Claudio Tolcachir, un embajador teatral argentino en España

MADRID.— Es lunes por la mañana, el día de descanso de los artistas de teatro. Claudio Tolcachir (Buenos Aires, 1975) habla con el electricista que ha acudido a su sala de ensayo para solucionar unos desperfectos técnicos. Le deja las llaves del espacio, y sale por las calles de la zona de Embajadores en busca de un café.

El realizador argentino es una de las personalidades más destacadas del universo escénico español: la temporada comenzó con tres espectáculos suyos en la cartelera madrileña. Además, estrenó una obra en Roma. “Yo no puedo solo, no puedo. No pude nunca pensar solo en mí. Pienso en grupo. Siempre”, dice quien pertenece a un ambiente tejido de egos y maquillado de sólida autoestima.

En el Teatro María Guerrero, que pertenece al Centro Dramático Nacional (CDN), se estrenó en enero una obra escrita y dirigida por él, Los de ahí, interpretada por Malena Gutiérrez, Nuria Herrero, Gerardo Otero, Nourdin Batán y Fer Fraga [una coproducción del CDN, Producciones Teatrales Contemporáneas (PTC), fundada por la argentina Ana Jelin en 1991; el Teatro Picadero, comandado por Sebastian Blutrach, y Timbre 4].

En simultáneo, renovó una temporada del unipersonal Rabia, desde su faceta de actor, y presentó Camino a la meca, protagonizado por la icónica dama del escenario Lola Herrera. También estrenó una versión de Anna Capelli, de Annibale Ruccello, en Roma.

Tolcachir, hombre orquesta y embajador cultural de la Argentina, aunque no se lo proponga, modificó el teatro español reciente con el estilo orgánico de actuación que imprime en sus obras y en sus clases, con una interpretación lejana a la declamación, con una dirección atenta a todos los planos de una escena, no solo físicos, sino también psicológicos.

–Regresaste a la dramaturgia. Hacía años que no estrenabas una obra escrita por vos y además imagino que se suma la complejidad de hacerlo en una sala tan fastuosa como es la del Teatro María Guerrero.

–Hacía mucho que no escribía, desde que nació Camila, porque también, en lo personal, necesitaba una historia para contar. Creo que estaba muy concentrado y fascinado por la tarea de ser papá. Es verdad que cuando escribís te aislás y quería estar muy presente. El mundo del autor es tortuoso para mí. Para mí volver a este lugar era muy emocionante, porque en esta sala presentamos en 2007 Un hombre que se ahoga, de Daniel Veronese. Nadie la entendía [la obra está basada en Tres hermanas, de Chejov], no venía nadie a vernos, pero, sin embargo, algo cuajó después [el diario El País elogió la obra y destacó el trabajo de Tolcachir “su personaje, Irina, que parece escapado de una película de Garrel”]. Para la gente que no conoce la sala, es un teatro parecido al Cervantes, elegante, con un telón imponente. Y yo pensaba: “¿Cómo puedo traer aquí mi mundo? Quiero seguir siendo yo”.

–Los de ahí es la historia de un grupo de raiders, todos inmigrantes en un país nórdico, que trabajan en condiciones leoninas. Persiste en tus obras y en tu experiencia profesional la idea de comunidad, la importancia de conformar grupos humanos.

–Sí, me gusta contar historia sobre comunidades [La omisión de la familia Colemano Tercer cuerpo], entramados, redes humanas, sea familiares o de trabajo. En mi casa de Buenos Aires hay una vereda ancha, sobre San Juan, donde siempre que pasan unos chicos en bicicleta, muy jóvenes, y esperan en la puerta de un negocio. No se ve lo que hay dentro, les dan los paquetes a los chicos y ellos van no sé a dónde a entregarlos. Pensaba mucho en ellos. Después apareció en mi cabeza el giro de que estuvieran en el extranjero, en un país cuya lengua no hablan. Sería más lógico, quizá, contar la historia de inmigrantes en España, como es mi caso, pero a mí me pareció interesante colocar a los personajes en el extranjero, para que el público también viviera esa experiencia de no entender. Hasta que no podés ponerte en el lugar del otro, no entendés los problemas que vive.

