El Drácula de Carlos Calvo: la maldición de Carlín, un “vampiro menemista” y el ACV que obligó a cambiarlo todo

Un Drácula aporteñado, con aires tangueros y ritmo de primerizo videoclip de MTV. Un vampiro misterioso y seductor, protagonista de una épica romántica y violenta, con algún apunte crítico y fuerte carga sexual. Entre la Transilvania de 1400 y la Buenos Aires de 1999, Carlos Andrés Calvo le puso cuerpo y carisma a uno de los personajes icónicos del cine de terror, buscando superar el encasillamiento generado por el éxito inconmensurable de Amigos son los amigos. Junto con Alejandro Awada, Ulises Dumont, Baby Etchecopar, Carolina Papaleo, Carolina Fal, María Eugenia Tobal, Julieta Ortega, Leticia Brédice y Juan Cruz Bordeu, entre otros, intentaron galvanizar una estética con fuerte influencia pop y kitsch, pero terminaron rubricando uno de los grandes clásicos de la televisión bizarra local. Además, durante el rodaje de la serie, Carlín sufrió su primer ACV y tuvo que ser reemplazado por Lorenzo Quinteros. Sin poder evitar la sangría permanente del rating, el primer vampiro menemista desapareció de la grilla televisiva, apurando un desenlace que no era el que habían imaginado al principio.

Una lucha

¿Qué es el encasillamiento? Para un actor popular, tal vez, lo más parecido a un sarcófago de lujo. Un cajón mullido y cómodo del que se hace muy difícil salir. Un perfil de personaje, probado y aprobado hasta el cansancio, apoyado en muletillas tan repetidas como efectivas. Para un actor inmensamente popular como Carlos Andrés Calvo, esa jaula dorada tenía el nombre de “Carlín”; y estaba cerrada con las frases “Es una lucha” y “Vos fumá”, generadas por el fenómeno televisivo de Amigos son los amigos y luego apropiadas por el habla popular. Corría 1998 y el exgalancito devenido estrella mediática de 45 años, pugnaba por liberarse del karma instalado por los 50 puntos de rating que reventaron el encendido semanal entre 1990 y 1993. Un suceso irrepetible del que no podía despegar; y que le estaba coartando su deseo de retomar un camino profesional más relacionado con el prestigio que con la fama.

“Mi nombre es Carlos y no Carlín, como me dicen todos -declaró Calvo por ese entonces. Lo que pasa es que el éxito embrutece. Por temor a perder ese lugar de privilegio, te achanchás. Y un día te das cuenta de que te empezaste a imitar a vos mismo. Porque en ese espacio donde el arte no importa, todo se mide de acuerdo con la facturación. Terminás sufriendo el éxito porque estás pendiente de las presiones del rating, de las fotos, de las notas, de las revistas. En un sentido, me había convertido yo mismo en un vampiro, una persona desbordada que, en el fondo, buscaba tener paz”.

La referencia al vampiro puede no haber sido inocente porque el proyecto al cual iba a apostarle todas las fichas para regresar al sendero actoral que había iniciado con La lección de anatomía, Equus, El Rafa y Adiós, Roberto, estaba protagonizado por el chupasangre más famoso de la literatura y el cine internacional: El conde Drácula. Pero no cualquier Drácula, sino uno anclado en la Argentina contemporánea, con un lenguaje visual moderno y hermanado a la estética del videoclip. Un proyecto audaz y de avanzada, que la leyenda dice estaba designado para Ricardo Darín y la pantalla de Telefe, pero terminó posándose sobre los hombros de Calvo y la programación de América. Aparentemente, por las labores de Diego Kaplan, joven director con varios videos musicales en su haber y una serie de culto entre el público juvenil de la época: ¿Son o se hacen?

Kaplan fue claro en sus declaraciones a la prensa: “¿Cómo llegué a Drácula? Me lo ofrecieron y yo puse una condición. Querían que Miguel Ángel Solá fuese Drácula y yo sabía que Drácula era Calvo. ¿Por qué? Yo sé que Carlín es un insomne y que es un conflictuado. Y un tipo divino. Y sé también que es un gran, gran actor. Y además estamos haciendo un Drácula de ahora: menemista, con celular y 4×4. A él le gustó. Yo, por mi parte, estoy seguro de que no me equivoqué. Carlín está muy bien, en serio”, dijo.

