Espartanos. Presos que se reinventan y logran rehacer su vida

Nacido en marzo de 2009, el proyecto Espartanos es hoy una realidad tangible. A través de la práctica del rugby en las cárceles y de otros instrumentos –estudio, trabajo y espiritualidad– “ha logrado bajar la reincidencia de quienes salen en libertad del 70% al 5%”, afirma su fundador, Eduardo “Coco” Oderigo. Así, se ha ido expandiendo a unidades penales de toda la Argentina y a muchos otros países.

En octubre de 2015, una delegación de exinternos y directivos de la Fundación Espartanos fueron recibidos por el papa Francisco en el Vaticano. En febrero pasado, Disney (Star+) estrenó con suceso alrededor del mundo la serie Espartanos, una historia real, íntegramente realizada en la Argentina.

Oderigo y Carlos M. Reymundo Roberts, periodista de LA NACION, acaban de publicar Espartanos. Reescribiendo historias (Sudamericana), “la obra más completa”, sostienen, que se haya escrito sobre este plan integral de reinserción social.

Reproducimos aquí extractos del libro.

La multiplicación. Coco Oderigo. Hace unos años, una jueza fue a la Unidad 48, de San Martín (cuna de Espartanos), y se enteró de que tenía 1000 internos, exactamente el doble de su capacidad. Entonces ordenó que 500 fueran redistribuidos en otros penales de la provincia. De esos 500, 200 eran Espartanos, que vio salir a la mitad de sus jugadores, presos que habían abrazado la causa y estaban haciendo las cosas muy bien. Poco después la medida fue revertida, porque la superpoblación no era un problema de San Martín: afectaba a todas las unidades. A la 48 volvieron 500, pero no eran los mismos que se habían ido: las otras cárceles se habían quedado con los mejores y habían enviado a los peores, los más rebeldes, esos que nadie quiere.

Nos preocupamos. La posibilidad de que los nuevos contaminaran el clima de los cuatro pabellones de Espartanos era una amenaza real: convivirían 200 “del rugby” y 200 presos peligrosos. Sin embargo, pasó todo lo contrario: los nuevos terminaron asimilando la cultura espartana. Y lo mismo había pasado con los Espartanos que quedaron en otras unidades: pese a ser minoría, habían logrado transmitir los valores aprendidos en la 48, contagiar ese espíritu.

[…] Viendo lo que había pasado, nos propusimos aprovechar ese extraordinario efecto multiplicador: en un pabellón de 100 espartanos, hay que sacar a 50, con sus líderes, y enviarlos a otros pabellones, para que los “colonicen”. Digamos: en dos meses, 400 espartanos podrían pasar a ser 800, y repetir el esquema para que los 800 se conviertan en 1600, y los 1600, en 3200, y así sucesivamente. Cuando te querés acordar, en poco tiempo tenés más de 50.000 espartanos y cambiaste la dinámica y la vida de las cárceles, bajo el liderazgo de personas que han elegido tomar otro rumbo, han elegido reinventarse. En esa iniciativa estamos hoy, con el respaldo de autoridades provinciales, municipales, judiciales y penitenciarias.

[…] Si este plan piloto funciona bien, habremos atacado un aspecto clave de la inseguridad en nuestro país: las cárceles. El drama de la inseguridad no lo resuelve un ministro, un juez, un intendente, una fundación. La solución está en trabajar todos juntos y tener en cuenta que los propios presos, que entendieron el camino, pueden ayudar desde adentro. Hoy, en la Argentina, el 70% de los que salen en libertad, reinciden; ese número cae al 5% entre espartanos.

