Violencia y crisis de autoridad en la escuela

Demasiadas veces hemos dado cuenta desde este espacio editorial de condenables episodios de violencia en las escuelas. Desde el doloroso bullying, a alumnos armados en clase, pasando por amenazas, trifulcas o palizas propinadas a distintas víctimas. Una reciente nota publicada en LA NACION listó una larga sucesión de situaciones en las que padres o madres alterados enfrentaron a maestros o a autoridades de colegios al que concurren sus hijos. Los hechos no se concentran geográficamente sino que se reparten a lo largo del territorio nacional y confirmarían que, a pesar de no contar con estadísticas, la violencia escolar estaría en aumento con mayor protagonismo por parte de los adultos encargados de los estudiantes en cada familia.

Así como no nos cansamos de reflexionar sobre la necesidad de adecuar los sistemas de enseñanza a las nuevas realidades, es imperioso reconocer que la adaptación incluye muchas otras variables porque las características de la familia actual tampoco son las de hace varias décadas. Lo que sí se mantiene inalterable es la necesidad de articular entre ambas instituciones en beneficio de los menores de edad y de sus aprendizajes.

Familias exigidas en lo cotidiano, padres y madres que apelan a la violencia, docentes que tampoco ofrecen la mejor versión de su responsabilidad de educadores y autoridades que favorecen una degradación educativa al eliminar la repitencia o las amonestaciones, entre otros aspectos, alimentan un clima de tensión explosiva con situaciones que, lejos de resolverse, terminan escalando al plano judicial.

El caso de la toma de colegios es un buen ejemplo. ¿Tienen las medidas adoptadas contra quienes las convocan la fuerza ejemplificadora que deberían? Brindar educación y contención emocional presupone transmitir que determinadas situaciones no resisten análisis y que la expulsión puede ser la consecuencia. Las reglas de convivencia no pueden ser papel pintado. Una familia que encomienda a su hijo a la educación del Estado debe respetarlas y no pretender imponer las propias. Tampoco se trata distribuir reglamentos entre las familias, sino de armar espacios periódicos de encuentro y diálogo.

La proliferación de climas de trabajo problemático dentro de las escuelas conforma la realidad de numerosos países, tal como evidencian distintas evaluaciones internacionales. Ese precisamente es el primer paso: reconocer la situación y no pretender silenciarla puertas adentro. Solo así se podrá también trabajar en prevención.

Mientras que en la provincia de Buenos Aires hablamos de “contravenciones legales” que aplican a determinadas situaciones de conflicto y vulneración de derechos, en la Capital Federal no existe aún una figura que tipifique estas difíciles situaciones. Mientras los primeros ofrecen una Guía de Orientación e Intervención ad hoc, los segundos disponen de protocolos de actuación y han incluido más recientemente políticas de bienestar socioemocional.

No por nada, uno de cada dos estudiantes de nivel primario refiere violencia en sus hogares según estudios de Argentinos por la Educación, con más de la mitad de los alumnos del último grado de primaria que reconoce hablar de temas de violencia y abuso con alguien de la escuela.

Un buen diagnóstico es el primer paso. Le siguen la disposición a invertir tiempo y recursos en prevención, con especial atención en la capacitación y formación docente. Todo lo demás es llegar tarde.

La crisis de autoridad, la violencia y la falta de reconocimiento a los límites no solo afectan a las instituciones escolares. Cuando docentes y autoridades optan por hacerse los distraídos, ceden a planteos, renuncian a su capacidad para convocar al diálogo y a establecer y hacer respetar los límites, incluso abandonando su facultad de reclamar la intervención de la fuerza pública, el conflicto se retroalimenta. La confianza entre padres y escuela, cimentada también en el entendimiento de los objetivos educativos, debe servir para construir vínculos sólidos y respetuosos. Se trata de un tema delicado al que resulta sencillo cargar de palabras. Estamos ante otra arista dolorosa de nuestro presente educativo.

