Este 13 de agosto, cumpliría cien años. Le faltó poco para celebrarlos. Corría el segundo día de la primavera de 2022 cuando Carlitos Balá pasó a la inmortalidad. Y esta no es una frase hecha, sino la más tangible certeza de un artista inmenso, que dejó una huella imborrable en varias generaciones de niños y niñas argentinos.
Estas líneas esperan poder sintetizar, si es que eso es posible, la trayectoria de un hombre que vivió para el humor y que jamás se corrió de su propia lógica, de sus modos ingenuos y de su repentismo naif. En definitiva, que esta crónica resulte para el lector “un kilo y dos pancitos”.
Sin ningún lugar a duda, Balá fue un creador de mohines y frases que aún hoy se repiten en las calles. El “gestito de idea” -realizado con mano derecha en alza y generando un círculo con los dedos para reconfirmar que algo salió bien-, o el famosísimo “sumbudrule” -representado por la mano derecha con los dedos en forma de “araña” y deslizado por la cabeza de una persona que causa desagrado-, fueron gestos que lo representaron cabalmente. Marca registrada. Carlos Balá fue el creador de un estilo propio y único.
Razones no faltan para que este 13 de agosto se inicie el “año del centenario de Balá” con un gran homenaje público en la sede comunal 15, que contará con la conducción de Silvina Chediek, y el lanzamiento de la campaña #Carlitos100, que buscará recordarlo desde las redes sociales.
No resultará sencillo en unos pocos párrafos aglutinar una vida de 97 años y una trayectoria de casi siete décadas, pero, “como el movimiento se demuestra andando, andemos”.
El “raro” de Olleros
Nació como Carlos Salim Balaá, hijo de padre de origen sirio y madre de ascendencia croata, pasó sus primeros años de infancia en Olleros 3951, en el corazón de Chacarita, el barrio que se convertiría en su terruño y que mencionaría una y otra vez.
Aunque, ya consagrado, vivió en un piso de Las Heras y Junín, con vista a la ciudad y el Río de la Plata, jamás se desapegó de esa barriada ni de la camiseta negra y roja del club de sus amores, que lo reverencia con un mural en su propia cancha de Villa Lynch. “Cada tanto paso por Chacarita, me gusta recordar”, sostuvo, alguna vez.
Aquella casa natal de la calle Olleros es un ícono arquitectónico de la zona, a cuyo valor patrimonial se le sumó convertirse en un hito turístico. Una placa en la puerta honra la memoria de su vecino ilustre.
Fue en esa arteria empedrada donde comenzó a divertir a los demás niños y también a los adultos. Se salía de la norma. “Nací para hacer reír”, solía reconocer.
Sin embargo, el pequeño Carlos Salim siempre fue un chico tímido y que, ya de adulto, no perdió esa condición; acaso por eso recurrió a las morisquetas que le permitían convertirse en un líder espontáneo. “¿Qué gusto tiene la sal? ¡Salado!”.
De Chacarita a Barracas
Cuando las audiencias ad hoc del barrio le confirmaron su destreza para el humor, Carlos Salim se envalentonó y buscó otros escenarios que no fueran las cuadras lindantes al camposanto más extenso de Buenos Aires o los livings de las casas de sus amigos. Fue por más.
Ese plus se lo daría nada menos que la línea de colectivos 39, quien hoy lo reverencia con su imagen ploteada en sus unidades. El actor subía a los coches -una platea de 21 butacas- e improvisaba breves sketches que los pasajeros celebraban. Al tiempo de reiterar la rutina, no solo los choferes lo conocían, sino también ese público cautivo que se movía de Chacarita a Barracas y viceversa. Un boleto cortado a mano por el chófer se convertía para muchos en el pase a la felicidad.
Su padre no veía con buenos ojos la predisposición de su hijo hacia el mundo del espectáculo, prefería una profesión más estable, con menos posibilidades de penurias económicas.
Sabiendo de la reticencia familiar, Carlos Salim Balaá se presentó en un certamen radial bajo el seudónimo de Carlos Valdez. Ganó. Finalmente, debió contarles a los suyos sobre la hazaña y, confirmando de su vocación, se pasó a llamar Carlos Balá, muy similar al nombre que registraba su documento de identidad.