“El monstruo”. Tatiana Ruiz Díaz (Tati, 32 años) es una joven alegre, encantadora. Pero supo ser un demonio. “No la quería nadie. Todos los penales se la sacaban de encima”, cuenta un abogado que la conoció en aquellos años de desquicio. De Villa La Madrid (un asentamiento de Lomas de Zamora), su papá murió cuando ella tenía 3 años, y su mamá, que consumía drogas y delinquía, fue condenada a 8 años de prisión. Tati se crió sola, en la calle, tuvo un hijo de un novio que le pegaba y también cayó en la droga y la delincuencia. La detuvieron y pasó por todos los penales de la provincia. Estaba más tiempo en celdas de castigo, aislada, que en los pabellones. En medio de una profunda depresión, intentó suicidarse colgándose de una cuerda hecha con sábanas, en la Unidad 46, de San Martín, pero de milagro lograron salvarla cuando yacía en el piso.

[…] Poco después conoció a las Espartanas que jugaban el rugby en una cancha pegada a su celda de castigo, que se le acercaron y se hicieron amigas de ella. Logró el traslado al pabellón del rugby, se animó a jugarlo y comenzó su reconstrucción. Dejó de consumir y pasó a ser una de las figuras y líderes del equipo. “Me di cuenta de que las chicas se habían encariñado conmigo. Era muy extraño sentir que otras personas me miraban con buenos ojos: me había acostumbrado a ser el monstruo”.

[…] Hoy, en libertad, está en paz y armonía, ve a diario a su hijo, sigue jugando al rugby, entrena a un equipo de un penal, la Fundación Espartanos le consiguió trabajo en la empresa Bimbo y tiene un emprendimiento de ropa. “En la cárcel conocí el rugby y a Espartanos, gracias a Espartanos pude cambiar, gracias al cambio recuperé mi vida, gracias a recuperar mi vida ahora puedo ayudar a otras chicas. Ahora comparto con ellas lo que a mí me salvó. Me salvó que me dieran cariño, orientación. Que confiaran en mí”.

“En la cárcel aprendí a ser feliz”. Oscar Mondelo (“Caio”, 32 años) vivía en San Miguel, provincia de Buenos Aires, con su mamá en casa de sus abuelos, una familia numerosa dada al alcohol y la violencia. Su mamá, soltera, lo tuvo con apenas 18 años y no le prestaba demasiada atención. A su padre lo conoció en la calle cuando tenía 8 años. Desde adolescente salió a robar, armado; se tiroteó más de una vez con la policía y, como lo tenían en la mira, se fue a vivir a Lanús con un exnovio de su mamá, Omar, que lo quería como a un hijo.

[…] Una vez fue a asaltar una financiera en el centro de Lanús. Cuando encaró hacia el mostrador, con una 45 debajo del buzo, un señor lo detuvo: “¡Hola, Oscarcito! ¡Qué bueno encontrarte!”. Era un íntimo amigo de su “papá postizo”. Por supuesto, reculó. Salió a la calle y se puso a llorar. Había estado a punto de romperle el corazón a Omar, la persona que más lo ayudaba, y que no sabía que andaba en esas. Decidió cambiar de vida y ponerse a trabajar.

[…] Años después, ya encaminado, en una requisa rutinaria en la calle le pidieron el documento, vieron que tenía pedido de captura y terminó en la cárcel. Esa pirueta del destino, haber sido condenado a varios años de prisión cuando estaba haciendo las cosas bien, lo desestabilizó. “Dije: se va todo al carajo”. Volvió a las andadas: drogarse, resolver todo a las trompadas y con una faca, ganarse enemigos. Cada vez estaba peor. Pero tuvo suerte. Fue destinado a un pabellón de Espartanos, en San Martín, aceptó las normas de convivencia puestas por los propios internos (no violencia, no consumo, compartir, respetar a los compañeros), dejó de drogarse, completó la primaria y la secundaria, hizo varios cursos y se entusiasmó con el rugby. “Aunque suene raro, yo acá, en la cárcel, aprendí a ser feliz. Gracias a Espartanos rescaté valores que había olvidado”.

[…] Tras casi cinco años y medio preso, a comienzos de este mes recuperó su libertad. Ya está trabajando. “Robar, nunca más”, jura.

