El desafío de poetizar lo que no nació para rimarse

En la apertura de su flamante poemario La curva del tiempo, Diana Bellessi (Santa Fe, 1946) da con la certeza de la incertidumbre, que puede ser también una teoría de eso que el arte y la fe llaman, a ver, iluminación. Algo que acontece y antes, apenas un segundo atrás, no era, no estaba. Ha escrito la poeta que “algo se despeja, se alumbra y es como entrar a otro lugar”, uno de esos momentos extáticos que el budismo llama satori. Pero lo que Bellesi empuja es el desafío de poetizar lo que no nació para rimarse. El acontecimiento de la iluminación se nutre de lo desprevenido, de lo que no se ve venir, de buscar en otro lugar lo que se supone está en este.

Escuchar a Alejandra Oliveras me hizo sentir que esos puños alimentados por la ira estaban también llenos de poesía

Leer esas líneas que Bellessi llamó “Algo sucede” echó luz sobre misterios pequeños escondidos en la trama del día, de la información, la calle o el entretenimiento. Así, entre las voces de la radio de la primera mañana apareció una respuesta de la campeona de box Alejandra Oliveras, a la que se dio en llamar “Locomotora”, en una entrevista con Alejandro Fantino.

Oliveras decía que no se perdía ni uno de los días ni una de las noches. Que había que estar al alba porque el cielo nunca, jamás, era igual, y al caer la noche lo mismo. No olvidarse que así el día resulta un acontecimiento único. Escucharla me hizo sentir que esos puños alimentados por la ira estaban también llenos de poesía. Que eso que ella dijo como pudo (de una manera contundente y hermosa) era lo que detenía a Saer en descripciones que podían hacer de un segundo del cosmos veinte, cuarenta páginas. Y fue eso: no esperaba un acontecimiento poético en la radio de la mañana pero ahí estaba: la Locomotora –fallecida hace poco más de diez días– transmutada en decidora dramática, trastocando el instante.

El rayo vanguardizador sirve para eso, identificar el acontecimiento del arte donde se supone que no debería estar

Del mismo modo capté una vibración literaria en un capítulo de la serie Viudas negras. Es apenas una línea del guión donde Maru (Pilar Gamboa) reflexiona junto a Mica (Malena Pichot) sobre la crianza de su hija en un barrio cerrado. “No va a saber cruzar la calle por el medio”, dice, indignada con ella misma, brotada, y da, en esa frase, con una involuntaria densidad sociológica. A tal punto, que define a Buenos Aires como la ciudad de los que cruzan por el medio. Algo dictado por otra voz, un pliegue telúrico de los aguafuertes de Arlt acaso, pero esa fuga en el guion abre, vuelve Bellesi, otro lugar. Ya dejó de ser la serie que hay que ver, ya no es el formato Netflix, algo brilla con una luz distinta ahí ahora.

El rayo vanguardizador sirve para eso, identificar el acontecimiento del arte donde se supone que no debería estar. El martes, marchar al Congreso podía una posición contra el despiadado veto a la ley de emergencia en discapacidad y, al mismo tiempo, lo que se supone que se va a hacer a una bienal. Con el discurso político del arte atrapado en una agenda muchas veces hipócrita, brilla lo silvestre, lo que florece en la calle. Así, mientras el Palacio Libertad recibe a los visitantes con un enorme monumento blando de Marta Minujín, frente al Congreso hay una silla de ruedas inflable de cuatro metros de altura y colores explosivos muy en su onda. Lo hicieron construir hace 15 años en una pyme de Don Torcuato y es el objeto (aplicado ya en la categoría del pop y después) que preside todas las marchas de aquellos que no deberían estar reclamando nada.

Quince años van desde el último año de Cristina, los cuatro de Macri, los cuatro de Fernández y lo que va de Milei. Contrastado con la cúpula del Congreso, la materia inflable es (decían Los Twist) la dicha en movimiento. Lo flexible, lo vivo, lo que es distinto cada amanecer y anochecer. Es probable que el arte público de Marta Minujín esté detrás, de forma capilar, de este objeto blando y gigante como los que hacía Claes Oldenburg. Y es probable que haya más de lo que provocó Marta Minujín en este reflejo callejero inesperado que en el lugar reservado en el así llamado palacio.