Con todo, el joven, mientras discurría por lugares de poca monta para realizar sus rutinas de humor, se seguía ganando la vida en diversos oficios. A diferencia de su padre, su mamá disfrutaba con las ocurrencias de su hijo, al punto tal de que, cuando salían a pasear por el centro de la ciudad, podían improvisar juntos algunos números de humor.
Una de las “rutinas” favoritas del dúo era simular acento provinciano y sorprenderse al pasar por delante del obelisco porteño. “Se va a caer, se va a caer”, gritaban ambos y los transeúntes, primero asombrados y luego gozosos, celebraban con risas. En la famosa tienda Harrods, ubicada sobre la peatonal Florida, madre e hijo no dudaban en circular por las diferentes secciones y simular ser extranjeros que hablaban un inglés inentendible (ninguno de los dos manejaba ese idioma). Tal para cual.
El gran empujón
En 1955, ya con 30 años de edad, Delfor, un consagrado actor y animador, lo convocó para trabajar en el exitoso programa La revista dislocada, que salía por Radio Splendid. Un pasaporte al profesionalismo artístico. El primer personaje que le tocó interpretar fue el de una persona dubitativa que no podía hilvanar correctamente una frase. Fue un suceso, su primer éxito.
Balá siempre fue un “distinto”, un exótico al que, personaje mediante, nada lo amilanaba, al punto tal de que solía vestirse, “disfrazarse” especialmente, para sus interpretaciones en radio, cuando los estudios aún estaban lejos de contar con cámaras de video instaladas.
Tres años después del debut, y con motivo de una discusión con Delfor, se unió a los cómicos Alberto Locati y Jorge Marchesini para conformar un exitoso trío de humor que trabajó dos años seguidos. A comienzos de la década del sesenta, Carlos Balá se “independizó” y comenzó a transitar una sólida carrera artística de manera individual.
Telekermese musical, El show de Antonio Prieto y El show de Paulette Christian, todos emitidos por Canal 7, fueron algunos de los ciclos que lo contaron en sus elencos estables.
En 1962 lo convocaron para interpretar el personaje de Joe Bazooka (la famosa marca de chicles auspiciaba el envío), en reemplazo de Alberto Olmedo. Joe era un jovencito que, al consumir goma de mascar, se convertía en una suerte de superhéroe. “Ya mismo y sin cambiar de andén”.
La consagración
Un año después, con libros del debutante Gerardo Sofovich, logró tener su primer programa de televisión propio: Balamicina (Canal 9). En ese tiempo, otro personaje icónico vería la luz, nada menos que Canuto Cañete, un soldado torpe, que primero hizo de las suyas en teatro y luego se traspoló a la televisión y el cine.
Con Goar Mestre al frente del antiguo Canal 13, llamado entonces “escuela de la televisión”, le dio forma a su propio show. A El soldado Balá le siguieron los ciclos El flequillo de Balá (con libro de Aldo Cammarotta), El clan de Balá (escrito por Juan Carlos Mesa, Jorge Basurto y Carlos Garaycochea), El circo de Balá y, posteriormente, El show de Carlitos Balá. Para entonces, el actor y humorista ya era un referente de los públicos infantiles.
Su enorme injerencia popular llevó a que las productoras cinematográficas más importantes de nuestro país se interesaran por su figura. Carlos Balá filmó 18 films, todos de tono familiar.
Entre sus películas más recordadas se destacan Canuto Cañete y los 40 ladrones, Esto es alegría, Brigada en acción, Las locuras del profesor, El tío disparate y Dos locos en el aire, entre otros títulos.
Lejos de la política
Una noche, en plena década del 90, Carlos Balá se encontraba acostado en su piso de Recoleta, mirando televisión junto a su esposa Martha, como lo hacía habitualmente; una rutina que disfrutaba mucho.
Al matrimonio lo sorprendió el teléfono, que no solía sonar cerca de la medianoche. Atendió el actor y, en primera instancia, pensó que se trataba de una broma cuando le dijeron que se comunicaban de parte de Carlos Saúl Menem, entonces Presidente de la Nación, para invitarlo a la Quinta Presidencial de Olivos. “¿Ahora?”, respondió el actor.