De Cri Cri a Augusto. Laura Micheletti –53 años, casada, tres hijos– lleva siete años como voluntaria de Espartanos. Mucho antes de empezar a ir a la cárcel había muerto su segundo hijo, un bebé recién nacido. […] Un viernes, mientras rezaban el rosario en el patio del Pabellón 10 (Penal 48), notó que Cristian, “Cri Cri”, un chico de 19 años, no paraba de moverse, distrayendo a sus compañeros. Laura había generado muy buen vínculo con él y sabía que era disperso, pero ese día estaba demasiado molesto. Lo retó: “Cri Cri, por favor, sentate”. Cri Cri, que se divertía con los retos de Laura, le explicó que él nunca había tenido una madre, y que por eso no sabía comportarse. “Hagamos una cosa –propuso el chico–. Como yo no tuve mamá y me hubiese gustado tener una que fuera como vos, desde ahora vamos a hacer que en la cárcel vos sos mi mamá. Y a partir de este momento, quiero cambiarme el nombre. No soy más Cristian. Me voy a llamar Augusto”.

“Augusto”. Conmovida, Laura se puso a llorar. Así se llamaba el bebé que murió a horas de nacer. Lo más extraño: hacía poco que iba a la cárcel y ahí nadie conocía la historia.

Cri Cri ya cumplió su condena y sigue frecuentando a Laura, su mamá.

Epílogo: ser pelota o equipo. Julián Weich. Cuando Coco me pidió que hiciera el epílogo… me quedé duro. Jugué muchos años al rugby y ese puesto jamás lo había oído. ¿Dónde me paro? ¿Qué tengo que hacer? ¿Sería como el fullback de este libro? No importa. Si me convoca Coco, o la Fundación Espartanos, allí estaré. ¿Qué hay que hacer? Fácil: terminar el libro. […] Qué loco terminar un libro con historias que no terminan, ¿no? En la vida podés ser pelota de rugby, que sale para cualquier lado, o ser parte del equipo. La pelota se pincha, se gasta, se pierde, la olvidan por ahí… ¡El equipo siempre está! Soy parte del equipo de Espartanos y quisiera contagiarte un poco después de haber leído todas estas historias de vida increíbles pero reales. Te habrás dado cuenta de que nadie elige dónde nacer en este hecho fortuito de la vida. Ser feliz tal vez no sea una obligación; hacer felices a otros, sí. Coco y la Fundación Espartanos son un claro ejemplo de esto.

Perdón, sonó la chicharra. Se cumplieron los 80 minutos de juego. Tengo la pelota en mis manos y, aunque la patee afuera y termine el partido, el juego sigue. ¿Vos estás jugando? Elegí ser pelota o equipo. Yo ya elegí.

UN RAYO INSPIRADOR Por Carlos M. Reymundo Roberts

Imposible conocer el proyecto Espartanos sin conmoverse ante tantas historias de personas que han podido rehacer su vida e integrarse a la sociedad

Haber trabajado en Espartanos, reescribiendo historias, resultó para mí alucinante. A lo largo de los años he publicado muchas notas en la nacion sobre el arrollador fenómeno del rugby en las cárceles, que se expandió por todo la Argentina y también en otros países y continentes. Pero hacer este libro, y además hacerlo junto con Coco Oderigo, fundador del proyecto y persona absolutamente excepcional, fue una experiencia distinta, única.

Durante largos meses anduve a los saltos: de una cárcel de máxima seguridad en San Martín a un hogar de niños en un barrio bajo de San Fernando; de un asentamiento en Pacheco a una torre vanguardista en Puerto Madero en la que trabajan exinternos que cuando estaban detenidos abrazaron el espíritu espartano y hoy están plenamente reintegrados a la sociedad.

Hablé con decenas de presos, con un policía condenado por un delito que jura no haber cometido, con el dueño de un banco, con una transexual que se prostituía debajo de un puente de la Panamericana, con uno de los uruguayos sobrevivientes de los Andes; con asesinos, ladrones, voluntarios, dirigentes políticos, empresarios, curas… Conocí historias estremecedoras como las de Tati Ruiz Díaz, Caio Mondelo, Daniel Osvaldo Oro y tantas más.