La superproducción contaba con una importante campaña publicitaria y el apoyo total del canal, que anticipó el estreno de la serie con emisiones especiales de Yo amo a la TV y Alucine, donde el protagonista charló muy amablemente con Andrés Percivale, Guillermo Blanc, Jorge Lafauci, Any Ventura y Guillermo Pardini; y Axel Kuschevatzky abordó la historia fílmica de los vampiros. El 5 de marzo de 1999, en el horario central de las 22, Drácula debutó en el aire de América. El primer episodio rozó los 12 puntos de rating y todo el mundo involucrado se mostró satisfecho con los resultados. Carlos Andrés Calvo, por fin, parecía haberle ganado la lucha a Carlín.

Amor y Venganza

Transilvania, 1476. Vlad Tepes, príncipe de Valaquia y defensor heroico de Rumania, se ha transformado en un brutal y sangriento dictador de su tierra y su pueblo. Para recuperar el amor perdido de su compañera asesinada, renunció a su Dios y se entregó a distintos rituales satánicos. Sin piedad, crucificó, empaló y descuartizó a sus oponentes, bebiendo la sangre que brotaba de sus cuerpos agónicos. Ahora, de improviso, el conde Drácula ha muerto. O, al menos eso parece. Aprovechando la situación, sus enemigos llevan su sarcófago hasta los peñascos de la costa y, sin dudarlo, lo arrojan al Mar Negro. Sólo una voz se alza sobre la multitud enfervorizada. Zorda, viejo compañero de batallas, es el único que conoce la verdad. Drácula es un no-muerto, un vampiro al que sólo detendrá una estaca clavada en su oscuro corazón. Viendo cómo el ataúd se aleja flotando por las aguas hacia el horizonte, Zorda comprende que deberá cazar a su enemigo por tierras extrañas y durante toda la eternidad. La maldición acaba de comenzar.

Escrita por Horacio del Prado, Lito Gras, Leandro Sosa y Ana Franco, la serie reelaboraba la novela original de Bram Stoker con un ojo puesto en los componentes de amor y venganza que ya habían elaborado Pepe Cibrián y Ángel Mahler en la comedia musical de 1991; y Francis Ford Coppola en el tanque hollywoodense de 1992. La gran novedad era la ambientación argentina y coyuntural para esta eterna lucha entre el bien y el mal, la luz y las sombras. Con una parada estratégica durante el Mundial de 1978, para que el ataúd llegue a las costas porteñas y entable un rápido paralelismo entre el vampiro y la dictadura militar, antes de pegar el salto temporal hasta el presente, en pleno reinado del uno a uno y el desmantelamiento del Estado. “Prefiero hacer una cosa demente pero que, al menos, aporte algo o mueva un poco el piso. Considero que hay un espectador que no es estúpido; y es el espectador medio”, aseguró Kaplan.

La música original de Federico Jusid, hijo de Juan José Jusid y Luisina Brando; y futuro compositor de la banda sonora de El secreto de sus ojos, acompañará las incursiones nocturnas de Zorda (un brillante Alejandro Awada), que recorre las calles de Balvanera y Recoleta en busca del vampiro. También las rondas policiales del inspector a cargo de Ulises Dumont, que supo investigar las muertes misteriosas de los setenta e intentará resolver el enigma de los cadáveres recurrentes y desangrados de mujeres jóvenes (Eugenia Tobal y Julieta Ortega, entre otras figuras noveles). Por allí deambularán también un sacerdote en busca de fe, el Padre Acuña (Baby Etchecopar); y una joven y determinada periodista (Carolina Papaleo), empeñada en descubrir al asesino de la bella Sabrina Souto (Carolina Fal), estudiante de la facultad de Medicina transformada en vampira desalmada.