Menem, un “cholulo” que le gustaba rodearse de las celebridades de la farándula, podía encapricharse con una figura y convocarla en cualquier horario. “No, dígale al presidente que, a esta hora, nosotros descansamos”, respondió terminante Balá, quien nunca fue partícipe de involucrarse en cuestiones de política.
En diversas oportunidades, lo tentaron para manifestar alguna simpatía partidaria, pero los emisarios de los popes de los grandes partidos jamás lograron tal cometido.
En tiempos de la dictadura militar que se inició en 1976, el actor contó con su propio show en Argentina Televisora Color (ATC), ex Canal 7 y actual TV Pública. Desde hacía tiempo, su programa infantil se emitía en el horario central nocturno y se ubicaba en las preferencias del público, posicionándose entre los que mejores mediciones de rating cosechaban, toda una rareza ya que los espacios infantiles solían ocupar franjas matutinas o vespertinas.
A pesar del suceso, en 1982 -tiempo en el que todas las señales abiertas estaban intervenidas por el Estado Nacional- el gobierno de facto les puso un tope a los salarios de las grandes estrellas de la televisión.
Por decreto, nadie podría ganar más de 3200 millones de pesos, algo así como 3000 dólares mensuales. La medida afectó a estrellas como Mirtha Legrand y al propio Balá, quienes prefirieron discontinuar sus tareas frente a cámaras.
Hasta entonces, Balá había sido una usina productiva que facturaba abultadas cifras, no solo en la televisión, sino también con extensas temporadas de teatro en Buenos Aires, Mar del Plata y las principales capitales del país (muchas veces bajo el formato de “carpa de circo”), algunos emprendimientos de merchandising y la venta de discos. Las canciones de su programa eran hits que todos coreaban con el famoso “Aquí llegó Balá” a la cabeza.
Alguna vez, se quiso ensuciar su imagen por haber filmado, durante la dictadura militar, películas como Dos locos en el aire o Brigada en acción -ambas dirigidas por Palito Ortega-, con referencias a las Fuerzas Armadas; pero el actor siempre buscó despegarse de ese tipo de connotaciones que podrían acarrear dichas películas.
“Señoras, señores y por qué no lactántricos, tengan ustedes muy buena imagen”.
En familia
Así como debutó profesionalmente a los 30 años, también se tomó su tiempo para formalizar su vida afectiva. Eran los tiempos previos a La revista dislocada cuando conoció a Martha Venturiello, quien sería su esposa de toda la vida y la madre de sus dos hijos, Laura y Martín.
Carlos Balá tenía cerca de 30 años y la chica que lo conquistó apenas había cumplido los 18. Estuvieron siete años de novio hasta que contrajeron enlace, en 1962.
Carlos y Martha conformaron un matrimonio unido, “chapado a la antigua”. Ella jamás se despegaba de él y, aunque no pertenecía al mundo artístico, lo acompañaba a todos lados. Elegante, simpática y de muy bajo perfil, nunca buscó sobresalir, aunque era una suerte de ayudante todoterreno.
El actor prefería no contar con representante y negociar él mismo sus contratos. Solo un secretario lo ayudaba en tareas artísticas y Martha, en más de una oportunidad, era la que organizaba los regalos, cartas y chupetes que los niños enviaban al domicilio particular del actor.
Este cronista fue testigo de primera mano de los biblioratos que el ídolo atesoraba en su escritorio, en cuyas páginas de conservaban cientos y cientos de dibujos y cartas que sus admiradores le enviaban.
En los canales de televisión donde ofreció su programa quedaron archivados varios “chupetómetro”, el recipiente donde el actor depositaba los chupetes que los niños ofrendaban como un acto de valentía y que marcaba -un poco a disgusto- el fin de ese hábito que “deformaba los dientes”, tal como sostenía Balá para impulsar la campaña tan celebrada por padres y odontólogos.