Demasiadas veces hemos dado cuenta desde este espacio editorial de condenables episodios de violencia en las escuelas. Desde el doloroso bullying, a alumnos armados en clase, pasando por amenazas, trifulcas o palizas propinadas a distintas víctimas. Una reciente nota publicada en LA NACION listó una larga sucesión de situaciones en las que padres o madres alterados enfrentaron a maestros o a autoridades de colegios al que concurren sus hijos. Los hechos no se concentran geográficamente sino que se reparten a lo largo del territorio nacional y confirmarían que, a pesar de no contar con estadísticas, la violencia escolar estaría en aumento con mayor protagonismo por parte de los adultos encargados de los estudiantes en cada familia.

Así como no nos cansamos de reflexionar sobre la necesidad de adecuar los sistemas de enseñanza a las nuevas realidades, es imperioso reconocer que la adaptación incluye muchas otras variables porque las características de la familia actual tampoco son las de hace varias décadas. Lo que sí se mantiene inalterable es la necesidad de articular entre ambas instituciones en beneficio de los menores de edad y de sus aprendizajes.

Familias exigidas en lo cotidiano, padres y madres que apelan a la violencia, docentes que tampoco ofrecen la mejor versión de su responsabilidad de educadores y autoridades que favorecen una degradación educativa al eliminar la repitencia o las amonestaciones, entre otros aspectos, alimentan un clima de tensión explosiva con situaciones que, lejos de resolverse, terminan escalando al plano judicial.

El caso de la toma de colegios es un buen ejemplo. ¿Tienen las medidas adoptadas contra quienes las convocan la fuerza ejemplificadora que deberían? Brindar educación y contención emocional presupone transmitir que determinadas situaciones no resisten análisis y que la expulsión puede ser la consecuencia. Las reglas de convivencia no pueden ser papel pintado. Una familia que encomienda a su hijo a la educación del Estado debe respetarlas y no pretender imponer las propias. Tampoco se trata distribuir reglamentos entre las familias, sino de armar espacios periódicos de encuentro y diálogo.

La proliferación de climas de trabajo problemático dentro de las escuelas conforma la realidad de numerosos países, tal como evidencian distintas evaluaciones internacionales. Ese precisamente es el primer paso: reconocer la situación y no pretender silenciarla puertas adentro. Solo así se podrá también trabajar en prevención.

Mientras que en la provincia de Buenos Aires hablamos de “contravenciones legales” que aplican a determinadas situaciones de conflicto y vulneración de derechos, en la Capital Federal no existe aún una figura que tipifique estas difíciles situaciones. Mientras los primeros ofrecen una Guía de Orientación e Intervención ad hoc, los segundos disponen de protocolos de actuación y han incluido más recientemente políticas de bienestar socioemocional.

No por nada, uno de cada dos estudiantes de nivel primario refiere violencia en sus hogares según estudios de Argentinos por la Educación, con más de la mitad de los alumnos del último grado de primaria que reconoce hablar de temas de violencia y abuso con alguien de la escuela.

Un buen diagnóstico es el primer paso. Le siguen la disposición a invertir tiempo y recursos en prevención, con especial atención en la capacitación y formación docente. Todo lo demás es llegar tarde.

La crisis de autoridad, la violencia y la falta de reconocimiento a los límites no solo afectan a las instituciones escolares. Cuando docentes y autoridades optan por hacerse los distraídos, ceden a planteos, renuncian a su capacidad para convocar al diálogo y a establecer y hacer respetar los límites, incluso abandonando su facultad de reclamar la intervención de la fuerza pública, el conflicto se retroalimenta. La confianza entre padres y escuela, cimentada también en el entendimiento de los objetivos educativos, debe servir para construir vínculos sólidos y respetuosos. Se trata de un tema delicado al que resulta sencillo cargar de palabras. Estamos ante otra arista dolorosa de nuestro presente educativo.

 Un buen diagnóstico, la elaboración de un plan y la debida capacitación son los primeros pasos para encarar una problemática que se agudiza año tras año  Read More