Es que, sin que nadie lo sepa, Drácula viste las pieles del misterioso profesor Dreshko, seductor y refinado titular de la cátedra de Hematología de la prestigiosa casa de estudios, en cuyos pasillos largos, tenebrosos y habitados por el silencio, se ceba sobre sus alumnas hasta saciar su sed de sangre y su hambre sexual. Con su pelo prolijamente engominado, la barba candado que resalta sus labios y sus afilados colmillos, Calvo definió a Dreshko como “un personaje siniestro, sobrio, seguro, con autoridad y peso hipnótico, que está relacionado con los poderosos. Es un hipócrita, un perverso para decir las cosas con altura. Se vende como un hombre de bien y, cuando lo escuchás, sabés que miente. Hay mucha identificación con personajes que habitan esta ciudad de vampiros, pero no hagamos nombres… Está claro que Drácula no llegó por casualidad a un país como la Argentina y a una ciudad como Buenos Aires”.

La trama se dispara mientras Dreshko toma un examen en el Aula Magna. Allí descubre, sentada entre el resto de los alumnos, a una chica rubia, de ojos claros y pelo enrulado: Lourdes (Magalí Moro), la hija del rector de la facultad, la reencarnación de la mujer que amó y perdió hace cinco siglos. “Ahí aparece el costado humano y romántico de Drácula, un ser en conflicto -aseguró Calvo. Asoma en él un rasgo moral que le imprime culpa a un acto inevitable: comer para sobrevivir. Como actor, sé que es un asesino que debe ser querible porque la gente tiene que conmoverse cuando Drácula muera, por eso era importante que se pueda comunicar la angustia que le produce a este tipo el andar matando gente, aunque necesite hacerlo para alimentarse. Esa angustia es la luz que ilumina a este Drácula, porque como en las otras versiones románticas de la leyenda, Drácula es lo que hace. Y todo lo que hace, lo hace por amor”.

Cambio de rumbo

El 14 de marzo, a nueve días del debut de Drácula, la producción sintió el golpe más inesperado, que obligaría a modificaciones impensadas originalmente y del que nunca lograría recuperarse a pleno. Ese día, Calvo sufrió una crisis hipertensiva a causa de un hematoma cerebral, que terminó provocándole dificultades motrices en el costado izquierdo de su cuerpo. Según el equipo médico que lo atendió, el accidente cerebrovascular podría haber estado relacionado con un incidente automovilístico que el actor y su esposa embarazada habían protagonizado el 23 de enero anterior. Manejando por el camino del Buen Ayre, a la altura de la bajada Martín Fierro, el auto de la pareja chocó y Calvo recibió un fuerte golpe en la cabeza. Ese impacto podría haberle provocado el foco hemorrágico que, un mes y medio después, lo dejaba internado en una sala de terapia intermedia en el Instituto Argentino del Diagnóstico y Tratamiento.

Al momento de la internación, faltaban rodar los últimos cinco episodios de los 13 originalmente pautados. Leandro Sosa, que también oficiaba de productor del ciclo, dijo a los noticieros televisivos que, “si fuera por Calvo, él volvería a grabar mañana mismo, pero los médicos le impusieron un régimen de recuperación que excluye de plano que, por ahora, trabaje. Nosotros, obviamente, quisiéramos que pueda terminar la serie, pero lógicamente estamos avanzando sobre la idea de las dos posibilidades: que pueda seguir y que no”.

Mientras se esperaba la recuperación del protagonista, Drácula empezó a perder rating de manera alarmante hasta caer por debajo de los cuatro puntos. La crítica especializada coincidió mayoritariamente en la evaluación del fenómeno: riesgos formales para una narrativa sólida, apoyada en efectos visuales y de sonido que generaban climas sugerentes, dosificaban el suspenso y se regodeaban en los excesos típicos del cine de explotación. Logros que no se llegaban a capitalizar por la calidad de los parlamentos, la previsibilidad de la trama y el tono de algunas interpretaciones.

