Fue número 1 argentina del tenis. Su amor con John McEnroe, una sensual tapa de revista que la marcó y el “don” que le dio Dios

Varios años antes de que Gabriela Sabatini lograra que muchos argentinos que nunca habían empuñado una raqueta se sentaran horas frente al televisor para ver sus duelos con Steffi Graf o Monica Seles, Claudia Casabianca (64) sacudió el tenis femenino con su talento, su garra, su audacia, su carisma y un drive demoledor. Contemporánea de Guillermo Vilas, fue multicampeona juvenil (alcanzó el puesto número 1 del ranking local) y la primera argentina en ganar un título profesional (Forest Hills, en 1977). Considerada una niña prodigio, protagonizó partidos históricos contra las mejores de su época –llegó al lugar 38 del ranking WTA– y el público enloquecía por ella en cada una de sus apariciones. Temperamental, disciplinada y algo rebelde dentro y fuera de la cancha, Claudia desafió algunos de los cánones del tradicional mundo del tenis, como cuando posó con poca ropa para la tapa de una revista. Era 1981. De todo eso, de su temprano retiro por lesión, su pasión intacta por el deporte y su trabajo con personas con discapacidad habló con ¡HOLA! Argentina.

–¿Hiciste amigos en el tenis?

–En el tenis no hay amigos, porque es un deporte muy competitivo. Pero sí convivís con los colegas. Yo me llevo bien con las tenistas y tengo una amiga mexicana, Alejandra Vallejos, que hace muchísimos años que no veo, pero nos comunicamos seguido. Ella es muy especial. Nos conocimos en Nueva York, en el torneo de Forest Hills. Al llegar al hotel nos avisaron que las habitaciones eran de a dos y las argentinas que estaban, Ivanna Madruga y Liliana Giussani, me dijeron: “Mirá, nosotras vamos a estar juntas, vos no sé con quién vas a estar”, y esta chica, que era la n°1 de México, me invitó a compartir la habitación. Y así fue. Empezó el torneo, yo iba ganando todos los partidos y ella me acompañaba, me alentaba. Llegué a la final y me dijo: “No me puedo quedar, me tengo que ir con mi contingente”. Y yo le contesté: “No te preocupes, si gano, te voy a ir a ver a México”. Gané y a los dos años fui a México, le toqué el timbre, y cuando abrió la puerta no lo podía creer. “Te prometí que si ganaba te iba a venir a ver”, le dije. “Tardé dos años, pero vine”.

–¿A qué tenista admirabas?

–Mi ídola era Chris Evert, la copiaba mucho. El estilo, por ejemplo. A mí me vestía Lacoste, pero yo diseñaba mi propio look y la empresa me hacía los modelos según mis sugerencias. Varios de esos vestidos los copiaba de los que usaba Chris Evert.

–Tenías un estilo bastante audaz para la época.

–Sí, a mí me encantaba ser femenina. Jugaba con las uñas pintadas, usaba bombachones con puntillas de encaje de colores, era muy coqueta.

–¿Te trajo problemas esa audacia?

–Una vez, en Wimbledon, yo usaba una pollerita gris. Estaba por jugar el partido de cuartos de final, bajó el presidente del club y me dijo: “No podés jugar con esa pollera. ¿No tenés otra?”. Y no, no tenía otra, tenía muchas, todas iguales a esa. Entonces él me dijo: “Bueno, te voy a poner una limusina, vas a ir al centro y te vas a comprar una pollerita blanca”. ¡Paró el partido y me llevaron en limusina a comprar la pollera! Tuve que jugar con esa pollerita y perdí.

–Al momento de jugar, también te distinguías del resto, sobre todo por tus golpes a dos manos.

