Da Vinci y Rembrandt, agujereados en una muestra en Caseros

“La Mona Lisa se está descargando”, dice una nena frente a una pintura al óleo de Martín La Rosa en la sede de Muntref Caseros. La obra de Leonardo efectivamente se ve hasta la altura de los ojos, y después, la tela se vuelve negra… como si se hubiera cortado el wifi en medio de la visualización. Pero esto es un museo, la imagen es un óleo y el autor no es el renacentista, sino un genial pintor contemporáneo, que logra hacer citas a la historia del arte con gran maestría, pero le introduce preguntas y reflexiones de nuestro tiempo.

Parece un sacrilegio: La Dama del Armiño, del gran Leonardo, tiene calados 81 agujeros. El óleo es mayor al original, 190 x 150 cm, y es una recreación del diestro La Rosa. Es muy lograda también Retrato de Ginevra de Benci. Diálogo con Leonardo. Pero esta versión está plagada de espinas de acacias, que también emergen de las paredes. Retrato de una Mujer con Abanico. Diálogo con Rembrandt es muy fiel… salvo por los agujeros negros en la tela hechos con el fuego de una vela. El políptico El tiempo y lo visible. Fuego, tierra, aire, agua, es explícito: el mismo retrato fue sometido a las inclemencias de los cuatro elementos.

La Rosa es un pintor virtuoso que desarrolló una obsesión. Empezó a viajar a Nueva York cada año, y cayó en el embrujo de un autorretrato de Rembrandt. Cada vez que pisaba la ciudad, tenía que ir a la Frick Collection a verlo (siguió viajando y hoy vive entre Buenos Aires, Valencia y Florencia). “Lo primero que hacía era dejar mi equipaje e irme a hablar un poco con Rembrandt, que en ese momento no estaba colgado de manera muy cómoda, sino a tres metros de alto. Lo sentía muy vivo. Era como si fuera a saludar a un familiar”, cuenta. Así, a pura observación, aprendió a pintar como los maestros.

La recreación de aquel cuadro, en 2017, dio inicio a la serie que hoy integran la muestra El tiempo y lo visible. “A mí lo que me llama la atención de los retratos es cuando son una figura única, atrapar un poco ese vacío, el silencio, la soledad alrededor, la atmósfera que aparece en ese retrato, más allá de la figura en sí. Y eso es lo que trato de pintar”, explica el artista. Le da igual si el modelo de su retrato está vivo o pintado.

Claro que no es un hombre del Siglo XVI, sino un artista contemporáneo. Interesado en la naturaleza, interviene sus obras con los cuatro elementos. Las deja a la intemperie, las entierra, las pone bajo la lluvia, las quema con fuego. Después las cuelga con tanzas invisibles para que el espectador pueda ver lo que sufrió el cuadro en el reverso de la tela. Los agujeros en La Dama del Armiño simbolizan el aire que la atraviesa. Otros cuadros que dialogan con Rembrandt están quemados con vela o pintados con tierra por arriba.

Al Retrato de una infanta, de Juan de Flandes, lo visita cada vez que pisa Madrid, en el Museo Thyssen. En la muestra de Caseros lo reversiona con las cuatro inclemencias: “A mí me gusta mucho lo aleatorio y el paso del tiempo en la obra. Es lo que veo cuando voy a visitar recurrentemente determinadas obras en los museos y cada vez las encuentro distintas. No solo porque mi cabeza cambia y soy otro. También creo que el tiempo actúa en la obra y que se ve diferente. Lo que hago es acelerar ese proceso en mi obra. Además, la pinté cuatro veces para que también se note que no hay manera de pintar dos obras iguales”.

“Trato de atrapar lo que me pasa a mí cuando veo la obra”, continúa el pintor. Coincide con la curadora de la exposición, Florencia Battiti: “La Rosa explota al máximo su receptividad, es decir, su capacidad de escucha visual. Con cada pincelada intenta transmitir las enormes e infinitas sensaciones vividas ante esas pinturas y, a través de intervenciones y alteraciones sobre los motivos originales, aspira a terminar de descubrirlas para hacerlas propias”.

Asiduo visitante de museos de Italia, Reino Unido, Francia, España, Holanda, Estados Unidos, admirador de quienes considera sus maestros, Rembrandt, Giacometti, Lucian Freud, Bacon, Vermeer y Chillida, y alumno de maestros locales como Guillermo Roux y Roger Mantegani, La Rosa sigue pintando, y recibe a los espectadores los sábados en la exposición de Caseros. Battiti le encuentra un sentido: “Quizás, cuando La Rosa interviene las obras de sus admirados colegas con agua, fuego, tierra y aire, conjure un gesto que afirma que el arte, el de ahora, el de antes y el de siempre, es tan indispensable para nuestra existencia como los elementos de la naturaleza”.

Para agendar

El tiempo y lo visible, de Martín La Rosa, en Muntref, Valentín Gómez 4838, Caseros, hasta el 15 de junio.