–Hay un vínculo entre Tercer Cuerpo y Los de ahí, está la idea de la alienación del trabajador, una rutina asfixiante en un sitio en ruinas.

–Tercer Cuerpo transcurría en una oficina que ya no funcionaba más. Ellos seguían yendo porque era municipal, eran, como se dice en España, funcionarios. Seguían llegando a horario cuando ya no le importaba a nadie. Ese mundo había dejado de tener sentido. En Los de ahí, el trabajo lo imparte una máquina anónima, con reglas. En este caso hay un mundo laboral que no se entiende y que te puede dejar afuera sin ninguna explicación. La ciudad los usa, pero no los incorpora, no los integra, ellos están al costado, ahí cerquita. Acá salís del teatro y te cruzás con cuatro, cinco o seis raiders todas las noches. Yo no hago teatro social, pero creo que tiene mucho sentido contar “este cuento” en ese teatro tan majestuoso, ubicado en un barrio de vanguardia, un barrio sofisticado [Chueca], que aparezcan en estas salas los distintos acentos de los personajes. Todos formamos parte de este entramado, porque todos pedimos que nos traigan cosas a casa. Mi idea era: pongámosle cara, pongámosle ojos, contemos la historia.

–La inmigración es uno de los grandes temas de discusión, candente, en Europa y en Estados Unidos. Hace diez años que vivís en España. ¿Te sentís todavía un inmigrante?

–Es muy raro. A mí me cuesta definir qué es lo argentino, por ejemplo, qué es el teatro argentino. En mi caso, no digo que ocurra siempre, pero a mí me han abierto las puertas, la gente se conecta conmigo, tengo alumnos españoles, nos entendemos, nos buscamos. Sé, de todos modos, que hay una persona fundamental que hizo que yo estuviera acá, que es Ana Jelin [la productora argentina que creó en 1991 Producciones Teatrales Contemporáneas (PTC) en Madrid, una factoría de obras de prestigio]. Ella impulsó a que viniésemos a hacer temporada con La omisión de la familia Coleman. Pero no es fácil. Siempre estoy buscando cómo funciona, quiero decir, cómo funciona un grupo, una sociedad, qué miran, hacia dónde miran, cómo se comunican.

+++

“¿Cómo hacen los demás?”, se preguntaba Tolcachir a través de un personaje en Tercer cuerpo. ¿Por qué algunos logran, como si fuera sencillo, lo que para otros implica un arduo camino? La mirada de Tolcachir está siempre depositada en los otros, pero no como rivalidad o como si de una carrera por andariveles se tratara. La mirada de Tolcachir es el ejercicio de la empatía.

Papá de Camila y de Gaspar, pareja del actor Gerardo Otero, Tolcachir fundó Timbre 4 en Boedo hace 20 años, un espacio en el PH donde vivía que ha crecido exponencialmente y, además de albergar una escuela de calidad, es una sala que cuenta con una nutrida programación. Timbre 4 tiene también una sede en Madrid que ha ido creciendo y adaptándose a la cultura teatral española, diferente a la argentina. “Timbre acá”, llama al espacio madrileño, que tiene más de cien alumnos; “Timbre allá”, al porteño. Dos partes de un todo que son miradas con el mismo entusiasmo, no importa dónde se encuentre Tolcachir.

–Impulsaste la creación de una comunidad con Timbre 4. Nunca quisiste hacer “el teatro de Claudio Tolcachir”.