Me asomé al infierno, confirmé que hay un cielo y entendí que las prisiones, reorientadas, pueden ser purgatorio. Coco explica muy bien en el libro (uno de los extractos que se publican hoy en estas páginas habla de eso) el efecto multiplicador que se logra cuando presos espartanos son trasladados a pabellones convencionales, en los que predominan la violencia, las drogas y los robos. Más temprano que tarde, aunque sean minoría, los espartanos terminan contagiando su espíritu al resto. “Colonizan” a los revoltosos, a esos internos que van de un penal a otro o pasan meses en celdas de castigo porque nadie los quiere.

A los periodistas nos toca convivir con realidades complejas. Desfilan ante nuestros ojos, por la propia dinámica de las noticias, crisis, problemas, miserias, tragedias, escándalos, y toda una galería de vivillos, mentirosos, inútiles, corruptos… Situaciones y personas que ubicaríamos en la vereda de enfrente no son tan visibles y hay que salir a buscarlas (no cumpliríamos con nuestro trabajo si no lo hiciéramos). Por contraste, los testimonios que aparecen en este libro movilizan e ilusionan. Me encantó descubrir vidas que encuentran su cauce; a presos que piden perdón con el corazón en la boca; a voluntarios que van a las cárceles a dar –tiempo, compañía, cariño– y cuando salen dicen que recibieron.

El actor Guillermo Pfening, que en la serie Espartanos, de Star+, hace de Coco (del que terminó siendo amigo), afirma que haberse acercado a ese mundo supuso “un antes y un después” en su trayectoria y en su vida.

Lo entiendo muy bien. Espartanos divide aguas. Imposible no conocer el proyecto y su gente sin conmoverse, sin sentirse atravesado por un rayo inspirador y sin enfrentar el desafío de reescribir la propia historia.

Nacido en marzo de 2009, el proyecto Espartanos es hoy una realidad tangible. A través de la práctica del rugby en las cárceles y de otros instrumentos –estudio, trabajo y espiritualidad– “ha logrado bajar la reincidencia de quienes salen en libertad del 70% al 5%”, afirma su fundador, Eduardo “Coco” Oderigo. Así, se ha ido expandiendo a unidades penales de toda la Argentina y a muchos otros países.

En octubre de 2015, una delegación de exinternos y directivos de la Fundación Espartanos fueron recibidos por el papa Francisco en el Vaticano. En febrero pasado, Disney (Star+) estrenó con suceso alrededor del mundo la serie Espartanos, una historia real, íntegramente realizada en la Argentina.

Oderigo y Carlos M. Reymundo Roberts, periodista de LA NACION, acaban de publicar Espartanos. Reescribiendo historias (Sudamericana), “la obra más completa”, sostienen, que se haya escrito sobre este plan integral de reinserción social.

Reproducimos aquí extractos del libro.

La multiplicación. Coco Oderigo. Hace unos años, una jueza fue a la Unidad 48, de San Martín (cuna de Espartanos), y se enteró de que tenía 1000 internos, exactamente el doble de su capacidad. Entonces ordenó que 500 fueran redistribuidos en otros penales de la provincia. De esos 500, 200 eran Espartanos, que vio salir a la mitad de sus jugadores, presos que habían abrazado la causa y estaban haciendo las cosas muy bien. Poco después la medida fue revertida, porque la superpoblación no era un problema de San Martín: afectaba a todas las unidades. A la 48 volvieron 500, pero no eran los mismos que se habían ido: las otras cárceles se habían quedado con los mejores y habían enviado a los peores, los más rebeldes, esos que nadie quiere.

Nos preocupamos. La posibilidad de que los nuevos contaminaran el clima de los cuatro pabellones de Espartanos era una amenaza real: convivirían 200 “del rugby” y 200 presos peligrosos. Sin embargo, pasó todo lo contrario: los nuevos terminaron asimilando la cultura espartana. Y lo mismo había pasado con los Espartanos que quedaron en otras unidades: pese a ser minoría, habían logrado transmitir los valores aprendidos en la 48, contagiar ese espíritu.

[…] Viendo lo que había pasado, nos propusimos aprovechar ese extraordinario efecto multiplicador: en un pabellón de 100 espartanos, hay que sacar a 50, con sus líderes, y enviarlos a otros pabellones, para que los “colonicen”. Digamos: en dos meses, 400 espartanos podrían pasar a ser 800, y repetir el esquema para que los 800 se conviertan en 1600, y los 1600, en 3200, y así sucesivamente. Cuando te querés acordar, en poco tiempo tenés más de 50.000 espartanos y cambiaste la dinámica y la vida de las cárceles, bajo el liderazgo de personas que han elegido tomar otro rumbo, han elegido reinventarse. En esa iniciativa estamos hoy, con el respaldo de autoridades provinciales, municipales, judiciales y penitenciarias.

[…] Si este plan piloto funciona bien, habremos atacado un aspecto clave de la inseguridad en nuestro país: las cárceles. El drama de la inseguridad no lo resuelve un ministro, un juez, un intendente, una fundación. La solución está en trabajar todos juntos y tener en cuenta que los propios presos, que entendieron el camino, pueden ayudar desde adentro. Hoy, en la Argentina, el 70% de los que salen en libertad, reinciden; ese número cae al 5% entre espartanos.

“El monstruo”. Tatiana Ruiz Díaz (Tati, 32 años) es una joven alegre, encantadora. Pero supo ser un demonio. “No la quería nadie. Todos los penales se la sacaban de encima”, cuenta un abogado que la conoció en aquellos años de desquicio. De Villa La Madrid (un asentamiento de Lomas de Zamora), su papá murió cuando ella tenía 3 años, y su mamá, que consumía drogas y delinquía, fue condenada a 8 años de prisión. Tati se crió sola, en la calle, tuvo un hijo de un novio que le pegaba y también cayó en la droga y la delincuencia. La detuvieron y pasó por todos los penales de la provincia. Estaba más tiempo en celdas de castigo, aislada, que en los pabellones. En medio de una profunda depresión, intentó suicidarse colgándose de una cuerda hecha con sábanas, en la Unidad 46, de San Martín, pero de milagro lograron salvarla cuando yacía en el piso.

[…] Poco después conoció a las Espartanas que jugaban el rugby en una cancha pegada a su celda de castigo, que se le acercaron y se hicieron amigas de ella. Logró el traslado al pabellón del rugby, se animó a jugarlo y comenzó su reconstrucción. Dejó de consumir y pasó a ser una de las figuras y líderes del equipo. “Me di cuenta de que las chicas se habían encariñado conmigo. Era muy extraño sentir que otras personas me miraban con buenos ojos: me había acostumbrado a ser el monstruo”.

[…] Hoy, en libertad, está en paz y armonía, ve a diario a su hijo, sigue jugando al rugby, entrena a un equipo de un penal, la Fundación Espartanos le consiguió trabajo en la empresa Bimbo y tiene un emprendimiento de ropa. “En la cárcel conocí el rugby y a Espartanos, gracias a Espartanos pude cambiar, gracias al cambio recuperé mi vida, gracias a recuperar mi vida ahora puedo ayudar a otras chicas. Ahora comparto con ellas lo que a mí me salvó. Me salvó que me dieran cariño, orientación. Que confiaran en mí”.

“En la cárcel aprendí a ser feliz”. Oscar Mondelo (“Caio”, 32 años) vivía en San Miguel, provincia de Buenos Aires, con su mamá en casa de sus abuelos, una familia numerosa dada al alcohol y la violencia. Su mamá, soltera, lo tuvo con apenas 18 años y no le prestaba demasiada atención. A su padre lo conoció en la calle cuando tenía 8 años. Desde adolescente salió a robar, armado; se tiroteó más de una vez con la policía y, como lo tenían en la mira, se fue a vivir a Lanús con un exnovio de su mamá, Omar, que lo quería como a un hijo.

