Nació por gestación subrogada en Estados Unidos y reconstruyó su historia: “No fui un acto de amor, fui el producto de un contrato”

Olivia Maurel tiene 33 años, nació en Kentucky, Estados Unidos, y creció entre ese país y Francia. Hoy vive en el sur francés junto a su esposo y sus tres hijos. Con triple ciudadanía, francesa, estadounidense y suiza, su identidad trasciende cualquier frontera. Se define por una causa que marca su historia personal y su lucha pública. Es que su voz es una de las más firmes en la defensa de los derechos de los niños nacidos por gestación subrogada y milita activamente por la prohibición de esta práctica a nivel mundial.

“Me miraba al espejo y no me reconocía”

Su historia es personal, pero también política. Olivia nació por subrogación en 1991 y, durante años, vivió sin saberlo. “Fui el resultado de un contrato firmado, pagado y ejecutado en una clínica. Mi existencia no comenzó con amor, sino con una transacción”, dice. Y hoy, desde su experiencia, se convirtió en una de las voces más fuertes contra la gestación por sustitución, una industria que, según predicciones, superará los 100 mil millones de dólares en 2032.

A primera vista, su infancia parecía estable, padres presentes, educación en dos culturas, acceso a lo material. Pero, bajo esa normalidad, algo no encajaba. “Sentía una desconexión, un vacío. Me miraba al espejo y no me reconocía. Como si hubiese sido arrojada a una vida que no era mía”, recuerda. Durante la adolescencia, ese malestar se intensificó. Drogas, alcohol, relaciones tóxicas. “¿Cómo iba a crecer sin saber de dónde venía?”.

A los 17 años, empezó a investigar por su cuenta sobre Louisville, la ciudad donde nació. Google fue su aliado. Primero buscó agencias de adopción, pero pronto se topó con las de subrogación. Esa noche no durmió. Lo supo, simplemente lo supo, así había nacido. “Esa revelación destrozó todo lo que creía saber sobre mí. Y marcó el comienzo de un largo y difícil camino para recuperar mi historia”.

Conocer los detalles de su nacimiento le fracturó la identidad. “Descubrir que fui concebida como parte de un acuerdo legal, que mi vínculo con la mujer que me gestó fue deliberadamente roto desde antes de nacer, fue devastador. No era solo tristeza, era un duelo. Duelo por una madre que no me permitieron amar. Duelo por una verdad que me fue negada. Y bajo ese dolor, creció la rabia. Porque esto no es una tragedia familiar. Es un sistema. Un mercado”.

Para Maurel, la gestación subrogada le negó su identidad. “Ser humano no es solo estar vivo, es saber cómo y por qué. La identidad no se construye solo con ADN o papeles, sino con historia, con vínculo. ¿Quién me susurró cuando estaba en la panza?, ¿quién me sintió patear?, ¿quién lloró al parirme? La subrogación elimina todo eso. Reemplaza una historia de origen con un modelo de negocio. Le dice al niño, ‘La mujer que te trajo al mundo no importa, fue pagada para desaparecer’”.

“Culpo al sistema que nos convirtió en extrañas”

A los 30 años, un test de ADN le permitió contactar a la mujer que la gestó. Fue uno de los momentos más significativos de su vida. “Ella es mi madre biológica. Y durante décadas no me dejaron pensar en ella como tal. Cuando hablamos por primera vez, lloramos. Vi en ella una mujer que había sufrido. Que me llevó en su vientre, me parió con dolor y luego fue obligada a irse. Eso no es empoderamiento. Es trauma. No la culpo. Culpo al sistema que nos convirtió en extrañas”. Gracias a ese reencuentro, Olivia pudo reconstruir parte de su historia. Conoció a su medio hermano materno, entendió su linaje, comprendió el contexto. “Ella había perdido a un hijo antes de gestarme a mí. Estaba en duelo, con necesidades económicas. No fue libre. Fue utilizada. Y, aun así, me dio su verdad, su voz, su historia. Eso me ayudó a empezar a sanar”.

Hablar, compartir su testimonio y escribir su libro ¿Dónde estás, mamá?, que será publicado en septiembre en castellano, se convirtieron en pilares fundamentales en su proceso de sanación. “Cada vez que cuento mi historia, recupero una parte de mí que fue borrada. Sanar no es olvidar. Es reclamar. Es decir, me hicieron daño, pero ya no me callo”.

El costo de su activismo

Desde hace años, Olivia se convirtió en una referente del activismo internacional contra la gestación subrogada. Es portavoz de la Declaración de Casablanca, una iniciativa que busca su abolición global sin excepciones. Su lucha la llevó a hablar en la ONU, en el Parlamento Europeo, a dar conferencias internacionales y hasta a reunirse con el Papa Francisco. Además, recientemente participó en el Tercer Congreso Internacional de la Declaración de Casablanca en Lima, Perú.

