Cada cuatro años EE.UU. dice que es la elección más importante de la vida: esta vez parece ser cierto

WASHINGTON.- La última tapa de la revista The New Yorker antes de la elección presidencial en Estados Unidos muestra a la Estatua de la Libertad caminando sobre una cuerda floja. Esa caricatura es un reflejo de la ansiedad, el nerviosismo y la tensión extrema que atenaza al país en la víspera del cierre de la votación más dramática de este siglo. Cada cuatro años, Estados Unidos se dice a si mismo que está ante “la elección más importante de nuestras vidas”. Este año, parece ser cierto.

Inside this week’s issue of The New Yorker: https://t.co/XldYU7Z8xo pic.twitter.com/a7txu6wZCG

— The New Yorker (@NewYorker) November 4, 2024

El país llega a otra decisión crucial para su futuro –y el del resto del mundo– agobiado, notablemente crispado, y aún más dividido que hace cuatro años. Una vez más, Donald Trump ha sido el actor central de una campaña atípica, tóxica, violenta, muy agresiva, nutrida de desinformación, en la que demócratas y republicanos volvieron a tratarse como enemigos y ya no como meros rivales. Nada ha sido normal. Desde la irrupción de Trump en la política, Estados Unidos dejó de vivir las elecciones con normalidad. Ahora, y para ambos partidos, todo está en juego: la seguridad, la prosperidad, la libertad, y la democracia.

“No es una exageración decir que Estados Unidos no tendrá garantizados sus principios de siempre si gana un candidato autoritario. Nuestra democracia existe desde hace 248 años. Sinceramente, me pregunto si llegaremos a los 250″, dijo a LA NACION Larry Sabato, analista de la Universidad de Virginia.

Aunque Sabato, uno de los observadores políticos de mayor trayectoria del país, se refería a Trump, cualquier trumpista de pura cepa diría lo mismo de la candidata demócrata, Kamala Harris. Trump la ha llamado “comunista”, “socialista”, “marxista”, una “radical de extrema izquierda”, y la acusó a ella y al presidente Joe Biden de destruir la nación y convertirla en “un país del tercer mundo”. Harris, a su vez, llamó a Trump un “aspirante a dictador”, un “fascista” y un “tirano mezquino”. Lejos quedaron los días cuando los candidatos discutían sólo sobre quién paga más impuestos, o cómo se gasta la plata de los contribuyentes, o la amenaza del terrorismo, o ese momento en la campaña presidencial de 2008, cuando el candidato republicano, John McCain, le quitó el micrófono a una simpatizante cuando llamó “árabe” a su rival, Barack Obama.

Ahora, la política norteamericana parece enfrascada en una guerra cultural sin fin donde todo vale, y la rivalidad ha mutado en una enemistad abierta y sin paz –entre partidos, y también entre amistades, parejas, familias, barrios, pueblos, ciudades y estados–, una puja sin fin para ver quién define el rumbo y la identidad del país. Ante esa fractura, la concordia parece imposible, y los llamados a la unidad suenan a marketing, o incluso a utopía.

El estado de ánimo del país parece inclinar la balanza a favor de un triunfo de Trump, y un retorno del trumpismo. Apenas dos de cada diez norteamericanos son optimistas sobre el futuro, según Gallup, un nivel similar al de la pandemia. Seis de cada diez norteamericanos creen que el país va por mal rumbo, y una proporción similar piensa que la economía está empeorando. Es la gran paradoja que ha marcado esta campaña: los números duros de Estados Unidos son mucho mejores que los de otras economías avanzadas, la inflación ha bajado más rápido, el país crece más, crea más empleo, el desempleo está en el piso del último medio siglo, los salarios reales suben, los ingresos suben, la bolsa sube y marca récords. Pero michas personas sienten otra cosa. En los estados que decidirán quién va a la Casa Blanca –Pensilvania, Michigan, Wisconsin, Arizona, Georgia y Carolina del Norte– se escucha la misma queja que en otros rincones del país: todo está más caro, la vida es más difícil.