–Nunca y al mismo tiempo siempre teniendo en claro cuáles eran mis responsabilidades. El hecho de que esté yo en España abrió el espacio a que tomen otros el lugar. Esa siempre fue la intención. Cuando abrimos Timbre en mi casa yo tenía siete alumnos… Mirá mi locura: les di la llave a los siete. Lo tendría que hablar con una psicóloga. Todos podían entrar cuando quisieran. Quería que supieran que esa era también su casa. No quería abrir una sala, no quería tener computadora ni boletería. Le tenían pánico a las estructuras, que tanta gente dependiera de mí, aunque eso fuera inevitable. Timbre creció muchísimo y, a pesar de ese crecimiento, hoy sigue ese espíritu. Todos se apoyan entre sí. Hay una sinergia, un ecosistema que te invita a ser parte. La idea es encolumnarse detrás de todos y no detrás de uno.

–Te referís todo el tiempo a “Timbre “acá” y a “Timbre allá”.

–Es que estoy en los dos lados. Timbre en Buenos Aires es una bomba. Hemos pedido un préstamo para arreglar todos los baños. Desde que empezó el año no para de estrenar obras. Es lo que te decía del espíritu: hay algo que los conecta. Entiendo que el modelo de Timbre acá [en la sala de Madrid se presenta una versión de Mi hijo solo camina un poco más lento, de Ivor Martinic] es diferente que en Buenos Aires, pero sí formamos un equipo, con una misma mentalidad, con la idea puesta en el esfuerzo, en el cuidado por la docencia.

–Timbre 4 cumplió 20 años y creció, mutó. ¿Y vos? ¿En qué sentís que cambiaste como creador en estas dos décadas?

–No lo sé. Primero te diría que nunca me sentí parte de ningún movimiento, salvo de Timbre. A veces me sentí huérfano: nunca me adoptó la vanguardia ni el teatro comercial; el teatro oficial directamente nunca me llamó. Eso hizo que yo no me sintiera preso: “Tengo que ser vanguardia” o “tengo que ser provocador”, “hago teatro independiente”. Y en un momento el teatro comercial en la Argentina viró hacia la comedia. Había hecho obras como Agosto, con Norma Aleandro; Buena gente o Todos eran mis hijos, y entonces tuve que pensar cómo seguir, pero con la certeza de que Timbre era mi espacio.

–¿Por qué ocurrió este giro?

–No lo sé. Creo que el público no tenía ánimo para conectarse con otras cosas. No había ganas de conectar con lo dramático. Hoy incluso no sé si hay obras que se puedan escapar de la comedia. Fue ahí cuando aparecieron los musicales. Me llamó Lino Patalano, nos sentamos y me dice así, de la nada: “Quiero que hagas Sunset Boulevard”. ¡Es un dramón! ¡Y después vino Cabaret! Pude encontrar textos que me interesaba hacer en la comedia musical.

–¿Cómo describirías tu estilo de docencia?

–Me preguntabas en qué cambié en estos años. Espero haber evolucionado y creo que si lo hice fue porque mejoré mucho mis clases. Siempre tuve la capacidad de modificar a un alumno. Para lograrlo, el alumno tiene que tener el deseo y la capacidad de decir no, que, en definitiva es trabajar tu propio ego. Si no, eso no se vuelve autonomía y el actor no puede volver a generar si no está conmigo. Quiero acompañarlo en un proceso lógico y que llegue un día que no me necesite más.

–Tiene un poco que ver con la paternidad: enseñar, dar herramientas, acompañar a alguien en su maduración.

–Total. Me obsesioné con lograr transmitir la forma en la que analizo o pienso el teatro y que eso se vuelva sistema. No es lo mismo que técnica, porque la técnica es una trampa. En el teatro estamos jugando.

–Estás entre dos orillas. El año pasado dirigiste Mejor no decirlo, con Mercedes Morán e Imanol Arias, en Buenos Aires. Vas y volvés o volvés y vas. ¿Cómo coordinan esta vida errante con la paternidad?

–Yo soy muy feliz porque ser papá era algo que deseaba desde siempre. Me imaginaba papá. Camila nació cuando yo tenía 42. Quizá hubiera sido más fácil tener un hijo a los veinte y pico, pero a esa edad estás con tu carrera, con tus hijos. Los chicos tienen un nivel de comprensión de la situación muy clara, vamos y venimos todo el tiempo. Disfrutan mucho de la Argentina y disfrutan mucho donde están. Si ellos no lo aceptaran, no habría manera, porque mis hijos son realmente el mejor plan que tengo. Gerardo en un actor talentosísimo y también nos repartimos para que los dos podamos continuar con nuestros proyectos. Además, los chicos tienen los mejores tíos, Lautaro Perotti y Santi Marín, dos personas fundamentales en nuestras vidas que nos ayudan mucho.

–¿Usás algo de aquello que observás en tus hijos para llevar al escenario: gestos, reacciones?

–Bueno, jugar y jugar. Lo que pasa es que ellos juegan de una manera que es muy superadora a la de los adultos. Están tres horas jugando. Yo los miraba el otro día y veía tres horas que estaban jugando con unos roles. Todavía están en una edad de roles. “Yo soy la maestra, vos sos el alumno”. Yo no tengo ese hilo para jugar tres horas y me están cambiando de ropa y cambiando las sillas de lugares.

–Tus hijos han visto muchas veces cómo aplauden a sus papás, a vos y a Gerardo. Debe ser muy hermoso para los hijos ver esa experiencia.

–Por suerte no les importa. Yo creo que porque a nosotros tampoco. Sí queremos que vean que lo que hacemos es un trabajo. No los llevamos tanto al teatro. No son bichos de camarín. A veces me dicen: “No vayas a trabajar”. Entonces les respondo: “Pero a mí me gusta trabajar”. Está bueno que ellos tengan su mundo, y nosotros, el nuestro.

–Hoy tu familia es tu motor, ¿pero antes qué te impulsaba a actuar, a dirigir, a escribir?

–Yo miro para atrás y muchas veces digo: “¿Cómo me animé?”. Por ejemplo, a abrir Timbre. Qué caradura. Cuando estaba solito y antes de entrar en la sala María Guerrero, el espacio me hacía enorme y se me aparecía Alejandra Boero, mi maestra, mis amigos, está esa sensación muy fuerte, pero que no es tristeza. Mi primer amor siempre fue actuar y sigo igual de enamorado que siempre.

MADRID.— Es lunes por la mañana, el día de descanso de los artistas de teatro. Claudio Tolcachir (Buenos Aires, 1975) habla con el electricista que ha acudido a su sala de ensayo para solucionar unos desperfectos técnicos. Le deja las llaves del espacio, y sale por las calles de la zona de Embajadores en busca de un café.

El realizador argentino es una de las personalidades más destacadas del universo escénico español: la temporada comenzó con tres espectáculos suyos en la cartelera madrileña. Además, estrenó una obra en Roma. “Yo no puedo solo, no puedo. No pude nunca pensar solo en mí. Pienso en grupo. Siempre”, dice quien pertenece a un ambiente tejido de egos y maquillado de sólida autoestima.

En el Teatro María Guerrero, que pertenece al Centro Dramático Nacional (CDN), se estrenó en enero una obra escrita y dirigida por él, Los de ahí, interpretada por Malena Gutiérrez, Nuria Herrero, Gerardo Otero, Nourdin Batán y Fer Fraga [una coproducción del CDN, Producciones Teatrales Contemporáneas (PTC), fundada por la argentina Ana Jelin en 1991; el Teatro Picadero, comandado por Sebastian Blutrach, y Timbre 4].

En simultáneo, renovó una temporada del unipersonal Rabia, desde su faceta de actor, y presentó Camino a la meca, protagonizado por la icónica dama del escenario Lola Herrera. También estrenó una versión de Anna Capelli, de Annibale Ruccello, en Roma.

Tolcachir, hombre orquesta y embajador cultural de la Argentina, aunque no se lo proponga, modificó el teatro español reciente con el estilo orgánico de actuación que imprime en sus obras y en sus clases, con una interpretación lejana a la declamación, con una dirección atenta a todos los planos de una escena, no solo físicos, sino también psicológicos.

–Regresaste a la dramaturgia. Hacía años que no estrenabas una obra escrita por vos y además imagino que se suma la complejidad de hacerlo en una sala tan fastuosa como es la del Teatro María Guerrero.