–Sí, aprendí a jugar así porque empecé a los 5 años con la raqueta de mi papá, que era enorme y pesada y apenas la podía sostener. Mirá, cuando la Asociación Argentina de Tenis me becó, me dijeron que tenía que cambiar todos mis golpes. Yo era la 4 del mundo y 1 de Argentina. Me fui a jugar a Forest Hills, gané y cuando volví me planté: “Yo no cambio nada”, les dije. Y ahora todo el mundo juega el revés con dos manos.

–Hablando de audacia, ¿cómo te animaste a hacer la producción de fotos para la revista Libre?

–Yo estaba acostumbrada a Europa, donde hacer colaless no era un escándalo como acá. Además, había modelado bastante como tenista, así que cuando me llamaron de la revista, me encantó la propuesta. Encima, me pagaron muy bien. Después me ofrecieron muchísima más plata aún para hacer Playboy, pero no acepté, me pareció demasiado.

–¿En el mundo del tenis te criticaron por esas fotos?

–Y, habrán hablado, pero nadie me lo dijo de frente. Como yo era medio show woman, siempre me criticaron un poco, pero a mí no me importaba. Una vez Chris Evert me dijo: “Para ser campeona, en la vida y en el tenis, tenés que tener la piel gruesa, que te resbale todo”. Y yo lo aplico: lo apliqué en el tenis y ahora lo aplica en mi vida.

–También hiciste cine.

–Sí, soy actriz y modelo también. En Europa hice una película con Omar Sharif: fui a ver cómo filmaban y me llamaron. Y cuando volví a Buenos Aires me enganché con Lito Cruz y estudié tres años. Después hice la película Pasión prohibida.

–¿Tuviste amores en el tenis?

–Sí, mi primer amor fue John McEnroe. Teníamos los dos 17 años. Era un amor medio platónico: él me iba a ver jugar y yo lo iba a ver jugar a él. Los dos éramos número 1, los dos con un carácter imposible, pero bueno, no duró, era difícil verse porque los torneos de varones y mujeres no solían coincidir en las mismas ciudades. Yo estuve muy enamorada de él.

–¿Qué te enamoró?

–Su garra, siempre yendo para adelante, ese temperamento fuerte que tenía, me encantaba.

–¿Fue difícil dejar el tenis profesional?

–Sí, fue difícil: dejé de jugar a los 26 años por una lesión, volví al país después de estar viajando constantemente desde los 14 y no sabía qué hacer. Me deprimí cinco minutos, porque yo me deprimo cinco minutos, y enseguida me puse a pensar cómo seguir.

–¿Y qué hiciste?

–Formé una familia. Tengo dos hijos, Giuliano, de 32, que es abogado, y Gina, de 30, que es modelo y vive en Europa, en pareja con un tenista profesional. Y al poco tiempo empecé a dar clases de tenis: hace 35 años que doy clases en San Martín y en Vicente López, en el caso de San Martín, específicamente para personas con discapacidad.

–¿Cómo fue el pasaje de jugar a dar clases de tenis?

–Me resultó fácil, porque siempre tuve una conexión muy fuerte con las personas con capacidades diferentes. Desde chica me pasa. Y es algo que siento desde el corazón, tan fuerte es que me senté frente a una computadora, armé un proyecto para dar clases gratuitas a chicos con síndrome de down y trastorno del espectro autista, llamé a la Municipalidad de San Martín para ofrecerlo, les gustó y acá estoy, dando clases desde hace 35 años. Creo que tengo un don para eso, un don que me dio Dios.

–¿Son clases grupales?

–Sí, son grupales, y eso está buenísimo, porque al ser grupales, ellos imitan, se sienten estimulados y contenidos. Y enseguida aprenden a pegarle a la pelotita. El deporte los ayuda a coordinar cuerpo y mente. Además, nosotros festejamos los cumpleaños, merendamos, hacemos mucha vida social con los chicos, que la pasan genial. Y a mí me hace muy feliz y me gratifica hacer lo que hago.

Producción: Paola Reyes. Maquillaje y peinado: Joaquina Espínola. Agradecimientos: @perramusoficial y @lunagarzonaccesorios.