El azote de la pandemia sobre el costo de vida se amplificó además por la brutal suba de la tasa de interés que orquestó la Reserva Federal para estabilizar la economía. El crédito, uno de los motores principales del país, se encareció. Las hipotecas, las tarjetas de crédito, los préstamos para el consumo, para comprar un auto o para estudiar son más caros. Harris, que tuvo una de las campañas presidenciales más cortas de la historia, nunca encontró un mensaje ganador para esa realidad.

Otra actitud

Además del desánimo, otra actitud del país también favorece a Trump: por primera vez en casi dos décadas, Estados Unidos quiere menos inmigrantes, y no más. Una encuesta de Gallup de julio reveló que el 55% cree que la inmigración debe reducirse, la cifra más alta desde 2001, después de los atentados del 11-S. El discurso de Trump, que ata a los indocumentados al delito, al desempleo y la miseria, y que incluso llegó a decir que “se están comiendo a los perros”, parece tener más eco este año.

Con ese trasfondo, y con un Biden avejentado y muy impopular, Trump y los republicanos sacan ventaja en los temas que más preocupan al país, según coinciden las encuestas, excepto dos: el aborto y la democracia. Esto ayuda a explicar un giro en el discurso de Harris y los demócratas, quienes sobre el final de la campaña se olvidaron de la “política de la alegría”, y se dedicaron a hablar más de Trump, y el riesgo de que un retorno suyo a la Casa Blanca termine por llevarse puestos los derechos, las libertades, y, eventualmente, la democracia más longeva del planeta, un temor latente en la mente de medio país, y una buena parte de Occidente. Harris y los demócratas enfrentan además un desafío singular que ha tumbado a otros oficialismos en el resto del mundo: electorados más demandantes, más polarizados, más irritables e impacientes, y más proclives a dar un volantazo.

Pese a ese viento en contra, Harris puede ganar. El principal motivo: el propio Trump. Más allá de la fidelidad ciega de sus seguidores, y de la obediencia forzada del establishment del Partido Republicano, Trump le ha dado a los demócratas más victorias que derrotas. Luego de su sorpresivo triunfo de 2016 ante Hillary Clinton, Trump perdió en 2018, en 2020, y fue principal culpable al que señalaron los republicanos por su decepcionante elección legislativa en 2022. Una buena parte del país parece ansiosa por “dar vuelta la página” y trazar “un nuevo camino hacia adelante”, como aboga Harris en sus discursos.

“Donald Trump ha sido la historia política más importante de los últimos diez años. Una obsesión mediática. Una fuerza divisoria. Y hoy es el último día en que hará campaña para presidente”, dijo Brian Stelter, analista de medios de CNN, en la red X. Aun si Trump gana y vuelve a la Casa Blanca, es su última elección.

Donald Trump has been the biggest political story of the past ten years. A media fixation. A divisive force. And today is the last day he will ever campaign for president. pic.twitter.com/SivIOpCg5S

— Brian Stelter (@brianstelter) November 4, 2024

La última campaña de Trump ha sido la más violenta –sufrió dos atentados– y agresiva de todas. Su discurso ha sido mucho más duro y radical que el de 2016 o 2020, sobre todo al final. Trump extremó su mensaje contra los inmigrantes, acusándolos de todo, en su cierre un comediante dijo que Puerto Rico era una “isla flotante de basura”, prometió usar al ejército para ir contra sus rivales, “el enemigo interno”, y ventiló la idea de que le disparen a los periodistas que cubren sus actos, o a Liz Cheney, la hija el exvicepresidente, Dick Cheney, y una de sus principales opositores en el ala tradicional del Grand Old Party. Fue después de que Cheney subió a un escenario con Harris para darle su apoyo y anunciar que la votará.

“Así es como los dictadores destruyen las naciones libres. Amenazan de muerte a quienes hablan en su contra. No podemos confiar nuestro país y nuestra libertad a un hombre mezquino, vengativo, cruel, inestable y que quiere ser un tirano”, le respondió Cheney.

Es el principal alegato de Harris y los demócratas para permanecer otros cuatro años en la Casa Blanca, y despedir definitivamente a Trump de la política. Un país exhausto y con los nervios a flor de piel dará su veredicto, y decidirá si Estados Unidos vuelve al pasado, o da vuelta la página. Gane quien gane, la batalla por el país continuará.