–Hacía mucho que no escribía, desde que nació Camila, porque también, en lo personal, necesitaba una historia para contar. Creo que estaba muy concentrado y fascinado por la tarea de ser papá. Es verdad que cuando escribís te aislás y quería estar muy presente. El mundo del autor es tortuoso para mí. Para mí volver a este lugar era muy emocionante, porque en esta sala presentamos en 2007 Un hombre que se ahoga, de Daniel Veronese. Nadie la entendía [la obra está basada en Tres hermanas, de Chejov], no venía nadie a vernos, pero, sin embargo, algo cuajó después [el diario El País elogió la obra y destacó el trabajo de Tolcachir “su personaje, Irina, que parece escapado de una película de Garrel”]. Para la gente que no conoce la sala, es un teatro parecido al Cervantes, elegante, con un telón imponente. Y yo pensaba: “¿Cómo puedo traer aquí mi mundo? Quiero seguir siendo yo”.

–Los de ahí es la historia de un grupo de raiders, todos inmigrantes en un país nórdico, que trabajan en condiciones leoninas. Persiste en tus obras y en tu experiencia profesional la idea de comunidad, la importancia de conformar grupos humanos.

–Sí, me gusta contar historia sobre comunidades [La omisión de la familia Colemano Tercer cuerpo], entramados, redes humanas, sea familiares o de trabajo. En mi casa de Buenos Aires hay una vereda ancha, sobre San Juan, donde siempre que pasan unos chicos en bicicleta, muy jóvenes, y esperan en la puerta de un negocio. No se ve lo que hay dentro, les dan los paquetes a los chicos y ellos van no sé a dónde a entregarlos. Pensaba mucho en ellos. Después apareció en mi cabeza el giro de que estuvieran en el extranjero, en un país cuya lengua no hablan. Sería más lógico, quizá, contar la historia de inmigrantes en España, como es mi caso, pero a mí me pareció interesante colocar a los personajes en el extranjero, para que el público también viviera esa experiencia de no entender. Hasta que no podés ponerte en el lugar del otro, no entendés los problemas que vive.

–Hay un vínculo entre Tercer Cuerpo y Los de ahí, está la idea de la alienación del trabajador, una rutina asfixiante en un sitio en ruinas.

–Tercer Cuerpo transcurría en una oficina que ya no funcionaba más. Ellos seguían yendo porque era municipal, eran, como se dice en España, funcionarios. Seguían llegando a horario cuando ya no le importaba a nadie. Ese mundo había dejado de tener sentido. En Los de ahí, el trabajo lo imparte una máquina anónima, con reglas. En este caso hay un mundo laboral que no se entiende y que te puede dejar afuera sin ninguna explicación. La ciudad los usa, pero no los incorpora, no los integra, ellos están al costado, ahí cerquita. Acá salís del teatro y te cruzás con cuatro, cinco o seis raiders todas las noches. Yo no hago teatro social, pero creo que tiene mucho sentido contar “este cuento” en ese teatro tan majestuoso, ubicado en un barrio de vanguardia, un barrio sofisticado [Chueca], que aparezcan en estas salas los distintos acentos de los personajes. Todos formamos parte de este entramado, porque todos pedimos que nos traigan cosas a casa. Mi idea era: pongámosle cara, pongámosle ojos, contemos la historia.

–La inmigración es uno de los grandes temas de discusión, candente, en Europa y en Estados Unidos. Hace diez años que vivís en España. ¿Te sentís todavía un inmigrante?

–Es muy raro. A mí me cuesta definir qué es lo argentino, por ejemplo, qué es el teatro argentino. En mi caso, no digo que ocurra siempre, pero a mí me han abierto las puertas, la gente se conecta conmigo, tengo alumnos españoles, nos entendemos, nos buscamos. Sé, de todos modos, que hay una persona fundamental que hizo que yo estuviera acá, que es Ana Jelin [la productora argentina que creó en 1991 Producciones Teatrales Contemporáneas (PTC) en Madrid, una factoría de obras de prestigio]. Ella impulsó a que viniésemos a hacer temporada con La omisión de la familia Coleman. Pero no es fácil. Siempre estoy buscando cómo funciona, quiero decir, cómo funciona un grupo, una sociedad, qué miran, hacia dónde miran, cómo se comunican.

