El Kavanagh: cómo se vive en el penthouse del emblemático edificio porteño

Atravesar sus grandes puertas giratorias es como pasar por un túnel del tiempo que te transporta directamente hacia 1936. Toda su arquitectura remite al estilo del art decó de la época, con el hormigón en sus paredes, el cuero en sus muebles y las pinturas que decoran el hall de entrada. Ubicado en la calle Florida al 1000, el barrio de Retiro es el escenario principal de uno de los edificios más emblemáticos de la ciudad de Buenos Aires: el Kavanagh.

Declarado Patrimonio Mundial por la Unesco y Monumento Histórico Nacional en 1999, el Kavanagh es uno de los rascacielos más icónicos del escenario porteño. “No te acostumbras nunca a vivir en este edificio, por más habituado que estés. Todos los días lo miro y encuentro cosas nuevas”, cuenta un vecino que prefiere conservar el anonimato por privacidad y que vive en penthouse del piso 28, el penúltimo piso habitable, al que, para acceder, se debe tomar uno de los 12 ascensores que te transportan hacia los 105 departamentos (posee cinco alas yuxtapuestas, con un total de 31 pisos).

Es argentino, estudió en Harvard y construye una de las casas más caras de Bal Harbor, vecina a la de Jeff Bezos

Construido en sólo 14 meses, el proyecto fue inaugurado el 3 de enero de 1936 a pedido de Corina Kavanagh, una mujer que pertenecía a una familia adinerada pero no patricia, “para vengar un amor prohibido”. Según cuenta la leyenda, la mujer mandó a construir el edificio para desquitarse con la familia Anchorena, uno de los apellidos más ilustres de la Argentina, por no aceptar la relación entre sus hijos (al estilo Romeo y Julieta). Por lo que, la millonaria decidió tapar la vista que tenía la aristocrática familia desde su casa (el actual Palacio San Martín) a la Basílica del Santísimo Sacramento. Hoy, para mirar de frente a la iglesia la única alternativa es pararse en el pasaje Corina Kavanagh, que también pertenece al edificio.

Con sus 120 metros, el edificio alguna vez supo ser el más alto de Sudamérica. Además, un dato no menor para la época, fue el primero de viviendas en Buenos Aires que tuvo un equipo de aire acondicionado central provisto por la firma estadounidense Carrier, hasta que en la década del 60 dejó de funcionar, y un sistema de calefacción central por calderas.

Una curiosidad: el Kavanagh no tiene portero eléctrico. Todas las personas ajenas al edificio deben anunciarse en recepción, “es como vivir en un hotel, pero mucho más cálido”, agrega el vecino. La historia del lugar es tan rica como la arquitectura misma, llena de giros y de personajes ligados a las familias más poderosas del país, por aquí pasaron miembros de la familia Pérez Companc, de los Eskenazi (los ex dueños de YPF), José Alfredo Martínez de Hoz y Carlos Corach.

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Vivir en el Kavanagh: un testimonio en primera persona

El Kavanagh es conocido por su diseño lujoso y moderno para la época en la que fue creado, pero también presenta un escenario disruptivo para quienes elijen mudarse en la actualidad. Además, la luz es una de las características más preciadas del lugar, los rayos de sol entran por las ventanas de todos los pisos. “Aunque es un edificio antiguo, tiene un alma especial. Los porteros, por ejemplo, son un poco como el alma del edificio”, afirma el vecino del piso 28, el penúltimo piso habitable, justo por debajo de la sala de máquinas.

Su departamento de 175 m², que perteneció a Alicia Pérez Companc cuando se creó el Kavanagh, cuenta con cuatro ambientes y tres baños y fue el hogar de la familia actual desde 2017, cuando, tras una reforma de tres años, lograron restaurarlo después de haber estado en un estado de total abandono. “Cuando compramos la unidad en 2014 pertenecía a un joven que organizaba fiestas. Por lo que debimos restaurarlo por completo, pero siempre respetando el espíritu original de los materiales”, relata el propietario del penthouse.

La propiedad remodelada mantiene el espíritu del plano original, que incluía características tan particulares como un pasillo que lo recorría en un círculo completo, lugar en el que hoy fue construido un baño para complementar una de las habitaciones. “Lo modificamos porque para una familia no era práctico que los cuartos estuvieran tan separados”.

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El edificio cuenta con tres tipos de departamentos: los más pequeños tienen entre 120 y 130 m², los intermedios entre 140 y 150 m² y los más grandes superan los 170 m², como es el caso del penthouse, aunque hay varias excepciones en las que las unidades tienen 250 m². “Los departamentos en estos tipos de edificios son activos que resguardan valor, por su condición de Monumento Histórico Nacional”, asegura Martín Pinus, director de la inmobiliaria homónima. En números, los valores del metro cuadrado oscilan entre los US$2900 y los US$4000, “dependiendo del piso en el que se ubique y las vistas, el estado de conservación de la unidad, y la renovación que se haya llevado a cabo”, comparte el broker.

“Lo interesante es que todos los departamentos son distintos, pero la gran mayoría tiene solo dos dormitorios, hay muy pocos a los que se le agregaron ambientes. Incluso dentro de una misma categoría, cada uno tiene su propia personalidad”, asegura el entrevistado.

Uno de los aspectos más curiosos del edificio es la unidad del piso 29, que está junto a la sala de máquinas. Originalmente iba a ser un observatorio astronómico, pero que nunca se concretó. Con el paso del tiempo, el consorcio de propietarios decidió venderlo a un vecino que ya tenía varios departamentos en el edificio que lo utilizaba como “cine”, hasta que se vendió a un comprador externo y hoy es un departamento de vivienda. “Eso es parte del carácter del Kavanagh, siempre en evolución, pero con una esencia que permanece intacta”, señala el vecino.

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A pesar de la mística y el valor arquitectónico del Kavanagh, los altos costos de mantenimiento y la falta de amenities, como cocheras, pueden desalentar a algunos. “Para muchos ya no es atractivo; se convierte más en un monumento que en un lugar donde vivir. Sin embargo, creo que la gente que vive aquí lo hace porque tiene una sensibilidad especial o un profundo amor por la arquitectura y la historia de Buenos Aires. Es un edificio bien porteño”.

Vivir en el Kavanagh no es solo habitar un espacio, sino formar parte de una comunidad que valora el pasado y lo mantiene vivo. Como comenta el vecino, “el que se tiene que adaptar a vivir aquí es uno, no el edificio a uno. Es como vivir a la antigua usanza”.

Entonces, ¿quién elije vivir en el Kavanagh? Según Pinus: “El público que integra la comunidad de este emblemático edificio, suele tener la combinación de un alto poder adquisitivo y un perfil bajo. Quienes adquieren un departamento no lo hacen como inversión, sino por su deseo de vivir en él”.

Atravesar sus grandes puertas giratorias es como pasar por un túnel del tiempo que te transporta directamente hacia 1936. Toda su arquitectura remite al estilo del art decó de la época, con el hormigón en sus paredes, el cuero en sus muebles y las pinturas que decoran el hall de entrada. Ubicado en la calle Florida al 1000, el barrio de Retiro es el escenario principal de uno de los edificios más emblemáticos de la ciudad de Buenos Aires: el Kavanagh.

Declarado Patrimonio Mundial por la Unesco y Monumento Histórico Nacional en 1999, el Kavanagh es uno de los rascacielos más icónicos del escenario porteño. “No te acostumbras nunca a vivir en este edificio, por más habituado que estés. Todos los días lo miro y encuentro cosas nuevas”, cuenta un vecino que prefiere conservar el anonimato por privacidad y que vive en penthouse del piso 28, el penúltimo piso habitable, al que, para acceder, se debe tomar uno de los 12 ascensores que te transportan hacia los 105 departamentos (posee cinco alas yuxtapuestas, con un total de 31 pisos).

Es argentino, estudió en Harvard y construye una de las casas más caras de Bal Harbor, vecina a la de Jeff Bezos

Construido en sólo 14 meses, el proyecto fue inaugurado el 3 de enero de 1936 a pedido de Corina Kavanagh, una mujer que pertenecía a una familia adinerada pero no patricia, “para vengar un amor prohibido”. Según cuenta la leyenda, la mujer mandó a construir el edificio para desquitarse con la familia Anchorena, uno de los apellidos más ilustres de la Argentina, por no aceptar la relación entre sus hijos (al estilo Romeo y Julieta). Por lo que, la millonaria decidió tapar la vista que tenía la aristocrática familia desde su casa (el actual Palacio San Martín) a la Basílica del Santísimo Sacramento. Hoy, para mirar de frente a la iglesia la única alternativa es pararse en el pasaje Corina Kavanagh, que también pertenece al edificio.

Con sus 120 metros, el edificio alguna vez supo ser el más alto de Sudamérica. Además, un dato no menor para la época, fue el primero de viviendas en Buenos Aires que tuvo un equipo de aire acondicionado central provisto por la firma estadounidense Carrier, hasta que en la década del 60 dejó de funcionar, y un sistema de calefacción central por calderas.

Una curiosidad: el Kavanagh no tiene portero eléctrico. Todas las personas ajenas al edificio deben anunciarse en recepción, “es como vivir en un hotel, pero mucho más cálido”, agrega el vecino. La historia del lugar es tan rica como la arquitectura misma, llena de giros y de personajes ligados a las familias más poderosas del país, por aquí pasaron miembros de la familia Pérez Companc, de los Eskenazi (los ex dueños de YPF), José Alfredo Martínez de Hoz y Carlos Corach.

Cuánto tiempo debo caminar por día para eliminar el azúcar del cuerpo

Vivir en el Kavanagh: un testimonio en primera persona

El Kavanagh es conocido por su diseño lujoso y moderno para la época en la que fue creado, pero también presenta un escenario disruptivo para quienes elijen mudarse en la actualidad. Además, la luz es una de las características más preciadas del lugar, los rayos de sol entran por las ventanas de todos los pisos. “Aunque es un edificio antiguo, tiene un alma especial. Los porteros, por ejemplo, son un poco como el alma del edificio”, afirma el vecino del piso 28, el penúltimo piso habitable, justo por debajo de la sala de máquinas.

Su departamento de 175 m², que perteneció a Alicia Pérez Companc cuando se creó el Kavanagh, cuenta con cuatro ambientes y tres baños y fue el hogar de la familia actual desde 2017, cuando, tras una reforma de tres años, lograron restaurarlo después de haber estado en un estado de total abandono. “Cuando compramos la unidad en 2014 pertenecía a un joven que organizaba fiestas. Por lo que debimos restaurarlo por completo, pero siempre respetando el espíritu original de los materiales”, relata el propietario del penthouse.

La propiedad remodelada mantiene el espíritu del plano original, que incluía características tan particulares como un pasillo que lo recorría en un círculo completo, lugar en el que hoy fue construido un baño para complementar una de las habitaciones. “Lo modificamos porque para una familia no era práctico que los cuartos estuvieran tan separados”.

Murió Daniel “La Tota” Santillán a los 57 años

El edificio cuenta con tres tipos de departamentos: los más pequeños tienen entre 120 y 130 m², los intermedios entre 140 y 150 m² y los más grandes superan los 170 m², como es el caso del penthouse, aunque hay varias excepciones en las que las unidades tienen 250 m². “Los departamentos en estos tipos de edificios son activos que resguardan valor, por su condición de Monumento Histórico Nacional”, asegura Martín Pinus, director de la inmobiliaria homónima. En números, los valores del metro cuadrado oscilan entre los US$2900 y los US$4000, “dependiendo del piso en el que se ubique y las vistas, el estado de conservación de la unidad, y la renovación que se haya llevado a cabo”, comparte el broker.

“Lo interesante es que todos los departamentos son distintos, pero la gran mayoría tiene solo dos dormitorios, hay muy pocos a los que se le agregaron ambientes. Incluso dentro de una misma categoría, cada uno tiene su propia personalidad”, asegura el entrevistado.

Uno de los aspectos más curiosos del edificio es la unidad del piso 29, que está junto a la sala de máquinas. Originalmente iba a ser un observatorio astronómico, pero que nunca se concretó. Con el paso del tiempo, el consorcio de propietarios decidió venderlo a un vecino que ya tenía varios departamentos en el edificio que lo utilizaba como “cine”, hasta que se vendió a un comprador externo y hoy es un departamento de vivienda. “Eso es parte del carácter del Kavanagh, siempre en evolución, pero con una esencia que permanece intacta”, señala el vecino.

Blanquear sin pagar impuestos: cómo comprar una propiedad en pozo, a estrenar o usada con los dólares sincerados

A pesar de la mística y el valor arquitectónico del Kavanagh, los altos costos de mantenimiento y la falta de amenities, como cocheras, pueden desalentar a algunos. “Para muchos ya no es atractivo; se convierte más en un monumento que en un lugar donde vivir. Sin embargo, creo que la gente que vive aquí lo hace porque tiene una sensibilidad especial o un profundo amor por la arquitectura y la historia de Buenos Aires. Es un edificio bien porteño”.

Vivir en el Kavanagh no es solo habitar un espacio, sino formar parte de una comunidad que valora el pasado y lo mantiene vivo. Como comenta el vecino, “el que se tiene que adaptar a vivir aquí es uno, no el edificio a uno. Es como vivir a la antigua usanza”.

Entonces, ¿quién elije vivir en el Kavanagh? Según Pinus: “El público que integra la comunidad de este emblemático edificio, suele tener la combinación de un alto poder adquisitivo y un perfil bajo. Quienes adquieren un departamento no lo hacen como inversión, sino por su deseo de vivir en él”.

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