Varios años antes de que Gabriela Sabatini lograra que muchos argentinos que nunca habían empuñado una raqueta se sentaran horas frente al televisor para ver sus duelos con Steffi Graf o Monica Seles, Claudia Casabianca (64) sacudió el tenis femenino con su talento, su garra, su audacia, su carisma y un drive demoledor. Contemporánea de Guillermo Vilas, fue multicampeona juvenil (alcanzó el puesto número 1 del ranking local) y la primera argentina en ganar un título profesional (Forest Hills, en 1977). Considerada una niña prodigio, protagonizó partidos históricos contra las mejores de su época –llegó al lugar 38 del ranking WTA– y el público enloquecía por ella en cada una de sus apariciones. Temperamental, disciplinada y algo rebelde dentro y fuera de la cancha, Claudia desafió algunos de los cánones del tradicional mundo del tenis, como cuando posó con poca ropa para la tapa de una revista. Era 1981. De todo eso, de su temprano retiro por lesión, su pasión intacta por el deporte y su trabajo con personas con discapacidad habló con ¡HOLA! Argentina.

–¿Hiciste amigos en el tenis?

–En el tenis no hay amigos, porque es un deporte muy competitivo. Pero sí convivís con los colegas. Yo me llevo bien con las tenistas y tengo una amiga mexicana, Alejandra Vallejos, que hace muchísimos años que no veo, pero nos comunicamos seguido. Ella es muy especial. Nos conocimos en Nueva York, en el torneo de Forest Hills. Al llegar al hotel nos avisaron que las habitaciones eran de a dos y las argentinas que estaban, Ivanna Madruga y Liliana Giussani, me dijeron: “Mirá, nosotras vamos a estar juntas, vos no sé con quién vas a estar”, y esta chica, que era la n°1 de México, me invitó a compartir la habitación. Y así fue. Empezó el torneo, yo iba ganando todos los partidos y ella me acompañaba, me alentaba. Llegué a la final y me dijo: “No me puedo quedar, me tengo que ir con mi contingente”. Y yo le contesté: “No te preocupes, si gano, te voy a ir a ver a México”. Gané y a los dos años fui a México, le toqué el timbre, y cuando abrió la puerta no lo podía creer. “Te prometí que si ganaba te iba a venir a ver”, le dije. “Tardé dos años, pero vine”.

–¿A qué tenista admirabas?

–Mi ídola era Chris Evert, la copiaba mucho. El estilo, por ejemplo. A mí me vestía Lacoste, pero yo diseñaba mi propio look y la empresa me hacía los modelos según mis sugerencias. Varios de esos vestidos los copiaba de los que usaba Chris Evert.

–Tenías un estilo bastante audaz para la época.

–Sí, a mí me encantaba ser femenina. Jugaba con las uñas pintadas, usaba bombachones con puntillas de encaje de colores, era muy coqueta.

–¿Te trajo problemas esa audacia?

–Una vez, en Wimbledon, yo usaba una pollerita gris. Estaba por jugar el partido de cuartos de final, bajó el presidente del club y me dijo: “No podés jugar con esa pollera. ¿No tenés otra?”. Y no, no tenía otra, tenía muchas, todas iguales a esa. Entonces él me dijo: “Bueno, te voy a poner una limusina, vas a ir al centro y te vas a comprar una pollerita blanca”. ¡Paró el partido y me llevaron en limusina a comprar la pollera! Tuve que jugar con esa pollerita y perdí.

–Al momento de jugar, también te distinguías del resto, sobre todo por tus golpes a dos manos.

–Sí, aprendí a jugar así porque empecé a los 5 años con la raqueta de mi papá, que era enorme y pesada y apenas la podía sostener. Mirá, cuando la Asociación Argentina de Tenis me becó, me dijeron que tenía que cambiar todos mis golpes. Yo era la 4 del mundo y 1 de Argentina. Me fui a jugar a Forest Hills, gané y cuando volví me planté: “Yo no cambio nada”, les dije. Y ahora todo el mundo juega el revés con dos manos.