Después de dos semanas de parate, se optó por acortar la cantidad de episodios a once; y se convocó a Leticia Brédice y Juan Cruz Bordeu para que se sumaran al elenco. El guion sufrió serios recortes y las escenas que tenían a Calvo como Drácula terminaron siendo protagonizadas por Carolina Fal en su rol de vampiresa violenta y descontrolada. “Tenemos un abanico de posibilidades para reemplazar a Carlín -reconoció Kaplan-. Podríamos usar un doble o efectos digitales, pero preferimos esperarlo y, mientras tanto, lo hacemos aparecer en off, dando órdenes a otros vampiros. Al personaje de Carolina Papaleo, por ejemplo, lo tenía que matar Drácula, pero decidimos que Fal cumpliera la orden de su jefe. Suponemos que Carlín estará en condiciones de regresar para el último episodio”.

No pudo ser. La rehabilitación le impidió a Calvo retomar el proyecto y la producción modificó el final de la serie para incorporar a Lorenzo Quinteros como un Drácula anciano y senil, puesto a rememorar un combate épico y decisivo que nunca nadie pudo ver. “Sólo actúo ante la imposibilidad de Carlos Calvo de hacerlo él -afirmó uno de los protagonistas de Hombre mirando al sudeste-. ¿Por qué no suplir a un actor que tuvo un problema cuando está justificado por el libreto? El profesor Dreshko sufre el paso vertiginoso del tiempo. Y si bien tuve en cuenta algunos rasgos de lo que hizo Calvo, no me siento condicionado por eso. En la instancia en que yo lo tomo, este Drácula es casi otro Drácula”.

La serie nunca recuperó su encendido original y terminó el 21 de mayo, sin pena ni gloria. Aquella estética de videoclip, que se pretendía deudora del arte pop y la exageración kitsch, terminó siendo percibida por el público como televisión bizarra, más atractiva por sus errores que por sus aciertos. “De tan mala, terminó siendo buena y hoy es un clásico -bromeó Calvo en 2001, bastante recuperado y a punto de estrenar El hacker. Muchos me dijeron que había sido la maldición del vampiro, que Drácula se había robado mi identidad. Pero yo tengo mis dudas. A veces pienso que pudo ser la “maldición” de Carlín, ¿no?”

Un Drácula aporteñado, con aires tangueros y ritmo de primerizo videoclip de MTV. Un vampiro misterioso y seductor, protagonista de una épica romántica y violenta, con algún apunte crítico y fuerte carga sexual. Entre la Transilvania de 1400 y la Buenos Aires de 1999, Carlos Andrés Calvo le puso cuerpo y carisma a uno de los personajes icónicos del cine de terror, buscando superar el encasillamiento generado por el éxito inconmensurable de Amigos son los amigos. Junto con Alejandro Awada, Ulises Dumont, Baby Etchecopar, Carolina Papaleo, Carolina Fal, María Eugenia Tobal, Julieta Ortega, Leticia Brédice y Juan Cruz Bordeu, entre otros, intentaron galvanizar una estética con fuerte influencia pop y kitsch, pero terminaron rubricando uno de los grandes clásicos de la televisión bizarra local. Además, durante el rodaje de la serie, Carlín sufrió su primer ACV y tuvo que ser reemplazado por Lorenzo Quinteros. Sin poder evitar la sangría permanente del rating, el primer vampiro menemista desapareció de la grilla televisiva, apurando un desenlace que no era el que habían imaginado al principio.

Una lucha

¿Qué es el encasillamiento? Para un actor popular, tal vez, lo más parecido a un sarcófago de lujo. Un cajón mullido y cómodo del que se hace muy difícil salir. Un perfil de personaje, probado y aprobado hasta el cansancio, apoyado en muletillas tan repetidas como efectivas. Para un actor inmensamente popular como Carlos Andrés Calvo, esa jaula dorada tenía el nombre de “Carlín”; y estaba cerrada con las frases “Es una lucha” y “Vos fumá”, generadas por el fenómeno televisivo de Amigos son los amigos y luego apropiadas por el habla popular. Corría 1998 y el exgalancito devenido estrella mediática de 45 años, pugnaba por liberarse del karma instalado por los 50 puntos de rating que reventaron el encendido semanal entre 1990 y 1993. Un suceso irrepetible del que no podía despegar; y que le estaba coartando su deseo de retomar un camino profesional más relacionado con el prestigio que con la fama.