“¿Cómo son los nenitos del jardín?”, solía preguntar. Y la tribuna del estudio 2 de ATC respondía a coro “chiquititooooos”. Un ida y vuelta solo para entendidos.
Carlitos Balá sentía devoción por su público, al punto tal que, en una oportunidad, no dudó en viajar especialmente hasta la ciudad de Rosario para visitar a un niño internado en grave estado en un hospital público de la ciudad.
A diferencia de lo que sucedía -y sucede- con algunos artistas que dirigen su trabajo al público infantil, el actor también era seguido por los adultos, quienes disfrutaban tanto como los niños de las humoradas de sus sketches. Para los “grandes”, no era un desconocido ni mucho menos.
Una mañana, en una de sus habituales caminatas por el barrio de Recoleta, se topó con un barrendero, quien lo saludó cordialmente. El actor no dudó en estrecharle la mano, gesto que al servidor público lo conmovió. “Ese hombre me dijo: ‘A nosotros nadie nos da la mano, mucho menos un famoso, porque piensan que las tenemos infectadas’”, contó, alguna vez, el humorista.
Si bien Laura y Martín no siguieron sus pasos artísticos, su nieta Laura Gelfi (Lala Balá), hija de su hija, se convirtió en una cocinera renombrada.
“Petronilo, pegá la vuelta, la Argentina te queda chica, necesitás dos números más”.
Despedida
En sus últimos años, fue convocado por artistas como el payaso Piñón Fijo y la animadora infantil Panam, con quienes compartió escenarios y la grabación de temas musicales. La llama de Carlitos Balá nunca se apagó
El 11 de diciembre de 2009 la Legislatura de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires lo declaró Personalidad Destacada de la Cultura. Hasta prácticamente el final de su vida, mostró su misma estampa y hasta conservó su flequillo identitario. “¡Qué lindoooo!”.
Homenajes
El canal Volver estrenará, el 13 de agosto a las 22, el especial Balá 100, dividido en cuatro episodios, bajo la tutela, producción y dirección de Esteban Farfán, un profesional de los medios, conocedor exhaustivo de la historia del espectáculo argentino y un fanático del hombre que luciera hasta sus últimos días un flequillo distintivo e imperturbable.
En Balá 100, prestaron su testimonio más de 50 celebridades recordando al ídolo, entre las que se cuentan Mirtha Legrand, Guillermo Francella y Adrián Suar.
Porteño hasta la médula, el cómico también será homenajeado con una flota de taxis que llevará su rostro ilustrado en sus puertas. Además, Sony Music lanzará la versión del tema “Aquí llegó Balá”, un himno de Carlitos, interpretado por Los Auténticos Decadentes.
Acompañando la celebración, el 30 de agosto se realizará la “Balá Fest”, un festival en torno al humorista que se montará en el playón donde estacionan los colectivos de la línea 39, en Jorge Newbery y Guevara, cerca de la casa natal del ídolo. Allí se pintará un gran mural conmemorativo. Los coches de la 39 ya lucen un sticker con su rostro desde hace varios años. También en Chacarita, la famosa pizzería El imperio de la pizza recibe a sus comensales con una estatua en tamaño real que reproduce la figura de Balá.
El 22 de septiembre de 2022 pasó a la inmortalidad, convirtiéndose en una leyenda del espectáculo argentino. Un inolvidable, como suele suceder con quienes alimentan el espíritu de los niños y hacen sonreír a todo un país. Con él se fueron Petronilo y el perro Angueto (invisible). Canuto Cañete y Miserio (el hombre ahorrativo hasta el paroxismo).
Cuando Balá falleció, se generó una vigilia conmovedora que convocó a miles de fanáticos, que luego acompañaron el cortejo hasta el Cementerio de la Chacarita. Como una voltereta del destino, el ídolo descansa en la barriada que lo vio nacer y él amó. Una “aneda”, diría Carlitos.
“Nací para hacer reír”, sostuvo siempre. El día que partió, millones de argentinos deseaban que la noticia no fuera cierta y que repentinamente se escuchase la esperanzadora frase: “Nos vemos, ¡ea ea pe pé!”.
Este 13 de agosto, cumpliría cien años. Le faltó poco para celebrarlos. Corría el segundo día de la primavera de 2022 cuando Carlitos Balá pasó a la inmortalidad. Y esta no es una frase hecha, sino la más tangible certeza de un artista inmenso, que dejó una huella imborrable en varias generaciones de niños y niñas argentinos.
Estas líneas esperan poder sintetizar, si es que eso es posible, la trayectoria de un hombre que vivió para el humor y que jamás se corrió de su propia lógica, de sus modos ingenuos y de su repentismo naif. En definitiva, que esta crónica resulte para el lector “un kilo y dos pancitos”.
Sin ningún lugar a duda, Balá fue un creador de mohines y frases que aún hoy se repiten en las calles. El “gestito de idea” -realizado con mano derecha en alza y generando un círculo con los dedos para reconfirmar que algo salió bien-, o el famosísimo “sumbudrule” -representado por la mano derecha con los dedos en forma de “araña” y deslizado por la cabeza de una persona que causa desagrado-, fueron gestos que lo representaron cabalmente. Marca registrada. Carlos Balá fue el creador de un estilo propio y único.
Razones no faltan para que este 13 de agosto se inicie el “año del centenario de Balá” con un gran homenaje público en la sede comunal 15, que contará con la conducción de Silvina Chediek, y el lanzamiento de la campaña #Carlitos100, que buscará recordarlo desde las redes sociales.
No resultará sencillo en unos pocos párrafos aglutinar una vida de 97 años y una trayectoria de casi siete décadas, pero, “como el movimiento se demuestra andando, andemos”.
El “raro” de Olleros
Nació como Carlos Salim Balaá, hijo de padre de origen sirio y madre de ascendencia croata, pasó sus primeros años de infancia en Olleros 3951, en el corazón de Chacarita, el barrio que se convertiría en su terruño y que mencionaría una y otra vez.
Aunque, ya consagrado, vivió en un piso de Las Heras y Junín, con vista a la ciudad y el Río de la Plata, jamás se desapegó de esa barriada ni de la camiseta negra y roja del club de sus amores, que lo reverencia con un mural en su propia cancha de Villa Lynch. “Cada tanto paso por Chacarita, me gusta recordar”, sostuvo, alguna vez.
Aquella casa natal de la calle Olleros es un ícono arquitectónico de la zona, a cuyo valor patrimonial se le sumó convertirse en un hito turístico. Una placa en la puerta honra la memoria de su vecino ilustre.
Fue en esa arteria empedrada donde comenzó a divertir a los demás niños y también a los adultos. Se salía de la norma. “Nací para hacer reír”, solía reconocer.
Sin embargo, el pequeño Carlos Salim siempre fue un chico tímido y que, ya de adulto, no perdió esa condición; acaso por eso recurrió a las morisquetas que le permitían convertirse en un líder espontáneo. “¿Qué gusto tiene la sal? ¡Salado!”.
De Chacarita a Barracas
Cuando las audiencias ad hoc del barrio le confirmaron su destreza para el humor, Carlos Salim se envalentonó y buscó otros escenarios que no fueran las cuadras lindantes al camposanto más extenso de Buenos Aires o los livings de las casas de sus amigos. Fue por más.
Ese plus se lo daría nada menos que la línea de colectivos 39, quien hoy lo reverencia con su imagen ploteada en sus unidades. El actor subía a los coches -una platea de 21 butacas- e improvisaba breves sketches que los pasajeros celebraban. Al tiempo de reiterar la rutina, no solo los choferes lo conocían, sino también ese público cautivo que se movía de Chacarita a Barracas y viceversa. Un boleto cortado a mano por el chófer se convertía para muchos en el pase a la felicidad.
Su padre no veía con buenos ojos la predisposición de su hijo hacia el mundo del espectáculo, prefería una profesión más estable, con menos posibilidades de penurias económicas.
Sabiendo de la reticencia familiar, Carlos Salim Balaá se presentó en un certamen radial bajo el seudónimo de Carlos Valdez. Ganó. Finalmente, debió contarles a los suyos sobre la hazaña y, confirmando de su vocación, se pasó a llamar Carlos Balá, muy similar al nombre que registraba su documento de identidad.
Con todo, el joven, mientras discurría por lugares de poca monta para realizar sus rutinas de humor, se seguía ganando la vida en diversos oficios. A diferencia de su padre, su mamá disfrutaba con las ocurrencias de su hijo, al punto tal de que, cuando salían a pasear por el centro de la ciudad, podían improvisar juntos algunos números de humor.
Una de las “rutinas” favoritas del dúo era simular acento provinciano y sorprenderse al pasar por delante del obelisco porteño. “Se va a caer, se va a caer”, gritaban ambos y los transeúntes, primero asombrados y luego gozosos, celebraban con risas. En la famosa tienda Harrods, ubicada sobre la peatonal Florida, madre e hijo no dudaban en circular por las diferentes secciones y simular ser extranjeros que hablaban un inglés inentendible (ninguno de los dos manejaba ese idioma). Tal para cual.
El gran empujón
En 1955, ya con 30 años de edad, Delfor, un consagrado actor y animador, lo convocó para trabajar en el exitoso programa La revista dislocada, que salía por Radio Splendid. Un pasaporte al profesionalismo artístico. El primer personaje que le tocó interpretar fue el de una persona dubitativa que no podía hilvanar correctamente una frase. Fue un suceso, su primer éxito.
Balá siempre fue un “distinto”, un exótico al que, personaje mediante, nada lo amilanaba, al punto tal de que solía vestirse, “disfrazarse” especialmente, para sus interpretaciones en radio, cuando los estudios aún estaban lejos de contar con cámaras de video instaladas.
Tres años después del debut, y con motivo de una discusión con Delfor, se unió a los cómicos Alberto Locati y Jorge Marchesini para conformar un exitoso trío de humor que trabajó dos años seguidos. A comienzos de la década del sesenta, Carlos Balá se “independizó” y comenzó a transitar una sólida carrera artística de manera individual.
Telekermese musical, El show de Antonio Prieto y El show de Paulette Christian, todos emitidos por Canal 7, fueron algunos de los ciclos que lo contaron en sus elencos estables.
En 1962 lo convocaron para interpretar el personaje de Joe Bazooka (la famosa marca de chicles auspiciaba el envío), en reemplazo de Alberto Olmedo. Joe era un jovencito que, al consumir goma de mascar, se convertía en una suerte de superhéroe. “Ya mismo y sin cambiar de andén”.
La consagración
Un año después, con libros del debutante Gerardo Sofovich, logró tener su primer programa de televisión propio: Balamicina (Canal 9). En ese tiempo, otro personaje icónico vería la luz, nada menos que Canuto Cañete, un soldado torpe, que primero hizo de las suyas en teatro y luego se traspoló a la televisión y el cine.
Con Goar Mestre al frente del antiguo Canal 13, llamado entonces “escuela de la televisión”, le dio forma a su propio show. A El soldado Balá le siguieron los ciclos El flequillo de Balá (con libro de Aldo Cammarotta), El clan de Balá (escrito por Juan Carlos Mesa, Jorge Basurto y Carlos Garaycochea), El circo de Balá y, posteriormente, El show de Carlitos Balá. Para entonces, el actor y humorista ya era un referente de los públicos infantiles.
Su enorme injerencia popular llevó a que las productoras cinematográficas más importantes de nuestro país se interesaran por su figura. Carlos Balá filmó 18 films, todos de tono familiar.
Entre sus películas más recordadas se destacan Canuto Cañete y los 40 ladrones, Esto es alegría, Brigada en acción, Las locuras del profesor, El tío disparate y Dos locos en el aire, entre otros títulos.
Lejos de la política
Una noche, en plena década del 90, Carlos Balá se encontraba acostado en su piso de Recoleta, mirando televisión junto a su esposa Martha, como lo hacía habitualmente; una rutina que disfrutaba mucho.
Al matrimonio lo sorprendió el teléfono, que no solía sonar cerca de la medianoche. Atendió el actor y, en primera instancia, pensó que se trataba de una broma cuando le dijeron que se comunicaban de parte de Carlos Saúl Menem, entonces Presidente de la Nación, para invitarlo a la Quinta Presidencial de Olivos. “¿Ahora?”, respondió el actor.
Menem, un “cholulo” que le gustaba rodearse de las celebridades de la farándula, podía encapricharse con una figura y convocarla en cualquier horario. “No, dígale al presidente que, a esta hora, nosotros descansamos”, respondió terminante Balá, quien nunca fue partícipe de involucrarse en cuestiones de política.
En diversas oportunidades, lo tentaron para manifestar alguna simpatía partidaria, pero los emisarios de los popes de los grandes partidos jamás lograron tal cometido.
En tiempos de la dictadura militar que se inició en 1976, el actor contó con su propio show en Argentina Televisora Color (ATC), ex Canal 7 y actual TV Pública. Desde hacía tiempo, su programa infantil se emitía en el horario central nocturno y se ubicaba en las preferencias del público, posicionándose entre los que mejores mediciones de rating cosechaban, toda una rareza ya que los espacios infantiles solían ocupar franjas matutinas o vespertinas.
A pesar del suceso, en 1982 -tiempo en el que todas las señales abiertas estaban intervenidas por el Estado Nacional- el gobierno de facto les puso un tope a los salarios de las grandes estrellas de la televisión.
Por decreto, nadie podría ganar más de 3200 millones de pesos, algo así como 3000 dólares mensuales. La medida afectó a estrellas como Mirtha Legrand y al propio Balá, quienes prefirieron discontinuar sus tareas frente a cámaras.
Hasta entonces, Balá había sido una usina productiva que facturaba abultadas cifras, no solo en la televisión, sino también con extensas temporadas de teatro en Buenos Aires, Mar del Plata y las principales capitales del país (muchas veces bajo el formato de “carpa de circo”), algunos emprendimientos de merchandising y la venta de discos. Las canciones de su programa eran hits que todos coreaban con el famoso “Aquí llegó Balá” a la cabeza.
Alguna vez, se quiso ensuciar su imagen por haber filmado, durante la dictadura militar, películas como Dos locos en el aire o Brigada en acción -ambas dirigidas por Palito Ortega-, con referencias a las Fuerzas Armadas; pero el actor siempre buscó despegarse de ese tipo de connotaciones que podrían acarrear dichas películas.
“Señoras, señores y por qué no lactántricos, tengan ustedes muy buena imagen”.
En familia
Así como debutó profesionalmente a los 30 años, también se tomó su tiempo para formalizar su vida afectiva. Eran los tiempos previos a La revista dislocada cuando conoció a Martha Venturiello, quien sería su esposa de toda la vida y la madre de sus dos hijos, Laura y Martín.
Carlos Balá tenía cerca de 30 años y la chica que lo conquistó apenas había cumplido los 18. Estuvieron siete años de novio hasta que contrajeron enlace, en 1962.
Carlos y Martha conformaron un matrimonio unido, “chapado a la antigua”. Ella jamás se despegaba de él y, aunque no pertenecía al mundo artístico, lo acompañaba a todos lados. Elegante, simpática y de muy bajo perfil, nunca buscó sobresalir, aunque era una suerte de ayudante todoterreno.
El actor prefería no contar con representante y negociar él mismo sus contratos. Solo un secretario lo ayudaba en tareas artísticas y Martha, en más de una oportunidad, era la que organizaba los regalos, cartas y chupetes que los niños enviaban al domicilio particular del actor.
Este cronista fue testigo de primera mano de los biblioratos que el ídolo atesoraba en su escritorio, en cuyas páginas de conservaban cientos y cientos de dibujos y cartas que sus admiradores le enviaban.
En los canales de televisión donde ofreció su programa quedaron archivados varios “chupetómetro”, el recipiente donde el actor depositaba los chupetes que los niños ofrendaban como un acto de valentía y que marcaba -un poco a disgusto- el fin de ese hábito que “deformaba los dientes”, tal como sostenía Balá para impulsar la campaña tan celebrada por padres y odontólogos.
“¿Cómo son los nenitos del jardín?”, solía preguntar. Y la tribuna del estudio 2 de ATC respondía a coro “chiquititooooos”. Un ida y vuelta solo para entendidos.