–Hablando de audacia, ¿cómo te animaste a hacer la producción de fotos para la revista Libre?

–Yo estaba acostumbrada a Europa, donde hacer colaless no era un escándalo como acá. Además, había modelado bastante como tenista, así que cuando me llamaron de la revista, me encantó la propuesta. Encima, me pagaron muy bien. Después me ofrecieron muchísima más plata aún para hacer Playboy, pero no acepté, me pareció demasiado.

–¿En el mundo del tenis te criticaron por esas fotos?

–Y, habrán hablado, pero nadie me lo dijo de frente. Como yo era medio show woman, siempre me criticaron un poco, pero a mí no me importaba. Una vez Chris Evert me dijo: “Para ser campeona, en la vida y en el tenis, tenés que tener la piel gruesa, que te resbale todo”. Y yo lo aplico: lo apliqué en el tenis y ahora lo aplica en mi vida.

–También hiciste cine.

–Sí, soy actriz y modelo también. En Europa hice una película con Omar Sharif: fui a ver cómo filmaban y me llamaron. Y cuando volví a Buenos Aires me enganché con Lito Cruz y estudié tres años. Después hice la película Pasión prohibida.

–¿Tuviste amores en el tenis?

–Sí, mi primer amor fue John McEnroe. Teníamos los dos 17 años. Era un amor medio platónico: él me iba a ver jugar y yo lo iba a ver jugar a él. Los dos éramos número 1, los dos con un carácter imposible, pero bueno, no duró, era difícil verse porque los torneos de varones y mujeres no solían coincidir en las mismas ciudades. Yo estuve muy enamorada de él.

–¿Qué te enamoró?

–Su garra, siempre yendo para adelante, ese temperamento fuerte que tenía, me encantaba.

–¿Fue difícil dejar el tenis profesional?

–Sí, fue difícil: dejé de jugar a los 26 años por una lesión, volví al país después de estar viajando constantemente desde los 14 y no sabía qué hacer. Me deprimí cinco minutos, porque yo me deprimo cinco minutos, y enseguida me puse a pensar cómo seguir.

–¿Y qué hiciste?

–Formé una familia. Tengo dos hijos, Giuliano, de 32, que es abogado, y Gina, de 30, que es modelo y vive en Europa, en pareja con un tenista profesional. Y al poco tiempo empecé a dar clases de tenis: hace 35 años que doy clases en San Martín y en Vicente López, en el caso de San Martín, específicamente para personas con discapacidad.

–¿Cómo fue el pasaje de jugar a dar clases de tenis?

–Me resultó fácil, porque siempre tuve una conexión muy fuerte con las personas con capacidades diferentes. Desde chica me pasa. Y es algo que siento desde el corazón, tan fuerte es que me senté frente a una computadora, armé un proyecto para dar clases gratuitas a chicos con síndrome de down y trastorno del espectro autista, llamé a la Municipalidad de San Martín para ofrecerlo, les gustó y acá estoy, dando clases desde hace 35 años. Creo que tengo un don para eso, un don que me dio Dios.

–¿Son clases grupales?

–Sí, son grupales, y eso está buenísimo, porque al ser grupales, ellos imitan, se sienten estimulados y contenidos. Y enseguida aprenden a pegarle a la pelotita. El deporte los ayuda a coordinar cuerpo y mente. Además, nosotros festejamos los cumpleaños, merendamos, hacemos mucha vida social con los chicos, que la pasan genial. Y a mí me hace muy feliz y me gratifica hacer lo que hago.

Producción: Paola Reyes. Maquillaje y peinado: Joaquina Espínola. Agradecimientos: @perramusoficial y @lunagarzonaccesorios.

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