantar el himno, todos, siempre. (Barbara Galantino)
*
Si querés compartir tu experiencia podés escribir a argentinainesperada@gmail.com
¿Qué pasa cuando los velos caen y dejamos de idealizar? Muchos años atrás, Barbara Galentino llegó al suelo argentino por primera vez y experimentó una fascinación inolvidable por Buenos Aires, hasta que cierto día despertó y todo lo exótico, lo nuevo, así como aquello que veía como un espejo reconfortante, estalló frente a ella para atraparla en esa trampa en la que muchos amantes creen que nunca van a caer: le comenzó a fastidiar lo que antes la seducía.
Pero, para entonces, ella ya se había sumergido demasiado en las aguas del sur. ¿Qué hacer cuando el hechizo se rompe? Volver atrás era casi imposible, por lo que decidió emprender un nuevo camino: el del verdadero amor por Argentina.
De Roma a un amor en Buenos Aires: “El regreso a casa se volvió una tortura”
Barbara nació en Roma en el seno de una típica familia italiana, con padres romanos y abuelos que habían emigrado del sur a la capital después de la guerra. Con Europa al alcance de sus dedos, sus primeros viajes fueron por el viejo continente, hasta que cierto día se aventuró un poco más lejos y voló a California para perfeccionar su inglés.
Como tantos otros jóvenes europeos, su plan era salir al mundo para luego regresar y `sentar cabeza´. Sin embargo, un intercambio universitario en París en el marco de sus estudios de Administración de Empresas cambió el curso de su historia. Allí conoció a dos chicas con las que entabló una amistad entrañable, y ellas le extendieron una propuesta por demás exótica: “Ellas habían viajado a Roma con sus madres, conocieron a mi familia y me dejaron abierta la invitación a Buenos Aires”, rememora.
Dos años pasaron. En diciembre de 1996, Barbara llegó a la capital austral y el flechazo fue inmediato. “Conocí la Argentina del uno a uno y la Navidad con calor. Todo alegría. Todo exótico. Todo era fiesta”, describe. “Estuve en una fiesta de egresados, en la de Navidad, Año Nuevo… hasta me metieron en un casamiento, tiré de la cintita de la torta y saqué el anillo. Me miraron con odio”, agrega con una sonrisa.
Y hacia el final del viaje, cupido decidió crear más caos aún. Había lanzado la flecha del amor hacia el país, y redobló la apuesta con su lanza más filosa: un flechazo que provocó que se enamorara del hermano de una de sus amigas argentinas.
“El regreso a casa se volvió una tortura”, confiesa Barbara mientras rememora aquellos tiempos.
La agonía de vivir lejos del amor y volar sin medir consecuencias: “No pensé en el dolor que les causaría”
El plan seguía siendo regresar a Roma, enviar currículums y comenzar a proyectar su vida adulta profesional. Pero a Barbara ya no le interesaba, todos sus pensamientos estaban puestos en su experiencia reciente en Argentina y en volver a Buenos Aires cuanto antes para darle una oportunidad a ese amor incipiente y a la ciudad.
Casi en estado de agonía resistió la distancia por dos meses, en los cuales hizo un curso de español y esperó a que su mamá festejara su cumpleaños 50 para volver al sur del mundo: “Viajé al día siguiente. Años después me di cuenta de que le había arruinado el festejo con mi partida”, reflexiona.
“El único consuelo para mi familia, cuando me fui por tiempo indeterminado al otro lado del mundo, fue que conocían a mis amigas y a sus madres. Sabían que una familia de confianza me iba a recibir acá. En ese momento no pensé en el dolor que les causaría. Solo quería correr detrás de un amor que no toleraba tanta distancia”.
En fin de la fiesta argentina: “La pizza no era pizza; el café sabía a quemado”
Con su segunda llegada a la Argentina el amor de pareja se fortaleció, pero los velos rosas comenzaron a caer. Buenos Aires ya no estaba de fiesta. Buenos Aires, de pronto, había cambiado.
Barbara se instaló en Barrio Norte, en el departamento de su amiga, mientras su novio iba y venía desde La Plata, donde vivía y trabajaba. Por fortuna, la joven consiguió trabajo casi de inmediato en una institución italiana y comenzó a rodearse de compatriotas `trasplantados´ al igual que ella, que la ayudaron a sobrevivir al shock cultural. Lo exótico comenzó a desteñir y lo similar a su cultura italiana dejó filtrar las profundas diferencias.