 

WASHINGTON.- La última tapa de la revista The New Yorker antes de la elección presidencial en Estados Unidos muestra a la Estatua de la Libertad caminando sobre una cuerda floja. Esa caricatura es un reflejo de la ansiedad, el nerviosismo y la tensión extrema que atenaza al país en la víspera del cierre de la votación más dramática de este siglo. Cada cuatro años, Estados Unidos se dice a si mismo que está ante “la elección más importante de nuestras vidas”. Este año, parece ser cierto.

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El país llega a otra decisión crucial para su futuro –y el del resto del mundo– agobiado, notablemente crispado, y aún más dividido que hace cuatro años. Una vez más, Donald Trump ha sido el actor central de una campaña atípica, tóxica, violenta, muy agresiva, nutrida de desinformación, en la que demócratas y republicanos volvieron a tratarse como enemigos y ya no como meros rivales. Nada ha sido normal. Desde la irrupción de Trump en la política, Estados Unidos dejó de vivir las elecciones con normalidad. Ahora, y para ambos partidos, todo está en juego: la seguridad, la prosperidad, la libertad, y la democracia.

“No es una exageración decir que Estados Unidos no tendrá garantizados sus principios de siempre si gana un candidato autoritario. Nuestra democracia existe desde hace 248 años. Sinceramente, me pregunto si llegaremos a los 250″, dijo a LA NACION Larry Sabato, analista de la Universidad de Virginia.

Aunque Sabato, uno de los observadores políticos de mayor trayectoria del país, se refería a Trump, cualquier trumpista de pura cepa diría lo mismo de la candidata demócrata, Kamala Harris. Trump la ha llamado “comunista”, “socialista”, “marxista”, una “radical de extrema izquierda”, y la acusó a ella y al presidente Joe Biden de destruir la nación y convertirla en “un país del tercer mundo”. Harris, a su vez, llamó a Trump un “aspirante a dictador”, un “fascista” y un “tirano mezquino”. Lejos quedaron los días cuando los candidatos discutían sólo sobre quién paga más impuestos, o cómo se gasta la plata de los contribuyentes, o la amenaza del terrorismo, o ese momento en la campaña presidencial de 2008, cuando el candidato republicano, John McCain, le quitó el micrófono a una simpatizante cuando llamó “árabe” a su rival, Barack Obama.

Ahora, la política norteamericana parece enfrascada en una guerra cultural sin fin donde todo vale, y la rivalidad ha mutado en una enemistad abierta y sin paz –entre partidos, y también entre amistades, parejas, familias, barrios, pueblos, ciudades y estados–, una puja sin fin para ver quién define el rumbo y la identidad del país. Ante esa fractura, la concordia parece imposible, y los llamados a la unidad suenan a marketing, o incluso a utopía.

El estado de ánimo del país parece inclinar la balanza a favor de un triunfo de Trump, y un retorno del trumpismo. Apenas dos de cada diez norteamericanos son optimistas sobre el futuro, según Gallup, un nivel similar al de la pandemia. Seis de cada diez norteamericanos creen que el país va por mal rumbo, y una proporción similar piensa que la economía está empeorando. Es la gran paradoja que ha marcado esta campaña: los números duros de Estados Unidos son mucho mejores que los de otras economías avanzadas, la inflación ha bajado más rápido, el país crece más, crea más empleo, el desempleo está en el piso del último medio siglo, los salarios reales suben, los ingresos suben, la bolsa sube y marca récords. Pero michas personas sienten otra cosa. En los estados que decidirán quién va a la Casa Blanca –Pensilvania, Michigan, Wisconsin, Arizona, Georgia y Carolina del Norte– se escucha la misma queja que en otros rincones del país: todo está más caro, la vida es más difícil.

El azote de la pandemia sobre el costo de vida se amplificó además por la brutal suba de la tasa de interés que orquestó la Reserva Federal para estabilizar la economía. El crédito, uno de los motores principales del país, se encareció. Las hipotecas, las tarjetas de crédito, los préstamos para el consumo, para comprar un auto o para estudiar son más caros. Harris, que tuvo una de las campañas presidenciales más cortas de la historia, nunca encontró un mensaje ganador para esa realidad.