“Mi nombre es Carlos y no Carlín, como me dicen todos -declaró Calvo por ese entonces. Lo que pasa es que el éxito embrutece. Por temor a perder ese lugar de privilegio, te achanchás. Y un día te das cuenta de que te empezaste a imitar a vos mismo. Porque en ese espacio donde el arte no importa, todo se mide de acuerdo con la facturación. Terminás sufriendo el éxito porque estás pendiente de las presiones del rating, de las fotos, de las notas, de las revistas. En un sentido, me había convertido yo mismo en un vampiro, una persona desbordada que, en el fondo, buscaba tener paz”.

La referencia al vampiro puede no haber sido inocente porque el proyecto al cual iba a apostarle todas las fichas para regresar al sendero actoral que había iniciado con La lección de anatomía, Equus, El Rafa y Adiós, Roberto, estaba protagonizado por el chupasangre más famoso de la literatura y el cine internacional: El conde Drácula. Pero no cualquier Drácula, sino uno anclado en la Argentina contemporánea, con un lenguaje visual moderno y hermanado a la estética del videoclip. Un proyecto audaz y de avanzada, que la leyenda dice estaba designado para Ricardo Darín y la pantalla de Telefe, pero terminó posándose sobre los hombros de Calvo y la programación de América. Aparentemente, por las labores de Diego Kaplan, joven director con varios videos musicales en su haber y una serie de culto entre el público juvenil de la época: ¿Son o se hacen?

Kaplan fue claro en sus declaraciones a la prensa: “¿Cómo llegué a Drácula? Me lo ofrecieron y yo puse una condición. Querían que Miguel Ángel Solá fuese Drácula y yo sabía que Drácula era Calvo. ¿Por qué? Yo sé que Carlín es un insomne y que es un conflictuado. Y un tipo divino. Y sé también que es un gran, gran actor. Y además estamos haciendo un Drácula de ahora: menemista, con celular y 4×4. A él le gustó. Yo, por mi parte, estoy seguro de que no me equivoqué. Carlín está muy bien, en serio”, dijo.

La superproducción contaba con una importante campaña publicitaria y el apoyo total del canal, que anticipó el estreno de la serie con emisiones especiales de Yo amo a la TV y Alucine, donde el protagonista charló muy amablemente con Andrés Percivale, Guillermo Blanc, Jorge Lafauci, Any Ventura y Guillermo Pardini; y Axel Kuschevatzky abordó la historia fílmica de los vampiros. El 5 de marzo de 1999, en el horario central de las 22, Drácula debutó en el aire de América. El primer episodio rozó los 12 puntos de rating y todo el mundo involucrado se mostró satisfecho con los resultados. Carlos Andrés Calvo, por fin, parecía haberle ganado la lucha a Carlín.

Amor y Venganza

Transilvania, 1476. Vlad Tepes, príncipe de Valaquia y defensor heroico de Rumania, se ha transformado en un brutal y sangriento dictador de su tierra y su pueblo. Para recuperar el amor perdido de su compañera asesinada, renunció a su Dios y se entregó a distintos rituales satánicos. Sin piedad, crucificó, empaló y descuartizó a sus oponentes, bebiendo la sangre que brotaba de sus cuerpos agónicos. Ahora, de improviso, el conde Drácula ha muerto. O, al menos eso parece. Aprovechando la situación, sus enemigos llevan su sarcófago hasta los peñascos de la costa y, sin dudarlo, lo arrojan al Mar Negro. Sólo una voz se alza sobre la multitud enfervorizada. Zorda, viejo compañero de batallas, es el único que conoce la verdad. Drácula es un no-muerto, un vampiro al que sólo detendrá una estaca clavada en su oscuro corazón. Viendo cómo el ataúd se aleja flotando por las aguas hacia el horizonte, Zorda comprende que deberá cazar a su enemigo por tierras extrañas y durante toda la eternidad. La maldición acaba de comenzar.