+++

“¿Cómo hacen los demás?”, se preguntaba Tolcachir a través de un personaje en Tercer cuerpo. ¿Por qué algunos logran, como si fuera sencillo, lo que para otros implica un arduo camino? La mirada de Tolcachir está siempre depositada en los otros, pero no como rivalidad o como si de una carrera por andariveles se tratara. La mirada de Tolcachir es el ejercicio de la empatía.

Papá de Camila y de Gaspar, pareja del actor Gerardo Otero, Tolcachir fundó Timbre 4 en Boedo hace 20 años, un espacio en el PH donde vivía que ha crecido exponencialmente y, además de albergar una escuela de calidad, es una sala que cuenta con una nutrida programación. Timbre 4 tiene también una sede en Madrid que ha ido creciendo y adaptándose a la cultura teatral española, diferente a la argentina. “Timbre acá”, llama al espacio madrileño, que tiene más de cien alumnos; “Timbre allá”, al porteño. Dos partes de un todo que son miradas con el mismo entusiasmo, no importa dónde se encuentre Tolcachir.

–Impulsaste la creación de una comunidad con Timbre 4. Nunca quisiste hacer “el teatro de Claudio Tolcachir”.

–Nunca y al mismo tiempo siempre teniendo en claro cuáles eran mis responsabilidades. El hecho de que esté yo en España abrió el espacio a que tomen otros el lugar. Esa siempre fue la intención. Cuando abrimos Timbre en mi casa yo tenía siete alumnos… Mirá mi locura: les di la llave a los siete. Lo tendría que hablar con una psicóloga. Todos podían entrar cuando quisieran. Quería que supieran que esa era también su casa. No quería abrir una sala, no quería tener computadora ni boletería. Le tenían pánico a las estructuras, que tanta gente dependiera de mí, aunque eso fuera inevitable. Timbre creció muchísimo y, a pesar de ese crecimiento, hoy sigue ese espíritu. Todos se apoyan entre sí. Hay una sinergia, un ecosistema que te invita a ser parte. La idea es encolumnarse detrás de todos y no detrás de uno.

–Te referís todo el tiempo a “Timbre “acá” y a “Timbre allá”.

–Es que estoy en los dos lados. Timbre en Buenos Aires es una bomba. Hemos pedido un préstamo para arreglar todos los baños. Desde que empezó el año no para de estrenar obras. Es lo que te decía del espíritu: hay algo que los conecta. Entiendo que el modelo de Timbre acá [en la sala de Madrid se presenta una versión de Mi hijo solo camina un poco más lento, de Ivor Martinic] es diferente que en Buenos Aires, pero sí formamos un equipo, con una misma mentalidad, con la idea puesta en el esfuerzo, en el cuidado por la docencia.

–Timbre 4 cumplió 20 años y creció, mutó. ¿Y vos? ¿En qué sentís que cambiaste como creador en estas dos décadas?

–No lo sé. Primero te diría que nunca me sentí parte de ningún movimiento, salvo de Timbre. A veces me sentí huérfano: nunca me adoptó la vanguardia ni el teatro comercial; el teatro oficial directamente nunca me llamó. Eso hizo que yo no me sintiera preso: “Tengo que ser vanguardia” o “tengo que ser provocador”, “hago teatro independiente”. Y en un momento el teatro comercial en la Argentina viró hacia la comedia. Había hecho obras como Agosto, con Norma Aleandro; Buena gente o Todos eran mis hijos, y entonces tuve que pensar cómo seguir, pero con la certeza de que Timbre era mi espacio.

–¿Por qué ocurrió este giro?