Pero este activismo tiene un costo. Recibió insultos, amenazas, acusaciones de ser “desagradecida”, “anti-progreso” o “anti-parentalidad”, entre tantas otras cosas. “Ya no me afecta. No lucho contra el amor, lucho por la verdad. Por los niños que merecen nacer libres, no encargados. Por las mujeres que no deben ser tratadas como recipientes descartables”.

Para Olivia, no hay diferencia sustancial entre la subrogación comercial y la altruista. “El trauma es el mismo. La pérdida, el desprendimiento, es igual. El niño igual es separado de su madre al nacer, y eso deja una herida profunda. La intención no sana esa ruptura”. La narrativa actual, según ella, está centrada exclusivamente en los deseos de los adultos, padres infértiles, parejas del mismo sexo, autonomía reproductiva. “El niño es visto como un objetivo, no como un sujeto de derechos. Nadie se pregunta cómo es crecer sabiendo que fuiste separado por dinero. O cuáles son las secuelas psicológicas de eso. Pero los derechos del niño existen. Y están protegidos por la Convención sobre los Derechos del Niño. El silencio es violencia. Y nos vuelve invisibles” asegura Maurel.

Frente al argumento de que la subrogación es un acto de generosidad, Olivia responde con firmeza, “la verdadera generosidad no tiene contratos, ni pagos, ni cláusulas de confidencialidad. No hay agencias ni clínicas anunciando bebés a pedido. Llamarla ‘generosa’ es edulcorar una realidad violenta, la conversión del cuerpo femenino y la identidad infantil en mercancías”.

Mientras tanto, la industria de la subrogación se expande, según denuncia, aprovechando lagunas legales y explotando la pobreza. “Estados Unidos, especialmente California, trata a la subrogación como un servicio de lujo. Ucrania era un epicentro antes de la guerra. Hoy los mismos actores se mueven a países como Argentina, Colombia, México o Georgia. Los carteles incluso están pasando del tráfico de drogas al alquiler de vientres” revela la activista. Además, destaca a Italia como un ejemplo positivo, el país prohibió todas las formas de subrogación, incluso penalizando a quienes recurren a ella en el extranjero. “Entienden que hay cosas que no deben comprarse, ni siquiera en nombre del amor”. Su objetivo es claro: la abolición universal de la subrogación. “Sí, incluso la altruista. Porque mientras exista una sola forma de encargar un bebé, existirá el mercado. Y ningún ser humano debería tener un precio”.

Olivia es militante, escritora y también madre. Y en ese rol, se compromete a educar desde la verdad. “Mis hijos saben que no fueron encargados, que su historia no está basada en secretos ni transacciones. Y eso, para mí, es libertad”.

“Nunca le conté esto a nadie”

Hoy su voz resuena más fuerte que nunca. La relatora especial de la ONU sobre la violencia contra las mujeres y las niñas presentará un informe sobre subrogación en la próxima Asamblea General. “Eso demuestra que estamos siendo escuchados. Que algo está cambiando. Que la verdad se abre camino”. Ella sabe que no está sola. Cada día recibe mensajes de otras personas nacidas por subrogación o concebidas por donación anónima. “Me dicen, ‘nunca le conté esto a nadie’, ‘pensé que era la única’. La mayoría guarda silencio para no herir a sus padres o por miedo al rechazo. Pero ese silencio es una forma de borrarse a uno mismo. Y yo me niego a ser borrada”. Ella misma perdió la relación con sus padres desde que empezó a hablar públicamente sobre el tema. Alzar la voz los hizo perderlos, y por eso entiende que muchas personas nacidas por esta práctica tengan miedo de expresarse. “No sé qué piensan sobre mi activismo. Aun así, permito que vean a mis hijos, porque creo que ellos necesitan tener abuelos”, nos revela.

Su historia refleja un fenómeno global. Una industria que transforma vínculos en productos, que reemplaza historias por contratos, y que aún se vende como progreso. Olivia Maurel, con su testimonio, es una de las voces que lucha para que nunca más un niño sea tratado como mercancía. Y para que ninguna mujer sea usada, descartada y silenciada en nombre del deseo ajeno. “A mi madre gestante le dije gracias. Por sobrevivir. Por hablar. Por no darme la espalda. No sos invisible. No sos un recipiente. Sos mi madre. Y yo voy a luchar para que nadie más viva lo que nos tocó vivir”.