Escrita por Horacio del Prado, Lito Gras, Leandro Sosa y Ana Franco, la serie reelaboraba la novela original de Bram Stoker con un ojo puesto en los componentes de amor y venganza que ya habían elaborado Pepe Cibrián y Ángel Mahler en la comedia musical de 1991; y Francis Ford Coppola en el tanque hollywoodense de 1992. La gran novedad era la ambientación argentina y coyuntural para esta eterna lucha entre el bien y el mal, la luz y las sombras. Con una parada estratégica durante el Mundial de 1978, para que el ataúd llegue a las costas porteñas y entable un rápido paralelismo entre el vampiro y la dictadura militar, antes de pegar el salto temporal hasta el presente, en pleno reinado del uno a uno y el desmantelamiento del Estado. “Prefiero hacer una cosa demente pero que, al menos, aporte algo o mueva un poco el piso. Considero que hay un espectador que no es estúpido; y es el espectador medio”, aseguró Kaplan.

La música original de Federico Jusid, hijo de Juan José Jusid y Luisina Brando; y futuro compositor de la banda sonora de El secreto de sus ojos, acompañará las incursiones nocturnas de Zorda (un brillante Alejandro Awada), que recorre las calles de Balvanera y Recoleta en busca del vampiro. También las rondas policiales del inspector a cargo de Ulises Dumont, que supo investigar las muertes misteriosas de los setenta e intentará resolver el enigma de los cadáveres recurrentes y desangrados de mujeres jóvenes (Eugenia Tobal y Julieta Ortega, entre otras figuras noveles). Por allí deambularán también un sacerdote en busca de fe, el Padre Acuña (Baby Etchecopar); y una joven y determinada periodista (Carolina Papaleo), empeñada en descubrir al asesino de la bella Sabrina Souto (Carolina Fal), estudiante de la facultad de Medicina transformada en vampira desalmada.

Es que, sin que nadie lo sepa, Drácula viste las pieles del misterioso profesor Dreshko, seductor y refinado titular de la cátedra de Hematología de la prestigiosa casa de estudios, en cuyos pasillos largos, tenebrosos y habitados por el silencio, se ceba sobre sus alumnas hasta saciar su sed de sangre y su hambre sexual. Con su pelo prolijamente engominado, la barba candado que resalta sus labios y sus afilados colmillos, Calvo definió a Dreshko como “un personaje siniestro, sobrio, seguro, con autoridad y peso hipnótico, que está relacionado con los poderosos. Es un hipócrita, un perverso para decir las cosas con altura. Se vende como un hombre de bien y, cuando lo escuchás, sabés que miente. Hay mucha identificación con personajes que habitan esta ciudad de vampiros, pero no hagamos nombres… Está claro que Drácula no llegó por casualidad a un país como la Argentina y a una ciudad como Buenos Aires”.

La trama se dispara mientras Dreshko toma un examen en el Aula Magna. Allí descubre, sentada entre el resto de los alumnos, a una chica rubia, de ojos claros y pelo enrulado: Lourdes (Magalí Moro), la hija del rector de la facultad, la reencarnación de la mujer que amó y perdió hace cinco siglos. “Ahí aparece el costado humano y romántico de Drácula, un ser en conflicto -aseguró Calvo. Asoma en él un rasgo moral que le imprime culpa a un acto inevitable: comer para sobrevivir. Como actor, sé que es un asesino que debe ser querible porque la gente tiene que conmoverse cuando Drácula muera, por eso era importante que se pueda comunicar la angustia que le produce a este tipo el andar matando gente, aunque necesite hacerlo para alimentarse. Esa angustia es la luz que ilumina a este Drácula, porque como en las otras versiones románticas de la leyenda, Drácula es lo que hace. Y todo lo que hace, lo hace por amor”.