“La Mona Lisa se está descargando”, dice una nena frente a una pintura al óleo de Martín La Rosa en la sede de Muntref Caseros. La obra de Leonardo efectivamente se ve hasta la altura de los ojos, y después, la tela se vuelve negra… como si se hubiera cortado el wifi en medio de la visualización. Pero esto es un museo, la imagen es un óleo y el autor no es el renacentista, sino un genial pintor contemporáneo, que logra hacer citas a la historia del arte con gran maestría, pero le introduce preguntas y reflexiones de nuestro tiempo.

Parece un sacrilegio: La Dama del Armiño, del gran Leonardo, tiene calados 81 agujeros. El óleo es mayor al original, 190 x 150 cm, y es una recreación del diestro La Rosa. Es muy lograda también Retrato de Ginevra de Benci. Diálogo con Leonardo. Pero esta versión está plagada de espinas de acacias, que también emergen de las paredes. Retrato de una Mujer con Abanico. Diálogo con Rembrandt es muy fiel… salvo por los agujeros negros en la tela hechos con el fuego de una vela. El políptico El tiempo y lo visible. Fuego, tierra, aire, agua, es explícito: el mismo retrato fue sometido a las inclemencias de los cuatro elementos.

La Rosa es un pintor virtuoso que desarrolló una obsesión. Empezó a viajar a Nueva York cada año, y cayó en el embrujo de un autorretrato de Rembrandt. Cada vez que pisaba la ciudad, tenía que ir a la Frick Collection a verlo (siguió viajando y hoy vive entre Buenos Aires, Valencia y Florencia). “Lo primero que hacía era dejar mi equipaje e irme a hablar un poco con Rembrandt, que en ese momento no estaba colgado de manera muy cómoda, sino a tres metros de alto. Lo sentía muy vivo. Era como si fuera a saludar a un familiar”, cuenta. Así, a pura observación, aprendió a pintar como los maestros.

La recreación de aquel cuadro, en 2017, dio inicio a la serie que hoy integran la muestra El tiempo y lo visible. “A mí lo que me llama la atención de los retratos es cuando son una figura única, atrapar un poco ese vacío, el silencio, la soledad alrededor, la atmósfera que aparece en ese retrato, más allá de la figura en sí. Y eso es lo que trato de pintar”, explica el artista. Le da igual si el modelo de su retrato está vivo o pintado.

Claro que no es un hombre del Siglo XVI, sino un artista contemporáneo. Interesado en la naturaleza, interviene sus obras con los cuatro elementos. Las deja a la intemperie, las entierra, las pone bajo la lluvia, las quema con fuego. Después las cuelga con tanzas invisibles para que el espectador pueda ver lo que sufrió el cuadro en el reverso de la tela. Los agujeros en La Dama del Armiño simbolizan el aire que la atraviesa. Otros cuadros que dialogan con Rembrandt están quemados con vela o pintados con tierra por arriba.

Al Retrato de una infanta, de Juan de Flandes, lo visita cada vez que pisa Madrid, en el Museo Thyssen. En la muestra de Caseros lo reversiona con las cuatro inclemencias: “A mí me gusta mucho lo aleatorio y el paso del tiempo en la obra. Es lo que veo cuando voy a visitar recurrentemente determinadas obras en los museos y cada vez las encuentro distintas. No solo porque mi cabeza cambia y soy otro. También creo que el tiempo actúa en la obra y que se ve diferente. Lo que hago es acelerar ese proceso en mi obra. Además, la pinté cuatro veces para que también se note que no hay manera de pintar dos obras iguales”.

“Trato de atrapar lo que me pasa a mí cuando veo la obra”, continúa el pintor. Coincide con la curadora de la exposición, Florencia Battiti: “La Rosa explota al máximo su receptividad, es decir, su capacidad de escucha visual. Con cada pincelada intenta transmitir las enormes e infinitas sensaciones vividas ante esas pinturas y, a través de intervenciones y alteraciones sobre los motivos originales, aspira a terminar de descubrirlas para hacerlas propias”.

Asiduo visitante de museos de Italia, Reino Unido, Francia, España, Holanda, Estados Unidos, admirador de quienes considera sus maestros, Rembrandt, Giacometti, Lucian Freud, Bacon, Vermeer y Chillida, y alumno de maestros locales como Guillermo Roux y Roger Mantegani, La Rosa sigue pintando, y recibe a los espectadores los sábados en la exposición de Caseros. Battiti le encuentra un sentido: “Quizás, cuando La Rosa interviene las obras de sus admirados colegas con agua, fuego, tierra y aire, conjure un gesto que afirma que el arte, el de ahora, el de antes y el de siempre, es tan indispensable para nuestra existencia como los elementos de la naturaleza”.

Para agendar

El tiempo y lo visible, de Martín La Rosa, en Muntref, Valentín Gómez 4838, Caseros, hasta el 15 de junio.

 Martín La Rosa es un pintor virtuoso que recrea pinturas de grandes maestros del arte y las somete a los elementos de la naturaleza; expone en Muntref  Read More