Olivia Maurel tiene 33 años, nació en Kentucky, Estados Unidos, y creció entre ese país y Francia. Hoy vive en el sur francés junto a su esposo y sus tres hijos. Con triple ciudadanía, francesa, estadounidense y suiza, su identidad trasciende cualquier frontera. Se define por una causa que marca su historia personal y su lucha pública. Es que su voz es una de las más firmes en la defensa de los derechos de los niños nacidos por gestación subrogada y milita activamente por la prohibición de esta práctica a nivel mundial.

“Me miraba al espejo y no me reconocía”

Su historia es personal, pero también política. Olivia nació por subrogación en 1991 y, durante años, vivió sin saberlo. “Fui el resultado de un contrato firmado, pagado y ejecutado en una clínica. Mi existencia no comenzó con amor, sino con una transacción”, dice. Y hoy, desde su experiencia, se convirtió en una de las voces más fuertes contra la gestación por sustitución, una industria que, según predicciones, superará los 100 mil millones de dólares en 2032.

A primera vista, su infancia parecía estable, padres presentes, educación en dos culturas, acceso a lo material. Pero, bajo esa normalidad, algo no encajaba. “Sentía una desconexión, un vacío. Me miraba al espejo y no me reconocía. Como si hubiese sido arrojada a una vida que no era mía”, recuerda. Durante la adolescencia, ese malestar se intensificó. Drogas, alcohol, relaciones tóxicas. “¿Cómo iba a crecer sin saber de dónde venía?”.

A los 17 años, empezó a investigar por su cuenta sobre Louisville, la ciudad donde nació. Google fue su aliado. Primero buscó agencias de adopción, pero pronto se topó con las de subrogación. Esa noche no durmió. Lo supo, simplemente lo supo, así había nacido. “Esa revelación destrozó todo lo que creía saber sobre mí. Y marcó el comienzo de un largo y difícil camino para recuperar mi historia”.

Conocer los detalles de su nacimiento le fracturó la identidad. “Descubrir que fui concebida como parte de un acuerdo legal, que mi vínculo con la mujer que me gestó fue deliberadamente roto desde antes de nacer, fue devastador. No era solo tristeza, era un duelo. Duelo por una madre que no me permitieron amar. Duelo por una verdad que me fue negada. Y bajo ese dolor, creció la rabia. Porque esto no es una tragedia familiar. Es un sistema. Un mercado”.

Para Maurel, la gestación subrogada le negó su identidad. “Ser humano no es solo estar vivo, es saber cómo y por qué. La identidad no se construye solo con ADN o papeles, sino con historia, con vínculo. ¿Quién me susurró cuando estaba en la panza?, ¿quién me sintió patear?, ¿quién lloró al parirme? La subrogación elimina todo eso. Reemplaza una historia de origen con un modelo de negocio. Le dice al niño, ‘La mujer que te trajo al mundo no importa, fue pagada para desaparecer’”.

“Culpo al sistema que nos convirtió en extrañas”

A los 30 años, un test de ADN le permitió contactar a la mujer que la gestó. Fue uno de los momentos más significativos de su vida. “Ella es mi madre biológica. Y durante décadas no me dejaron pensar en ella como tal. Cuando hablamos por primera vez, lloramos. Vi en ella una mujer que había sufrido. Que me llevó en su vientre, me parió con dolor y luego fue obligada a irse. Eso no es empoderamiento. Es trauma. No la culpo. Culpo al sistema que nos convirtió en extrañas”. Gracias a ese reencuentro, Olivia pudo reconstruir parte de su historia. Conoció a su medio hermano materno, entendió su linaje, comprendió el contexto. “Ella había perdido a un hijo antes de gestarme a mí. Estaba en duelo, con necesidades económicas. No fue libre. Fue utilizada. Y, aun así, me dio su verdad, su voz, su historia. Eso me ayudó a empezar a sanar”.

Hablar, compartir su testimonio y escribir su libro ¿Dónde estás, mamá?, que será publicado en septiembre en castellano, se convirtieron en pilares fundamentales en su proceso de sanación. “Cada vez que cuento mi historia, recupero una parte de mí que fue borrada. Sanar no es olvidar. Es reclamar. Es decir, me hicieron daño, pero ya no me callo”.

El costo de su activismo

Desde hace años, Olivia se convirtió en una referente del activismo internacional contra la gestación subrogada. Es portavoz de la Declaración de Casablanca, una iniciativa que busca su abolición global sin excepciones. Su lucha la llevó a hablar en la ONU, en el Parlamento Europeo, a dar conferencias internacionales y hasta a reunirse con el Papa Francisco. Además, recientemente participó en el Tercer Congreso Internacional de la Declaración de Casablanca en Lima, Perú.