–No lo sé. Creo que el público no tenía ánimo para conectarse con otras cosas. No había ganas de conectar con lo dramático. Hoy incluso no sé si hay obras que se puedan escapar de la comedia. Fue ahí cuando aparecieron los musicales. Me llamó Lino Patalano, nos sentamos y me dice así, de la nada: “Quiero que hagas Sunset Boulevard”. ¡Es un dramón! ¡Y después vino Cabaret! Pude encontrar textos que me interesaba hacer en la comedia musical.

–¿Cómo describirías tu estilo de docencia?

–Me preguntabas en qué cambié en estos años. Espero haber evolucionado y creo que si lo hice fue porque mejoré mucho mis clases. Siempre tuve la capacidad de modificar a un alumno. Para lograrlo, el alumno tiene que tener el deseo y la capacidad de decir no, que, en definitiva es trabajar tu propio ego. Si no, eso no se vuelve autonomía y el actor no puede volver a generar si no está conmigo. Quiero acompañarlo en un proceso lógico y que llegue un día que no me necesite más.

–Tiene un poco que ver con la paternidad: enseñar, dar herramientas, acompañar a alguien en su maduración.

–Total. Me obsesioné con lograr transmitir la forma en la que analizo o pienso el teatro y que eso se vuelva sistema. No es lo mismo que técnica, porque la técnica es una trampa. En el teatro estamos jugando.

–Estás entre dos orillas. El año pasado dirigiste Mejor no decirlo, con Mercedes Morán e Imanol Arias, en Buenos Aires. Vas y volvés o volvés y vas. ¿Cómo coordinan esta vida errante con la paternidad?

–Yo soy muy feliz porque ser papá era algo que deseaba desde siempre. Me imaginaba papá. Camila nació cuando yo tenía 42. Quizá hubiera sido más fácil tener un hijo a los veinte y pico, pero a esa edad estás con tu carrera, con tus hijos. Los chicos tienen un nivel de comprensión de la situación muy clara, vamos y venimos todo el tiempo. Disfrutan mucho de la Argentina y disfrutan mucho donde están. Si ellos no lo aceptaran, no habría manera, porque mis hijos son realmente el mejor plan que tengo. Gerardo en un actor talentosísimo y también nos repartimos para que los dos podamos continuar con nuestros proyectos. Además, los chicos tienen los mejores tíos, Lautaro Perotti y Santi Marín, dos personas fundamentales en nuestras vidas que nos ayudan mucho.

–¿Usás algo de aquello que observás en tus hijos para llevar al escenario: gestos, reacciones?

–Bueno, jugar y jugar. Lo que pasa es que ellos juegan de una manera que es muy superadora a la de los adultos. Están tres horas jugando. Yo los miraba el otro día y veía tres horas que estaban jugando con unos roles. Todavía están en una edad de roles. “Yo soy la maestra, vos sos el alumno”. Yo no tengo ese hilo para jugar tres horas y me están cambiando de ropa y cambiando las sillas de lugares.

–Tus hijos han visto muchas veces cómo aplauden a sus papás, a vos y a Gerardo. Debe ser muy hermoso para los hijos ver esa experiencia.

–Por suerte no les importa. Yo creo que porque a nosotros tampoco. Sí queremos que vean que lo que hacemos es un trabajo. No los llevamos tanto al teatro. No son bichos de camarín. A veces me dicen: “No vayas a trabajar”. Entonces les respondo: “Pero a mí me gusta trabajar”. Está bueno que ellos tengan su mundo, y nosotros, el nuestro.

–Hoy tu familia es tu motor, ¿pero antes qué te impulsaba a actuar, a dirigir, a escribir?

–Yo miro para atrás y muchas veces digo: “¿Cómo me animé?”. Por ejemplo, a abrir Timbre. Qué caradura. Cuando estaba solito y antes de entrar en la sala María Guerrero, el espacio me hacía enorme y se me aparecía Alejandra Boero, mi maestra, mis amigos, está esa sensación muy fuerte, pero que no es tristeza. Mi primer amor siempre fue actuar y sigo igual de enamorado que siempre.

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