El patrimonio de los museos

Además de establecer y consagrar un determinado canon artístico e histórico, los museos deben preservar su patrimonio. Por eso muchos incluyen talleres especializados en los que trabajan expertos en la restauración de las piezas exhibidas, sometidas a limpieza, a tratamientos contra hongos e insectos y, en resumen, a todo tipo de prácticas destinadas a su preservación y supervivencia.

Semanas atrás, el Museo Real de Bellas Artes de Amberes (Bélgica) acometió la restauración de una enorme tela de Rubens (Madonna entronizada con niño, de 1628). Como el tamaño de la obra excedía las medidas del taller del museo, las tareas de restauración se llevaron a cabo a la vista del público y en la misma sala donde la tela se exponía. Lo que podría parecer una incomodidad se convirtió en una atracción más para los visitantes. No es el primer caso en que algo así ocurre; varios museos en el mundo incluso han advertido la conveniencia de tener talleres de restauración visibles para sus visitantes desde su exterior. No solo permite instruirlos acerca de la complejidad, dificultad e importancia de las tareas de preservación patrimonial, sino también demostrar ante los espectadores los desarrollos técnicos que las acompañan y la dedicación de quienes las llevan a cabo.

Sería ideal que todos los procesos de restauración pudieran ser contemplados por el público; obviamente, con las restricciones razonables impuestas por su naturaleza. No cabe duda alguna de que los visitantes, convertidos en educados espectadores, sabrán apreciar mejor el contenido y valor del respectivo museo. La función educativa de estos no puede agotarse en la mera exhibición pasiva de piezas y obras de arte.

Todo cuanto pueda hacerse para permitir la interacción entre objetos y sujetos del fenómeno museológico rendirá beneficios para toda la sociedad.

Después de todo, como sostenía el sociólogo Pierre Francastel, “la obra de arte es un punto de encuentro de espíritus”. Lo mismo puede decirse de los objetos que nos hablan de un pasado en común.

Además de establecer y consagrar un determinado canon artístico e histórico, los museos deben preservar su patrimonio. Por eso muchos incluyen talleres especializados en los que trabajan expertos en la restauración de las piezas exhibidas, sometidas a limpieza, a tratamientos contra hongos e insectos y, en resumen, a todo tipo de prácticas destinadas a su preservación y supervivencia.

Semanas atrás, el Museo Real de Bellas Artes de Amberes (Bélgica) acometió la restauración de una enorme tela de Rubens (Madonna entronizada con niño, de 1628). Como el tamaño de la obra excedía las medidas del taller del museo, las tareas de restauración se llevaron a cabo a la vista del público y en la misma sala donde la tela se exponía. Lo que podría parecer una incomodidad se convirtió en una atracción más para los visitantes. No es el primer caso en que algo así ocurre; varios museos en el mundo incluso han advertido la conveniencia de tener talleres de restauración visibles para sus visitantes desde su exterior. No solo permite instruirlos acerca de la complejidad, dificultad e importancia de las tareas de preservación patrimonial, sino también demostrar ante los espectadores los desarrollos técnicos que las acompañan y la dedicación de quienes las llevan a cabo.

Sería ideal que todos los procesos de restauración pudieran ser contemplados por el público; obviamente, con las restricciones razonables impuestas por su naturaleza. No cabe duda alguna de que los visitantes, convertidos en educados espectadores, sabrán apreciar mejor el contenido y valor del respectivo museo. La función educativa de estos no puede agotarse en la mera exhibición pasiva de piezas y obras de arte.

Todo cuanto pueda hacerse para permitir la interacción entre objetos y sujetos del fenómeno museológico rendirá beneficios para toda la sociedad.

Después de todo, como sostenía el sociólogo Pierre Francastel, “la obra de arte es un punto de encuentro de espíritus”. Lo mismo puede decirse de los objetos que nos hablan de un pasado en común.

 Además de establecer y consagrar un determinado canon artístico e histórico, los museos deben preservar su patrimonio. Por eso muchos incluyen talleres especializados en los que trabajan expertos en la restauración de las piezas exhibidas, sometidas a limpieza, a tratamientos contra hongos e insectos y, en resumen, a todo tipo de prácticas destinadas a su preservación y supervivencia.Semanas atrás, el Museo Real de Bellas Artes de Amberes (Bélgica) acometió la restauración de una enorme tela de Rubens (Madonna entronizada con niño, de 1628). Como el tamaño de la obra excedía las medidas del taller del museo, las tareas de restauración se llevaron a cabo a la vista del público y en la misma sala donde la tela se exponía. Lo que podría parecer una incomodidad se convirtió en una atracción más para los visitantes. No es el primer caso en que algo así ocurre; varios museos en el mundo incluso han advertido la conveniencia de tener talleres de restauración visibles para sus visitantes desde su exterior. No solo permite instruirlos acerca de la complejidad, dificultad e importancia de las tareas de preservación patrimonial, sino también demostrar ante los espectadores los desarrollos técnicos que las acompañan y la dedicación de quienes las llevan a cabo.Sería ideal que todos los procesos de restauración pudieran ser contemplados por el público; obviamente, con las restricciones razonables impuestas por su naturaleza. No cabe duda alguna de que los visitantes, convertidos en educados espectadores, sabrán apreciar mejor el contenido y valor del respectivo museo. La función educativa de estos no puede agotarse en la mera exhibición pasiva de piezas y obras de arte.Todo cuanto pueda hacerse para permitir la interacción entre objetos y sujetos del fenómeno museológico rendirá beneficios para toda la sociedad.Después de todo, como sostenía el sociólogo Pierre Francastel, “la obra de arte es un punto de encuentro de espíritus”. Lo mismo puede decirse de los objetos que nos hablan de un pasado en común.  Read More

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