Pero este activismo tiene un costo. Recibió insultos, amenazas, acusaciones de ser “desagradecida”, “anti-progreso” o “anti-parentalidad”, entre tantas otras cosas. “Ya no me afecta. No lucho contra el amor, lucho por la verdad. Por los niños que merecen nacer libres, no encargados. Por las mujeres que no deben ser tratadas como recipientes descartables”.

Para Olivia, no hay diferencia sustancial entre la subrogación comercial y la altruista. “El trauma es el mismo. La pérdida, el desprendimiento, es igual. El niño igual es separado de su madre al nacer, y eso deja una herida profunda. La intención no sana esa ruptura”. La narrativa actual, según ella, está centrada exclusivamente en los deseos de los adultos, padres infértiles, parejas del mismo sexo, autonomía reproductiva. “El niño es visto como un objetivo, no como un sujeto de derechos. Nadie se pregunta cómo es crecer sabiendo que fuiste separado por dinero. O cuáles son las secuelas psicológicas de eso. Pero los derechos del niño existen. Y están protegidos por la Convención sobre los Derechos del Niño. El silencio es violencia. Y nos vuelve invisibles” asegura Maurel.

Frente al argumento de que la subrogación es un acto de generosidad, Olivia responde con firmeza, “la verdadera generosidad no tiene contratos, ni pagos, ni cláusulas de confidencialidad. No hay agencias ni clínicas anunciando bebés a pedido. Llamarla ‘generosa’ es edulcorar una realidad violenta, la conversión del cuerpo femenino y la identidad infantil en mercancías”.

Mientras tanto, la industria de la subrogación se expande, según denuncia, aprovechando lagunas legales y explotando la pobreza. “Estados Unidos, especialmente California, trata a la subrogación como un servicio de lujo. Ucrania era un epicentro antes de la guerra. Hoy los mismos actores se mueven a países como Argentina, Colombia, México o Georgia. Los carteles incluso están pasando del tráfico de drogas al alquiler de vientres” revela la activista. Además, destaca a Italia como un ejemplo positivo, el país prohibió todas las formas de subrogación, incluso penalizando a quienes recurren a ella en el extranjero. “Entienden que hay cosas que no deben comprarse, ni siquiera en nombre del amor”. Su objetivo es claro: la abolición universal de la subrogación. “Sí, incluso la altruista. Porque mientras exista una sola forma de encargar un bebé, existirá el mercado. Y ningún ser humano debería tener un precio”.

Olivia es militante, escritora y también madre. Y en ese rol, se compromete a educar desde la verdad. “Mis hijos saben que no fueron encargados, que su historia no está basada en secretos ni transacciones. Y eso, para mí, es libertad”.

“Nunca le conté esto a nadie”

Hoy su voz resuena más fuerte que nunca. La relatora especial de la ONU sobre la violencia contra las mujeres y las niñas presentará un informe sobre subrogación en la próxima Asamblea General. “Eso demuestra que estamos siendo escuchados. Que algo está cambiando. Que la verdad se abre camino”. Ella sabe que no está sola. Cada día recibe mensajes de otras personas nacidas por subrogación o concebidas por donación anónima. “Me dicen, ‘nunca le conté esto a nadie’, ‘pensé que era la única’. La mayoría guarda silencio para no herir a sus padres o por miedo al rechazo. Pero ese silencio es una forma de borrarse a uno mismo. Y yo me niego a ser borrada”. Ella misma perdió la relación con sus padres desde que empezó a hablar públicamente sobre el tema. Alzar la voz los hizo perderlos, y por eso entiende que muchas personas nacidas por esta práctica tengan miedo de expresarse. “No sé qué piensan sobre mi activismo. Aun así, permito que vean a mis hijos, porque creo que ellos necesitan tener abuelos”, nos revela.

Su historia refleja un fenómeno global. Una industria que transforma vínculos en productos, que reemplaza historias por contratos, y que aún se vende como progreso. Olivia Maurel, con su testimonio, es una de las voces que lucha para que nunca más un niño sea tratado como mercancía. Y para que ninguna mujer sea usada, descartada y silenciada en nombre del deseo ajeno. “A mi madre gestante le dije gracias. Por sobrevivir. Por hablar. Por no darme la espalda. No sos invisible. No sos un recipiente. Sos mi madre. Y yo voy a luchar para que nadie más viva lo que nos tocó vivir”.

 Olivia Maurel lidera una lucha global por la eliminación de esta práctica y alza la voz por los derechos de niños y mujeres en todo el mundo  Read More