[…] Una vez fue a asaltar una financiera en el centro de Lanús. Cuando encaró hacia el mostrador, con una 45 debajo del buzo, un señor lo detuvo: “¡Hola, Oscarcito! ¡Qué bueno encontrarte!”. Era un íntimo amigo de su “papá postizo”. Por supuesto, reculó. Salió a la calle y se puso a llorar. Había estado a punto de romperle el corazón a Omar, la persona que más lo ayudaba, y que no sabía que andaba en esas. Decidió cambiar de vida y ponerse a trabajar.

[…] Años después, ya encaminado, en una requisa rutinaria en la calle le pidieron el documento, vieron que tenía pedido de captura y terminó en la cárcel. Esa pirueta del destino, haber sido condenado a varios años de prisión cuando estaba haciendo las cosas bien, lo desestabilizó. “Dije: se va todo al carajo”. Volvió a las andadas: drogarse, resolver todo a las trompadas y con una faca, ganarse enemigos. Cada vez estaba peor. Pero tuvo suerte. Fue destinado a un pabellón de Espartanos, en San Martín, aceptó las normas de convivencia puestas por los propios internos (no violencia, no consumo, compartir, respetar a los compañeros), dejó de drogarse, completó la primaria y la secundaria, hizo varios cursos y se entusiasmó con el rugby. “Aunque suene raro, yo acá, en la cárcel, aprendí a ser feliz. Gracias a Espartanos rescaté valores que había olvidado”.

[…] Tras casi cinco años y medio preso, a comienzos de este mes recuperó su libertad. Ya está trabajando. “Robar, nunca más”, jura.

De Cri Cri a Augusto. Laura Micheletti –53 años, casada, tres hijos– lleva siete años como voluntaria de Espartanos. Mucho antes de empezar a ir a la cárcel había muerto su segundo hijo, un bebé recién nacido. […] Un viernes, mientras rezaban el rosario en el patio del Pabellón 10 (Penal 48), notó que Cristian, “Cri Cri”, un chico de 19 años, no paraba de moverse, distrayendo a sus compañeros. Laura había generado muy buen vínculo con él y sabía que era disperso, pero ese día estaba demasiado molesto. Lo retó: “Cri Cri, por favor, sentate”. Cri Cri, que se divertía con los retos de Laura, le explicó que él nunca había tenido una madre, y que por eso no sabía comportarse. “Hagamos una cosa –propuso el chico–. Como yo no tuve mamá y me hubiese gustado tener una que fuera como vos, desde ahora vamos a hacer que en la cárcel vos sos mi mamá. Y a partir de este momento, quiero cambiarme el nombre. No soy más Cristian. Me voy a llamar Augusto”.

“Augusto”. Conmovida, Laura se puso a llorar. Así se llamaba el bebé que murió a horas de nacer. Lo más extraño: hacía poco que iba a la cárcel y ahí nadie conocía la historia.

Cri Cri ya cumplió su condena y sigue frecuentando a Laura, su mamá.

Epílogo: ser pelota o equipo. Julián Weich. Cuando Coco me pidió que hiciera el epílogo… me quedé duro. Jugué muchos años al rugby y ese puesto jamás lo había oído. ¿Dónde me paro? ¿Qué tengo que hacer? ¿Sería como el fullback de este libro? No importa. Si me convoca Coco, o la Fundación Espartanos, allí estaré. ¿Qué hay que hacer? Fácil: terminar el libro. […] Qué loco terminar un libro con historias que no terminan, ¿no? En la vida podés ser pelota de rugby, que sale para cualquier lado, o ser parte del equipo. La pelota se pincha, se gasta, se pierde, la olvidan por ahí… ¡El equipo siempre está! Soy parte del equipo de Espartanos y quisiera contagiarte un poco después de haber leído todas estas historias de vida increíbles pero reales. Te habrás dado cuenta de que nadie elige dónde nacer en este hecho fortuito de la vida. Ser feliz tal vez no sea una obligación; hacer felices a otros, sí. Coco y la Fundación Espartanos son un claro ejemplo de esto.