Otra actitud

Además del desánimo, otra actitud del país también favorece a Trump: por primera vez en casi dos décadas, Estados Unidos quiere menos inmigrantes, y no más. Una encuesta de Gallup de julio reveló que el 55% cree que la inmigración debe reducirse, la cifra más alta desde 2001, después de los atentados del 11-S. El discurso de Trump, que ata a los indocumentados al delito, al desempleo y la miseria, y que incluso llegó a decir que “se están comiendo a los perros”, parece tener más eco este año.

Con ese trasfondo, y con un Biden avejentado y muy impopular, Trump y los republicanos sacan ventaja en los temas que más preocupan al país, según coinciden las encuestas, excepto dos: el aborto y la democracia. Esto ayuda a explicar un giro en el discurso de Harris y los demócratas, quienes sobre el final de la campaña se olvidaron de la “política de la alegría”, y se dedicaron a hablar más de Trump, y el riesgo de que un retorno suyo a la Casa Blanca termine por llevarse puestos los derechos, las libertades, y, eventualmente, la democracia más longeva del planeta, un temor latente en la mente de medio país, y una buena parte de Occidente. Harris y los demócratas enfrentan además un desafío singular que ha tumbado a otros oficialismos en el resto del mundo: electorados más demandantes, más polarizados, más irritables e impacientes, y más proclives a dar un volantazo.

Pese a ese viento en contra, Harris puede ganar. El principal motivo: el propio Trump. Más allá de la fidelidad ciega de sus seguidores, y de la obediencia forzada del establishment del Partido Republicano, Trump le ha dado a los demócratas más victorias que derrotas. Luego de su sorpresivo triunfo de 2016 ante Hillary Clinton, Trump perdió en 2018, en 2020, y fue principal culpable al que señalaron los republicanos por su decepcionante elección legislativa en 2022. Una buena parte del país parece ansiosa por “dar vuelta la página” y trazar “un nuevo camino hacia adelante”, como aboga Harris en sus discursos.

“Donald Trump ha sido la historia política más importante de los últimos diez años. Una obsesión mediática. Una fuerza divisoria. Y hoy es el último día en que hará campaña para presidente”, dijo Brian Stelter, analista de medios de CNN, en la red X. Aun si Trump gana y vuelve a la Casa Blanca, es su última elección.

Donald Trump has been the biggest political story of the past ten years. A media fixation. A divisive force. And today is the last day he will ever campaign for president. pic.twitter.com/SivIOpCg5S

— Brian Stelter (@brianstelter) November 4, 2024

La última campaña de Trump ha sido la más violenta –sufrió dos atentados– y agresiva de todas. Su discurso ha sido mucho más duro y radical que el de 2016 o 2020, sobre todo al final. Trump extremó su mensaje contra los inmigrantes, acusándolos de todo, en su cierre un comediante dijo que Puerto Rico era una “isla flotante de basura”, prometió usar al ejército para ir contra sus rivales, “el enemigo interno”, y ventiló la idea de que le disparen a los periodistas que cubren sus actos, o a Liz Cheney, la hija el exvicepresidente, Dick Cheney, y una de sus principales opositores en el ala tradicional del Grand Old Party. Fue después de que Cheney subió a un escenario con Harris para darle su apoyo y anunciar que la votará.

“Así es como los dictadores destruyen las naciones libres. Amenazan de muerte a quienes hablan en su contra. No podemos confiar nuestro país y nuestra libertad a un hombre mezquino, vengativo, cruel, inestable y que quiere ser un tirano”, le respondió Cheney.

Es el principal alegato de Harris y los demócratas para permanecer otros cuatro años en la Casa Blanca, y despedir definitivamente a Trump de la política. Un país exhausto y con los nervios a flor de piel dará su veredicto, y decidirá si Estados Unidos vuelve al pasado, o da vuelta la página. Gane quien gane, la batalla por el país continuará.

 

 El candidato republicano fue otra vez el protagonista central de una campaña donde ambos se acusaron mutuamente de ser una amenaza para la democracia  Read More

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