Cambio de rumbo

El 14 de marzo, a nueve días del debut de Drácula, la producción sintió el golpe más inesperado, que obligaría a modificaciones impensadas originalmente y del que nunca lograría recuperarse a pleno. Ese día, Calvo sufrió una crisis hipertensiva a causa de un hematoma cerebral, que terminó provocándole dificultades motrices en el costado izquierdo de su cuerpo. Según el equipo médico que lo atendió, el accidente cerebrovascular podría haber estado relacionado con un incidente automovilístico que el actor y su esposa embarazada habían protagonizado el 23 de enero anterior. Manejando por el camino del Buen Ayre, a la altura de la bajada Martín Fierro, el auto de la pareja chocó y Calvo recibió un fuerte golpe en la cabeza. Ese impacto podría haberle provocado el foco hemorrágico que, un mes y medio después, lo dejaba internado en una sala de terapia intermedia en el Instituto Argentino del Diagnóstico y Tratamiento.

Al momento de la internación, faltaban rodar los últimos cinco episodios de los 13 originalmente pautados. Leandro Sosa, que también oficiaba de productor del ciclo, dijo a los noticieros televisivos que, “si fuera por Calvo, él volvería a grabar mañana mismo, pero los médicos le impusieron un régimen de recuperación que excluye de plano que, por ahora, trabaje. Nosotros, obviamente, quisiéramos que pueda terminar la serie, pero lógicamente estamos avanzando sobre la idea de las dos posibilidades: que pueda seguir y que no”.

Mientras se esperaba la recuperación del protagonista, Drácula empezó a perder rating de manera alarmante hasta caer por debajo de los cuatro puntos. La crítica especializada coincidió mayoritariamente en la evaluación del fenómeno: riesgos formales para una narrativa sólida, apoyada en efectos visuales y de sonido que generaban climas sugerentes, dosificaban el suspenso y se regodeaban en los excesos típicos del cine de explotación. Logros que no se llegaban a capitalizar por la calidad de los parlamentos, la previsibilidad de la trama y el tono de algunas interpretaciones.

Después de dos semanas de parate, se optó por acortar la cantidad de episodios a once; y se convocó a Leticia Brédice y Juan Cruz Bordeu para que se sumaran al elenco. El guion sufrió serios recortes y las escenas que tenían a Calvo como Drácula terminaron siendo protagonizadas por Carolina Fal en su rol de vampiresa violenta y descontrolada. “Tenemos un abanico de posibilidades para reemplazar a Carlín -reconoció Kaplan-. Podríamos usar un doble o efectos digitales, pero preferimos esperarlo y, mientras tanto, lo hacemos aparecer en off, dando órdenes a otros vampiros. Al personaje de Carolina Papaleo, por ejemplo, lo tenía que matar Drácula, pero decidimos que Fal cumpliera la orden de su jefe. Suponemos que Carlín estará en condiciones de regresar para el último episodio”.

No pudo ser. La rehabilitación le impidió a Calvo retomar el proyecto y la producción modificó el final de la serie para incorporar a Lorenzo Quinteros como un Drácula anciano y senil, puesto a rememorar un combate épico y decisivo que nunca nadie pudo ver. “Sólo actúo ante la imposibilidad de Carlos Calvo de hacerlo él -afirmó uno de los protagonistas de Hombre mirando al sudeste-. ¿Por qué no suplir a un actor que tuvo un problema cuando está justificado por el libreto? El profesor Dreshko sufre el paso vertiginoso del tiempo. Y si bien tuve en cuenta algunos rasgos de lo que hizo Calvo, no me siento condicionado por eso. En la instancia en que yo lo tomo, este Drácula es casi otro Drácula”.

La serie nunca recuperó su encendido original y terminó el 21 de mayo, sin pena ni gloria. Aquella estética de videoclip, que se pretendía deudora del arte pop y la exageración kitsch, terminó siendo percibida por el público como televisión bizarra, más atractiva por sus errores que por sus aciertos. “De tan mala, terminó siendo buena y hoy es un clásico -bromeó Calvo en 2001, bastante recuperado y a punto de estrenar El hacker. Muchos me dijeron que había sido la maldición del vampiro, que Drácula se había robado mi identidad. Pero yo tengo mis dudas. A veces pienso que pudo ser la “maldición” de Carlín, ¿no?”

 Pensada para relanzar la carrera del actor, tras el encasillamiento de Amigos son los amigos, esta miniserie pretendía instalar una ficción moderna con un alto voltaje sexual, pero terminó convertida en un clásico de la TV bizarra argentina  Read More

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *