Luego de un paso fallido por Disney (le decían que su mirada era “demasiado oscura” para el alegre mundo de Mickey y compañía), Tim Burton estaba a la búsqueda de su lugar en Hollywood. Los personajes que invadían su imaginario, criaturas de pesadilla atravesadas por la melancolía, parecían no tener lugar en la industria. Pero frente a la convicción de hacerse un nombre propio, el director aceptó una comedia por encargo, basada en un personaje televisivo muy de moda en esa época.
Estrenada en 1985, La gran aventura de Pee Wee se convirtió en un éxito de taquilla, que catapultó a Burton como una de las nuevas promesas de Hollywood. De golpe, los estudios comenzaban a tener en cuenta a ese realizador, que con menos de treinta años, era el mascarón de proa de una nueva generación de directores. Burton prometía aires de renovación, y Warner Bros. le ofreció una película basada en una de sus mayores propiedades intelectuales: Batman. Aunque no era un apasionado lector de cómics, él aceptó ese proyecto por la oscuridad y la estética gótica que circula alrededor de dicho personaje. Sin embargo, las negociaciones exigían tiempos tan extensos, que en el mientras tanto el realizador podía hacer otro film, y así fue cómo llegó a sus manos la historia de una atípica criatura.
El guion original de Michael McDowell giraba alrededor de un demonio con aspecto de reptil, que hostigaba a una familia y especialmente a su hija, una adolescente llamada Lydia. El villano convertía la vida de la joven en una pesadilla, en el transcurso de un relato enormemente opresivo. Burton estaba encantado con el planteo pero no le gustaba ese tono marcadamente de terror, y por eso se dispuso a hacer una serie de modificaciones en el guion. De ese modo, el demonio se convirtió en un fantasma de extravagante apariencia, y el clima del relato viró hacia la comedia. A pesar de que los productores originalmente querían a Wes Craven para dirigir, la óptica de Burton terminó por convencerlos y el joven realizador pudo ocuparse del proyecto.
Keaton, el único Beetlejuice
Nombrado así en honor a la constelación Betelgeuse, el fantasma Beetlejuice era el principal gancho de la historia (aunque su tiempo en pantalla iba a ser considerablemente inferior al del resto de los protagonistas). La historia giraba alrededor de un matrimonio compuesto por Adam (Alec Baldwin) y Barbara (Geena Davis), quienes luego de morir en un accidente, quedaban confinados en su casa como fantasmas. Frente a la llegada de una pretenciosa pareja a ese mismo hogar, la pareja de muertos recurren a un espectro llamado Beetlejuice (Michael Keaton), para que los ayude a espantar a los indeseados visitantes. Pero la criatura termina por empeorar la situación, y los fantasmas deberán buscar la forma de eliminar a quien debía ayudarlos.
Burton sabía que Beetlejuice debía ser personificado por un actor que tuviera un carisma todoterreno, y su sorpresiva decisión fue proponer a Sammy Davis Jr. en ese rol. Pero los productores desecharon rápidamente esa idea, a pesar de la insistencia del realizador.
La segunda opción para Beetlejuice, aún más llamativa que la de Davis Jr., era ni más ni menos que Arnold Schwarzenegger. Por esos años, el fisicoculturista devenido a héroe de acción, estaba muy lejos de hacer comedia (un rubro al que, sin embargo, llegaría muy poco después), y por eso rechazó la oferta. De esa manera, comenzó el habitual desfile de aspirantes a ser Beetlejuice, una lista en la que figuraba Dustin Hoffman, Robin Williams, Christopher Lloyd, Jack Nicholson, Bill Murray e incluso Robert De Niro. Por desinterés o por cuestiones de agenda, ninguno de esos nombres prosperó como un posible Beetlejuice, y así apareció en el mapa Michael Keaton.
Inicialmente, a Keaton no le interesaba la idea, había leído el guion y no entendía cuál era el supuesto encanto del personaje. Pero luego de ver La gran aventura de Pee Wee, le gustó la impronta de Burton y accedió a reunirse con él. Esa charla alcanzó para que cambiara de idea, y aceptara ponerse en la piel del extravagante espectro. Keaton se comprometió enormemente con el estilo de Beetlejuice, y le pidió a los maquilladores que diseñaran su look “como si hubiera metido los dedos en el enchufe”. Con respecto al vestuario, la idea fue vestirlo con piezas de distintos períodos, porque para el director se trataba de alguien “que había vivido en todas las épocas, sin vivir realmente en ninguna”.
El musical que casi queda afuera
Con Michael Keaton a bordo, la producción se dedicó a buscar al resto del elenco. Para el papel de Lydia, la adolescente que puede ver a los fantasmas, Burton quería a Winona Ryder, a la que había conocido a través del film Lucas, la inocencia del primer amor. Para Delia, la insoportable mujer dueña de un cuestionable paladar para el arte, el director buscó a Anjelica Huston, pero esa actriz no pudo aceptar la propuesta por problemas de agenda; ese rol finalmente quedó en manos de Catherine O´Hara, que se sumó entusiasmada ante la presencia de Keaton.
El rodaje de Beetlejuice exigió una gran inventiva por parte de los responsables de efectos visuales. De los quince millones invertidos en el largometraje, el estudio destinó solamente un millón de dólares para los efectos. Eso le exigió al equipo tener que producir muchos de los trucos visuales de manera artesanal, pero eso le gustaba a Burton, que buscaba para su obra una estética muy clase B.
Con la película terminada, los ejecutivos de Warner se mostraron muy conformes, aunque hubo una escena que no terminaba de convencer a Burton. Se trataba de ese momento, hoy icónico, en el que una cena se convierte en un divertido baile, al ritmo de Harry Belafonte y de la canción “Day-O”. El realizador sentía que la secuencia no era graciosa, y dudó mucho en si debía quitarla o no. Afortunadamente no lo hizo, y ese momento aún hoy es de los favoritos del público. En 2010, cuando murió el actor Glenn Shadix (presente en esa escena, en la piel de Otho), durante su funeral sonó “Day-O” en su homenaje.
Beetlejuice triunfante
Contra todos los pronósticos, en las exhibiciones de testeo el público se mostraba encariñado con Beetlejuice. El demonio, que debía ser el villano, resultaba tan fascinante que los espectadores le guardaban una gran simpatía. Sin lugar a dudas, eso tenía que ver con Keaton y su forma de representar a una criatura que, a pesar de ser despreciable, tenía un innegable encanto.
En la primera versión del film, Beetlejuice terminaba atrapado a merced de los gusanos del desierto, pero luego de ver la reacción descontenta del público, Burton debió cambiar el final para darle a su protagonista un cierre un poco más amable, que lo encuentra con su cabeza encogida y sometido a una eterna sala de espera (atendida, dicho sea de paso, por una extraña Miss Argentina).
Cuando el largometraje llegó a los cines, en marzo de 1988, se convirtió en un gran éxito. De los 15 millones invertidos, el título recaudó solo en Estados Unidos, casi 75 millones de dólares, convirtiéndose en la décima producción más vista durante ese año. En varias oportunidades, Keaton aseguró que este era su trabajo favorito de todos en las que realizó en la pantalla. La libertad que le brindó Burton, quien le permitió improvisar el diálogo de casi todas sus escenas, fue muy valorada por el actor. Entre ambos pronto se formó una sociedad muy fructífera, que los llevó a trabajar nuevamente en varias películas, entre las que se destacan Batman y Batman vuelve.
La gran performance de Beetlejuice en la taquilla pronto disparó los rumores de una secuela. Durante los años 90, Keaton y Winona Ryder estaban muy entusiasmados con la posibilidad de filmar Beetlejuice goes Hawaian, una continuación que jamás llegó a realizarse, debido a toda clase de contratiempos. Burton eventualmente perdió interés en ese proyecto y siguió adelante con una muy prolífica carrera.
Luego del tortuoso proceso de dirigir Dumbo, el realizador sentía que su carrera había llegado a su final, y que no había nuevas ideas que le interesaran. En ese momento, Beetlejuice apareció nuevamente en el horizonte, y la tan demorada continuación le permitió a Burton reencontrarse con uno de sus primeros amores cinematográficos. De esa forma, y a 36 años del primer film, el estreno de Beetlejuice Beetlejuice marca el regreso no solo del fascinante espectro, sino también de esa gran sociedad que conforman Keaton y Burton.
Luego de un paso fallido por Disney (le decían que su mirada era “demasiado oscura” para el alegre mundo de Mickey y compañía), Tim Burton estaba a la búsqueda de su lugar en Hollywood. Los personajes que invadían su imaginario, criaturas de pesadilla atravesadas por la melancolía, parecían no tener lugar en la industria. Pero frente a la convicción de hacerse un nombre propio, el director aceptó una comedia por encargo, basada en un personaje televisivo muy de moda en esa época.
Estrenada en 1985, La gran aventura de Pee Wee se convirtió en un éxito de taquilla, que catapultó a Burton como una de las nuevas promesas de Hollywood. De golpe, los estudios comenzaban a tener en cuenta a ese realizador, que con menos de treinta años, era el mascarón de proa de una nueva generación de directores. Burton prometía aires de renovación, y Warner Bros. le ofreció una película basada en una de sus mayores propiedades intelectuales: Batman. Aunque no era un apasionado lector de cómics, él aceptó ese proyecto por la oscuridad y la estética gótica que circula alrededor de dicho personaje. Sin embargo, las negociaciones exigían tiempos tan extensos, que en el mientras tanto el realizador podía hacer otro film, y así fue cómo llegó a sus manos la historia de una atípica criatura.
El guion original de Michael McDowell giraba alrededor de un demonio con aspecto de reptil, que hostigaba a una familia y especialmente a su hija, una adolescente llamada Lydia. El villano convertía la vida de la joven en una pesadilla, en el transcurso de un relato enormemente opresivo. Burton estaba encantado con el planteo pero no le gustaba ese tono marcadamente de terror, y por eso se dispuso a hacer una serie de modificaciones en el guion. De ese modo, el demonio se convirtió en un fantasma de extravagante apariencia, y el clima del relato viró hacia la comedia. A pesar de que los productores originalmente querían a Wes Craven para dirigir, la óptica de Burton terminó por convencerlos y el joven realizador pudo ocuparse del proyecto.
Keaton, el único Beetlejuice
Nombrado así en honor a la constelación Betelgeuse, el fantasma Beetlejuice era el principal gancho de la historia (aunque su tiempo en pantalla iba a ser considerablemente inferior al del resto de los protagonistas). La historia giraba alrededor de un matrimonio compuesto por Adam (Alec Baldwin) y Barbara (Geena Davis), quienes luego de morir en un accidente, quedaban confinados en su casa como fantasmas. Frente a la llegada de una pretenciosa pareja a ese mismo hogar, la pareja de muertos recurren a un espectro llamado Beetlejuice (Michael Keaton), para que los ayude a espantar a los indeseados visitantes. Pero la criatura termina por empeorar la situación, y los fantasmas deberán buscar la forma de eliminar a quien debía ayudarlos.
Burton sabía que Beetlejuice debía ser personificado por un actor que tuviera un carisma todoterreno, y su sorpresiva decisión fue proponer a Sammy Davis Jr. en ese rol. Pero los productores desecharon rápidamente esa idea, a pesar de la insistencia del realizador.
La segunda opción para Beetlejuice, aún más llamativa que la de Davis Jr., era ni más ni menos que Arnold Schwarzenegger. Por esos años, el fisicoculturista devenido a héroe de acción, estaba muy lejos de hacer comedia (un rubro al que, sin embargo, llegaría muy poco después), y por eso rechazó la oferta. De esa manera, comenzó el habitual desfile de aspirantes a ser Beetlejuice, una lista en la que figuraba Dustin Hoffman, Robin Williams, Christopher Lloyd, Jack Nicholson, Bill Murray e incluso Robert De Niro. Por desinterés o por cuestiones de agenda, ninguno de esos nombres prosperó como un posible Beetlejuice, y así apareció en el mapa Michael Keaton.
Inicialmente, a Keaton no le interesaba la idea, había leído el guion y no entendía cuál era el supuesto encanto del personaje. Pero luego de ver La gran aventura de Pee Wee, le gustó la impronta de Burton y accedió a reunirse con él. Esa charla alcanzó para que cambiara de idea, y aceptara ponerse en la piel del extravagante espectro. Keaton se comprometió enormemente con el estilo de Beetlejuice, y le pidió a los maquilladores que diseñaran su look “como si hubiera metido los dedos en el enchufe”. Con respecto al vestuario, la idea fue vestirlo con piezas de distintos períodos, porque para el director se trataba de alguien “que había vivido en todas las épocas, sin vivir realmente en ninguna”.
El musical que casi queda afuera
Con Michael Keaton a bordo, la producción se dedicó a buscar al resto del elenco. Para el papel de Lydia, la adolescente que puede ver a los fantasmas, Burton quería a Winona Ryder, a la que había conocido a través del film Lucas, la inocencia del primer amor. Para Delia, la insoportable mujer dueña de un cuestionable paladar para el arte, el director buscó a Anjelica Huston, pero esa actriz no pudo aceptar la propuesta por problemas de agenda; ese rol finalmente quedó en manos de Catherine O´Hara, que se sumó entusiasmada ante la presencia de Keaton.
El rodaje de Beetlejuice exigió una gran inventiva por parte de los responsables de efectos visuales. De los quince millones invertidos en el largometraje, el estudio destinó solamente un millón de dólares para los efectos. Eso le exigió al equipo tener que producir muchos de los trucos visuales de manera artesanal, pero eso le gustaba a Burton, que buscaba para su obra una estética muy clase B.
Con la película terminada, los ejecutivos de Warner se mostraron muy conformes, aunque hubo una escena que no terminaba de convencer a Burton. Se trataba de ese momento, hoy icónico, en el que una cena se convierte en un divertido baile, al ritmo de Harry Belafonte y de la canción “Day-O”. El realizador sentía que la secuencia no era graciosa, y dudó mucho en si debía quitarla o no. Afortunadamente no lo hizo, y ese momento aún hoy es de los favoritos del público. En 2010, cuando murió el actor Glenn Shadix (presente en esa escena, en la piel de Otho), durante su funeral sonó “Day-O” en su homenaje.
Beetlejuice triunfante
Contra todos los pronósticos, en las exhibiciones de testeo el público se mostraba encariñado con Beetlejuice. El demonio, que debía ser el villano, resultaba tan fascinante que los espectadores le guardaban una gran simpatía. Sin lugar a dudas, eso tenía que ver con Keaton y su forma de representar a una criatura que, a pesar de ser despreciable, tenía un innegable encanto.
En la primera versión del film, Beetlejuice terminaba atrapado a merced de los gusanos del desierto, pero luego de ver la reacción descontenta del público, Burton debió cambiar el final para darle a su protagonista un cierre un poco más amable, que lo encuentra con su cabeza encogida y sometido a una eterna sala de espera (atendida, dicho sea de paso, por una extraña Miss Argentina).
Cuando el largometraje llegó a los cines, en marzo de 1988, se convirtió en un gran éxito. De los 15 millones invertidos, el título recaudó solo en Estados Unidos, casi 75 millones de dólares, convirtiéndose en la décima producción más vista durante ese año. En varias oportunidades, Keaton aseguró que este era su trabajo favorito de todos en las que realizó en la pantalla. La libertad que le brindó Burton, quien le permitió improvisar el diálogo de casi todas sus escenas, fue muy valorada por el actor. Entre ambos pronto se formó una sociedad muy fructífera, que los llevó a trabajar nuevamente en varias películas, entre las que se destacan Batman y Batman vuelve.
La gran performance de Beetlejuice en la taquilla pronto disparó los rumores de una secuela. Durante los años 90, Keaton y Winona Ryder estaban muy entusiasmados con la posibilidad de filmar Beetlejuice goes Hawaian, una continuación que jamás llegó a realizarse, debido a toda clase de contratiempos. Burton eventualmente perdió interés en ese proyecto y siguió adelante con una muy prolífica carrera.
Luego del tortuoso proceso de dirigir Dumbo, el realizador sentía que su carrera había llegado a su final, y que no había nuevas ideas que le interesaran. En ese momento, Beetlejuice apareció nuevamente en el horizonte, y la tan demorada continuación le permitió a Burton reencontrarse con uno de sus primeros amores cinematográficos. De esa forma, y a 36 años del primer film, el estreno de Beetlejuice Beetlejuice marca el regreso no solo del fascinante espectro, sino también de esa gran sociedad que conforman Keaton y Burton.
El primer gran éxito de Tim Burton se convirtió en una pieza clave de los años ochenta, pero demoró más de 35 años en concretar su soñada secuela Read More