Carlitos Balá sentía devoción por su público, al punto tal que, en una oportunidad, no dudó en viajar especialmente hasta la ciudad de Rosario para visitar a un niño internado en grave estado en un hospital público de la ciudad.
A diferencia de lo que sucedía -y sucede- con algunos artistas que dirigen su trabajo al público infantil, el actor también era seguido por los adultos, quienes disfrutaban tanto como los niños de las humoradas de sus sketches. Para los “grandes”, no era un desconocido ni mucho menos.
Una mañana, en una de sus habituales caminatas por el barrio de Recoleta, se topó con un barrendero, quien lo saludó cordialmente. El actor no dudó en estrecharle la mano, gesto que al servidor público lo conmovió. “Ese hombre me dijo: ‘A nosotros nadie nos da la mano, mucho menos un famoso, porque piensan que las tenemos infectadas’”, contó, alguna vez, el humorista.
Si bien Laura y Martín no siguieron sus pasos artísticos, su nieta Laura Gelfi (Lala Balá), hija de su hija, se convirtió en una cocinera renombrada.
“Petronilo, pegá la vuelta, la Argentina te queda chica, necesitás dos números más”.
Despedida
En sus últimos años, fue convocado por artistas como el payaso Piñón Fijo y la animadora infantil Panam, con quienes compartió escenarios y la grabación de temas musicales. La llama de Carlitos Balá nunca se apagó
El 11 de diciembre de 2009 la Legislatura de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires lo declaró Personalidad Destacada de la Cultura. Hasta prácticamente el final de su vida, mostró su misma estampa y hasta conservó su flequillo identitario. “¡Qué lindoooo!”.
Homenajes
El canal Volver estrenará, el 13 de agosto a las 22, el especial Balá 100, dividido en cuatro episodios, bajo la tutela, producción y dirección de Esteban Farfán, un profesional de los medios, conocedor exhaustivo de la historia del espectáculo argentino y un fanático del hombre que luciera hasta sus últimos días un flequillo distintivo e imperturbable.
En Balá 100, prestaron su testimonio más de 50 celebridades recordando al ídolo, entre las que se cuentan Mirtha Legrand, Guillermo Francella y Adrián Suar.
Porteño hasta la médula, el cómico también será homenajeado con una flota de taxis que llevará su rostro ilustrado en sus puertas. Además, Sony Music lanzará la versión del tema “Aquí llegó Balá”, un himno de Carlitos, interpretado por Los Auténticos Decadentes.
Acompañando la celebración, el 30 de agosto se realizará la “Balá Fest”, un festival en torno al humorista que se montará en el playón donde estacionan los colectivos de la línea 39, en Jorge Newbery y Guevara, cerca de la casa natal del ídolo. Allí se pintará un gran mural conmemorativo. Los coches de la 39 ya lucen un sticker con su rostro desde hace varios años. También en Chacarita, la famosa pizzería El imperio de la pizza recibe a sus comensales con una estatua en tamaño real que reproduce la figura de Balá.
El 22 de septiembre de 2022 pasó a la inmortalidad, convirtiéndose en una leyenda del espectáculo argentino. Un inolvidable, como suele suceder con quienes alimentan el espíritu de los niños y hacen sonreír a todo un país. Con él se fueron Petronilo y el perro Angueto (invisible). Canuto Cañete y Miserio (el hombre ahorrativo hasta el paroxismo).
Cuando Balá falleció, se generó una vigilia conmovedora que convocó a miles de fanáticos, que luego acompañaron el cortejo hasta el Cementerio de la Chacarita. Como una voltereta del destino, el ídolo descansa en la barriada que lo vio nacer y él amó. Una “aneda”, diría Carlitos.
“Nací para hacer reír”, sostuvo siempre. El día que partió, millones de argentinos deseaban que la noticia no fuera cierta y que repentinamente se escuchase la esperanzadora frase: “Nos vemos, ¡ea ea pe pé!”.
Este miércoles 13, con un acto central conducido por Silvina Chediek, se iniciarán los homenajes, que incluyen un especial en TV y un festival en la ciudad Read More