“De pronto, me encontré con una ciudad en la que la gente, cuando sale a pasear, no va al centro como en todas las ciudades europeas que conocía. En la que la humedad te aplasta (el pelo nunca queda bien )”, agrega con una sonrisa. “Donde se sale a bailar tarde, muy tarde. Donde los monumentos que cuentan la historia son bebés al lado del Coliseo milenario”.
“También descubrí la pobreza tan cercana, algo que no había visto en mis recorridos turísticos. Eran pequeños detalles que, sumados, marcaban una diferencia que empezaba a pesar”, confiesa. “Toda la alegría de las fiestas de diciembre se transformó en nostalgia, y empecé a buscar Italia por todos lados. Pero salvo en otros tanos como yo, no la encontraba”.
“Todo sonaba a imitación. La pizza no era pizza: demasiada masa, demasiada muzzarella. El café sabía a quemado. No había aceite de oliva. La moda era más informal”, continúa. “Los cines con subtítulos eran un dolor de cabeza (en Italia todas las películas se doblan). La playa y las montañas estaban demasiado lejos para alguien que viene de un país donde, vivas donde vivas, en un par de horas llegás a algún lugar de veraneo”.
“Lo poco que me atraía eran los centros comerciales (en Roma todavía no existían), los hipermercados, que todo estuviera abierto hasta tarde y también los fines de semana”, dice pensativa. “Y había cosas que me impactaban, como lo común que es el tuteo, incluso con personas mayores. Suena a que no existe jerarquía. Los besos para saludar, todavía no me acostumbro. No se besan solo los amigos: también se besa al médico, a todos los compañeros de oficina, a un desconocido cuando te lo presentan. Me sigue pareciendo demasiado”.
“El himno. Que la radio lo pase a la medianoche y que en los actos escolares se cante siempre. Los ñoquis del 29 con un billete bajo el plato. En Italia se comen los jueves y nadie pide plata”.
“El lunfardo y las palabras italianas mal escritas. El amor por todo lo `tano´ y el hecho de que casi todos puedan mencionar algún pariente que vino de Italia”, suma Barbara. “Pero por más parecidos que parezcamos, somos distintos. Además, los inmigrantes de la posguerra contaron una Italia que ya no es. En Italia los de mi generación no bailan tarantella. Es un baile regional, y muchos ni saben cómo es”.
Dejar caer los velos, amar sin idealizaciones y emprender en el limbo: “¿Qué es lo que nos define: la tierra que nos vio nacer o la que alberga nuestra vida adulta?”
De las dos flechas que cupido había lanzado, la primera parecía haberse oxidado, pero la segunda, la del hombre argentino que la enamoró, brillaba como nunca. Consciente de que el desamor hacia un lugar puede resultar letal, y todo lo demás puede colapsar junto a él, Barbara supo que debía y deseaba transformar su presente vínculo con Argentina. Y existía un camino: debía ver al país por lo que realmente es, sin idealizaciones, ni proyecciones propias.
“Me amigué con Argentina cuando dejé de compararla con Italia y empecé a apreciar lo que tenía para ofrecer: las avenidas majestuosas, los jacarandás florecidos en noviembre, la organización para la crianza de los niños, la vida social descontracturada, las montañas de la Patagonia, entre otras cosas”, revela.
“Sin embargo, cuando empecé a valorar todo esto de mi país adoptivo, firmé una condena. Quedé atrapada en un limbo. Soy un poco de acá y otro poco de allá, pero ya de ningún lugar”, agrega. “En ese lugar al que había ingresado a trabajar, la Cámara de Comercio Italiana, me quedé 25 años. Ese lugar que se volvió una segunda casa. Un puente con Italia en el día a día laboral y gracias a los viajes de trabajo que surgieron en tantos años”.
“En relación a la calidad de vida, creo que en Argentina con un buen ingreso económico se vive bien, pero la incertidumbre siempre está presente por los altibajos de la economía del país”, continúa Barbara. “Pero también vislumbré otro lugar propio argentino y positivo: emprender es más simple y más frecuente que en Italia. Hay mucha menos burocracia y todavía se encuentran oportunidades”.
“En mi caso, pisando los cincuenta decidí dejar el trabajo de una vida para estudiar copywriting y ofrecer servicios como freelance. Si hubiera vivido en Italia, creo que no me lo habría planteado. Lo mismo con la publicación de mis libros. En Argentina la movida literaria tiene muchos niveles y hay espacios para todos, desde principiantes hasta eruditos”, asegura Barbara, autora de Las vueltas (Editorial Enero), un libro inspirado en su experiencia personal que cuenta la historia de una mujer dividida entre dos orillas, que tiene que volver a Italia de urgencia por una operación del padre, y en el viaje, los sabores, los paisajes, los recuerdos de la infancia le despiertan el sentido de pertenencia a ese mundo que ya no es suyo.