En la apertura de su flamante poemario La curva del tiempo, Diana Bellessi (Santa Fe, 1946) da con la certeza de la incertidumbre, que puede ser también una teoría de eso que el arte y la fe llaman, a ver, iluminación. Algo que acontece y antes, apenas un segundo atrás, no era, no estaba. Ha escrito la poeta que “algo se despeja, se alumbra y es como entrar a otro lugar”, uno de esos momentos extáticos que el budismo llama satori. Pero lo que Bellesi empuja es el desafío de poetizar lo que no nació para rimarse. El acontecimiento de la iluminación se nutre de lo desprevenido, de lo que no se ve venir, de buscar en otro lugar lo que se supone está en este.

Escuchar a Alejandra Oliveras me hizo sentir que esos puños alimentados por la ira estaban también llenos de poesía

Leer esas líneas que Bellessi llamó “Algo sucede” echó luz sobre misterios pequeños escondidos en la trama del día, de la información, la calle o el entretenimiento. Así, entre las voces de la radio de la primera mañana apareció una respuesta de la campeona de box Alejandra Oliveras, a la que se dio en llamar “Locomotora”, en una entrevista con Alejandro Fantino.

Oliveras decía que no se perdía ni uno de los días ni una de las noches. Que había que estar al alba porque el cielo nunca, jamás, era igual, y al caer la noche lo mismo. No olvidarse que así el día resulta un acontecimiento único. Escucharla me hizo sentir que esos puños alimentados por la ira estaban también llenos de poesía. Que eso que ella dijo como pudo (de una manera contundente y hermosa) era lo que detenía a Saer en descripciones que podían hacer de un segundo del cosmos veinte, cuarenta páginas. Y fue eso: no esperaba un acontecimiento poético en la radio de la mañana pero ahí estaba: la Locomotora –fallecida hace poco más de diez días– transmutada en decidora dramática, trastocando el instante.

El rayo vanguardizador sirve para eso, identificar el acontecimiento del arte donde se supone que no debería estar

Del mismo modo capté una vibración literaria en un capítulo de la serie Viudas negras. Es apenas una línea del guión donde Maru (Pilar Gamboa) reflexiona junto a Mica (Malena Pichot) sobre la crianza de su hija en un barrio cerrado. “No va a saber cruzar la calle por el medio”, dice, indignada con ella misma, brotada, y da, en esa frase, con una involuntaria densidad sociológica. A tal punto, que define a Buenos Aires como la ciudad de los que cruzan por el medio. Algo dictado por otra voz, un pliegue telúrico de los aguafuertes de Arlt acaso, pero esa fuga en el guion abre, vuelve Bellesi, otro lugar. Ya dejó de ser la serie que hay que ver, ya no es el formato Netflix, algo brilla con una luz distinta ahí ahora.

El rayo vanguardizador sirve para eso, identificar el acontecimiento del arte donde se supone que no debería estar. El martes, marchar al Congreso podía una posición contra el despiadado veto a la ley de emergencia en discapacidad y, al mismo tiempo, lo que se supone que se va a hacer a una bienal. Con el discurso político del arte atrapado en una agenda muchas veces hipócrita, brilla lo silvestre, lo que florece en la calle. Así, mientras el Palacio Libertad recibe a los visitantes con un enorme monumento blando de Marta Minujín, frente al Congreso hay una silla de ruedas inflable de cuatro metros de altura y colores explosivos muy en su onda. Lo hicieron construir hace 15 años en una pyme de Don Torcuato y es el objeto (aplicado ya en la categoría del pop y después) que preside todas las marchas de aquellos que no deberían estar reclamando nada.

Quince años van desde el último año de Cristina, los cuatro de Macri, los cuatro de Fernández y lo que va de Milei. Contrastado con la cúpula del Congreso, la materia inflable es (decían Los Twist) la dicha en movimiento. Lo flexible, lo vivo, lo que es distinto cada amanecer y anochecer. Es probable que el arte público de Marta Minujín esté detrás, de forma capilar, de este objeto blando y gigante como los que hacía Claes Oldenburg. Y es probable que haya más de lo que provocó Marta Minujín en este reflejo callejero inesperado que en el lugar reservado en el así llamado palacio.