Perdón, sonó la chicharra. Se cumplieron los 80 minutos de juego. Tengo la pelota en mis manos y, aunque la patee afuera y termine el partido, el juego sigue. ¿Vos estás jugando? Elegí ser pelota o equipo. Yo ya elegí.

UN RAYO INSPIRADOR Por Carlos M. Reymundo Roberts

Imposible conocer el proyecto Espartanos sin conmoverse ante tantas historias de personas que han podido rehacer su vida e integrarse a la sociedad

Haber trabajado en Espartanos, reescribiendo historias, resultó para mí alucinante. A lo largo de los años he publicado muchas notas en la nacion sobre el arrollador fenómeno del rugby en las cárceles, que se expandió por todo la Argentina y también en otros países y continentes. Pero hacer este libro, y además hacerlo junto con Coco Oderigo, fundador del proyecto y persona absolutamente excepcional, fue una experiencia distinta, única.

Durante largos meses anduve a los saltos: de una cárcel de máxima seguridad en San Martín a un hogar de niños en un barrio bajo de San Fernando; de un asentamiento en Pacheco a una torre vanguardista en Puerto Madero en la que trabajan exinternos que cuando estaban detenidos abrazaron el espíritu espartano y hoy están plenamente reintegrados a la sociedad.

Hablé con decenas de presos, con un policía condenado por un delito que jura no haber cometido, con el dueño de un banco, con una transexual que se prostituía debajo de un puente de la Panamericana, con uno de los uruguayos sobrevivientes de los Andes; con asesinos, ladrones, voluntarios, dirigentes políticos, empresarios, curas… Conocí historias estremecedoras como las de Tati Ruiz Díaz, Caio Mondelo, Daniel Osvaldo Oro y tantas más.

Me asomé al infierno, confirmé que hay un cielo y entendí que las prisiones, reorientadas, pueden ser purgatorio. Coco explica muy bien en el libro (uno de los extractos que se publican hoy en estas páginas habla de eso) el efecto multiplicador que se logra cuando presos espartanos son trasladados a pabellones convencionales, en los que predominan la violencia, las drogas y los robos. Más temprano que tarde, aunque sean minoría, los espartanos terminan contagiando su espíritu al resto. “Colonizan” a los revoltosos, a esos internos que van de un penal a otro o pasan meses en celdas de castigo porque nadie los quiere.

A los periodistas nos toca convivir con realidades complejas. Desfilan ante nuestros ojos, por la propia dinámica de las noticias, crisis, problemas, miserias, tragedias, escándalos, y toda una galería de vivillos, mentirosos, inútiles, corruptos… Situaciones y personas que ubicaríamos en la vereda de enfrente no son tan visibles y hay que salir a buscarlas (no cumpliríamos con nuestro trabajo si no lo hiciéramos). Por contraste, los testimonios que aparecen en este libro movilizan e ilusionan. Me encantó descubrir vidas que encuentran su cauce; a presos que piden perdón con el corazón en la boca; a voluntarios que van a las cárceles a dar –tiempo, compañía, cariño– y cuando salen dicen que recibieron.

El actor Guillermo Pfening, que en la serie Espartanos, de Star+, hace de Coco (del que terminó siendo amigo), afirma que haberse acercado a ese mundo supuso “un antes y un después” en su trayectoria y en su vida.

Lo entiendo muy bien. Espartanos divide aguas. Imposible no conocer el proyecto y su gente sin conmoverse, sin sentirse atravesado por un rayo inspirador y sin enfrentar el desafío de reescribir la propia historia.

 Espartanos. Reescribiendo historias, de Eduardo “Coco” Oderigo y Carlos M. Reymundo Roberts, narra el trabajo en las cárceles de un proyecto que, desde hace 16 años, promueve con éxito la reinserción social a través del rugby; aquí, un extracto  Read More