“Escribir esa historia ha sido una forma inconsciente de buscar respuestas a la gran pregunta que activó el proyecto de libro: ¿Qué es lo que nos define: la tierra que nos vio nacer o la que alberga nuestra vida adulta? La grieta es más bien interior”.
Las ventajas del limbo: “Si me hubiera quedado en Italia creo que hoy sería más estructurada, menos creativa, más aburrida”
Casi tres décadas atrás, Barbara creyó que su vida iría por otro carril. Dos amigas, un viaje a un país exótico -pero a primera vista familiar- y un amor, cambiaron el curso de sus planes para siempre. En el camino, los enamoramientos -tanto hacia la Argentina como a su marido- se transformaron en amor. Pero con la caída de los velos rosas y el amor real, el ingreso a un limbo fue inevitable.
Pero no todo en el limbo es inquietante. Hoy Barbara comprende que vivir allí es habitar un mundo donde hay puertas que conducen hacia dimensiones paralelas, que en otros tiempos, ella jamás imaginó que pudieran existir.
“Si me hubiera quedado en Italia creo que hoy sería más estructurada, menos creativa, más aburrida. Y creo que no me habría lanzado a escribir libros. Argentina y todo lo que ha implicado vivir acá, me hicieron más atrevida”, manifiesta.
“Y en otro orden de las cosas. ¡La vida social argentina no la cambio por nada! Es de esas cuestiones que, con el pasar de los años, me hizo sentir cómoda en donde estoy. Hacer amigos es más simple. Organizar una salida o juntada en casa también. Nadie se escandaliza si pedimos delivery y no pasamos todo el día cocinando, como hacía mi mamá cuando invitaba a amigos. No se necesita mucha anticipación para coordinar una salida. Todo es más descontracturado y genuino”.
“Y Argentina me enseñó la vida adulta, porque antes de mudarme a Buenos Aires me mantenían mis padres y habían sido pocas las decisiones adultas que me había tocado tomar. Trabajo, marido, hijos fueron todos desafíos argentinos”, dice emocionada. “Aprendí que para no sufrir, hay que dejar de comparar. Tanto en general, como en la condición de migrante. Que Argentina tenga tanto parecido con Italia genera en un principio una sensación de cercanía, pero después se vuelve inevitable `jugar´ a encontrar las diferencias y enojarse con ellas”.
“Aprendí que las amistades son un sostén enorme. Más si vivís lejos de tu familia”, agrega. “Me volví turista en mi país. Cuando vuelvo a Italia me gusta recorrer lugares nuevos para llevarme paisajes, olores, sabores. Los guardo en una alcancía que abro cuando estoy en Argentina y extraño. En la misma Roma, con ojos de migrante, veo una belleza que antes pasaba desapercibida. La pérdida hace que todo se aprecie más”.
“También aprendí que se pueden mantener vínculos a la distancia. Se sufre por las ausencias, pero los reencuentros son intensos y deseados. La clave siempre está en encontrar el equilibrio”.
LA MEDIDAS DE LA DISTANCIA
Distancia es un océano en el medio,
es haber nacido en verano y festejar en invierno,
es la receta de la boloñesa,
es partir un día y llegar a casa el otro,
es la “jota” que te raspa el paladar,
es no conocer las canciones que bailaron tus coetáneos,
es elegir el idioma en el teclado.
Distancia es el café,
es vivir cinco horas atrasada. A veces cuatro,
son los libros de historia,
es no tener estrellas fugaces en agosto,
son los besos de saludo,
es la camiseta de fútbol de tu hijo,
son los jacarandás.
Distancia es el calor en Navidad ,
es salir con el pelo mojado,
es un mar revoltoso en donde nunca te ves los pies,
es el boccato mal dicho del que no era cardinal, sino cura,
son avenidas anchas, cuadras y manzanas,
es el día de la madre fuera del mes de la virgen,
es cantar el himno, todos, siempre. (Barbara Galantino)
*
Si querés compartir tu experiencia podés escribir a argentinainesperada@gmail.com
Venía de una típica familia romana, se enamoró de un argentino y decidió apostar por el país; en un comienzo sentía que todo era exótico y atractivo, hasta que los velos cayeron y tuvo que aprender a amar a la Argentina de otra manera… Read More