 En la apertura de su flamante poemario La curva del tiempo, Diana Bellessi (Santa Fe, 1946) da con la certeza de la incertidumbre, que puede ser también una teoría de eso que el arte y la fe llaman, a ver, iluminación. Algo que acontece y antes, apenas un segundo atrás, no era, no estaba. Ha escrito la poeta que “algo se despeja, se alumbra y es como entrar a otro lugar”, uno de esos momentos extáticos que el budismo llama satori. Pero lo que Bellesi empuja es el desafío de poetizar lo que no nació para rimarse. El acontecimiento de la iluminación se nutre de lo desprevenido, de lo que no se ve venir, de buscar en otro lugar lo que se supone está en este. Escuchar a Alejandra Oliveras me hizo sentir que esos puños alimentados por la ira estaban también llenos de poesíaLeer esas líneas que Bellessi llamó “Algo sucede” echó luz sobre misterios pequeños escondidos en la trama del día, de la información, la calle o el entretenimiento. Así, entre las voces de la radio de la primera mañana apareció una respuesta de la campeona de box Alejandra Oliveras, a la que se dio en llamar “Locomotora”, en una entrevista con Alejandro Fantino. Oliveras decía que no se perdía ni uno de los días ni una de las noches. Que había que estar al alba porque el cielo nunca, jamás, era igual, y al caer la noche lo mismo. No olvidarse que así el día resulta un acontecimiento único. Escucharla me hizo sentir que esos puños alimentados por la ira estaban también llenos de poesía. Que eso que ella dijo como pudo (de una manera contundente y hermosa) era lo que detenía a Saer en descripciones que podían hacer de un segundo del cosmos veinte, cuarenta páginas. Y fue eso: no esperaba un acontecimiento poético en la radio de la mañana pero ahí estaba: la Locomotora –fallecida hace poco más de diez días– transmutada en decidora dramática, trastocando el instante. El rayo vanguardizador sirve para eso, identificar el acontecimiento del arte donde se supone que no debería estarDel mismo modo capté una vibración literaria en un capítulo de la serie Viudas negras. Es apenas una línea del guión donde Maru (Pilar Gamboa) reflexiona junto a Mica (Malena Pichot) sobre la crianza de su hija en un barrio cerrado. “No va a saber cruzar la calle por el medio”, dice, indignada con ella misma, brotada, y da, en esa frase, con una involuntaria densidad sociológica. A tal punto, que define a Buenos Aires como la ciudad de los que cruzan por el medio. Algo dictado por otra voz, un pliegue telúrico de los aguafuertes de Arlt acaso, pero esa fuga en el guion abre, vuelve Bellesi, otro lugar. Ya dejó de ser la serie que hay que ver, ya no es el formato Netflix, algo brilla con una luz distinta ahí ahora. El rayo vanguardizador sirve para eso, identificar el acontecimiento del arte donde se supone que no debería estar. El martes, marchar al Congreso podía una posición contra el despiadado veto a la ley de emergencia en discapacidad y, al mismo tiempo, lo que se supone que se va a hacer a una bienal. Con el discurso político del arte atrapado en una agenda muchas veces hipócrita, brilla lo silvestre, lo que florece en la calle. Así, mientras el Palacio Libertad recibe a los visitantes con un enorme monumento blando de Marta Minujín, frente al Congreso hay una silla de ruedas inflable de cuatro metros de altura y colores explosivos muy en su onda. Lo hicieron construir hace 15 años en una pyme de Don Torcuato y es el objeto (aplicado ya en la categoría del pop y después) que preside todas las marchas de aquellos que no deberían estar reclamando nada. Quince años van desde el último año de Cristina, los cuatro de Macri, los cuatro de Fernández y lo que va de Milei. Contrastado con la cúpula del Congreso, la materia inflable es (decían Los Twist) la dicha en movimiento. Lo flexible, lo vivo, lo que es distinto cada amanecer y anochecer. Es probable que el arte público de Marta Minujín esté detrás, de forma capilar, de este objeto blando y gigante como los que hacía Claes Oldenburg. Y es probable que haya más de lo que provocó Marta Minujín en este reflejo callejero inesperado que en el lugar reservado en el así llamado palacio.  Read More