Ariel Staltari es actor desde hace un cuarto de siglo. Debutó en televisión a los 26 años como Walter en Okupas y siguió con Sol negro, El puntero y Un gallo para Esculapio, donde además fue coguionista. Al menos, así se ve su currículum desde afuera, porque en su caso los éxitos no estuvieron de la mano de la continuidad laboral. Entre proyecto y proyecto fue metalúrgico, volvió a trabajar en la panadería de sus padres y vendió discos Blu-ray para llegar a fin de mes. Hoy, 25 años después, y a los 51 años de edad, está en el pico máximo de su carrera como actor y coautor junto a Bruno Stagnaro de El Eternauta (Netflix), la serie del momento.
Lo frenan en la calle para felicitarlo y pedirle una foto, algunos le gritan “¡acabo de terminarla, me encantó!”, y otros solo le sonríen a lo lejos para no molestarlo, pero le dejan en claro que saben perfectamente quién es y qué hizo. Está cosechando los frutos de un esfuerzo que sembró durante la mitad de su vida y que deseó desde lo más profundo de su ser, aún más durante esos largos días que pasó entre lágrimas mirando el techo a la espera de que sonara el teléfono.
“Parecería ser que todo el tiempo se editó y que ahora solo quedan los proyectos encadenados. Siento que el trabajo de tantos años, la espera, la angustia, los llantos y la incertidumbre, hoy me están dando una caricia y me están diciendo ‘valió la pena que no te salieras del camino y que intentaras y persiguieras ese sueño que anhelabas’”, le dice a LA NACION en una extensa e íntima charla en la que, abordado por la emoción, reflexiona sobre su doble rol en El Eternauta, por qué siente que hoy, 25 años después, su personaje en Okupas está recibiendo justicia; cuál fue el consejo vital que le dio su esposa en un momento bisagra de su vida y cómo combina el éxito del streaming con Agotados en el teatro, en el Paseo la Plaza, una adaptación de la obra de Broadway Fully Committed de Becky Mode y Mark Setlocken que le demanda interpretar a cuarenta personajes en escena.
-Tenés un doble rol en la serie, como actor y coautor junto a Bruno Stagnaro. ¿Qué fue más complejo, actuar o adaptar la novela gráfica?
-Las dos cosas. Sin adaptación no había actuación. Si no tenés el libro por más ganas que le pongas, no podés hacer nada, por lo cual eso fue una tarea ardua, difícil, compleja, repleta de incertidumbre y, por momentos, también de angustia.
-¿Hubo un momento en el que sintieron que el proyecto podía no funcionar?
-Yo lo sentí muchas veces, no sé qué les habrá pasado a los demás. Arrancamos a finales de 2018 y en el medio hubo una pandemia. Pensé que no iba a salir, sin embargo, conforme pasó el tiempo fue tomando cada vez más fuerza y terminó sucediendo. Digamos que fue un proceso de cuatro, cinco años, que es mucho tiempo para una serie de seis capítulos. Pero también éramos conscientes de que nos estábamos metiendo con algo icónico, con una pieza clave y que no iba a ser una a ser tarea sencilla.
El Eternauta, en Netflix: el tráiler de la serie con Ricardo Darín
-Antes coescribiste con Bruno Stagnaro Un gallo para Esculapio, ¿en qué momento se suma la escritura a tu vida?
-Creo que fue en la estación de un subte que Bruno me dijo: “¿Por qué no escribís conmigo?“. “Pero yo no escribí ni una carta de amor”, le respondí y me dijo: “No importa, intentémoslo, juguemos y vemos qué pasa”. Él después contó que mientras hacíamos viajes de investigación a Necochea, por una historia en la que él estaba trabajando, le daba devoluciones y sentía que yo narraba bien y que tal vez podía estar preparado para la escritura. Al principio me sorprendió, pero después empezamos. Y en esa prueba y error pasaron cosas hermosas que me las voy a llevar a la tumba. Comenzó a funcionar. Había química, feedback, timing y cuando ese ensamble se produjo hubo hasta cierto misticismo y magia en la atmósfera. Superó ampliamente mis expectativas y creo que las de Bruno también.
-¿Cómo definirías a la dupla creativa que formaron?
-Somos un matrimonio que por momentos tenemos épocas felices de romance extremo y por momentos por ahí no nos hablamos. Pero el afecto, el cariño, la admiración y el agradecimiento eterno desde mi lugar está y estará por el resto de mis días pase lo que pase. Poder serle útil a tu maestro es como un sueño hecho realidad; que te iguale en el lugar y te dé confianza para que sigas creciendo, no lo hace mucha gente. Para mí fue un ángel, un guía. Y lo sigue siendo. Somos el agua y el aceite, pero cuando encastramos es maravilloso.
-Omar, tu personaje, tiene mucha argentinidad, está lleno de frases y refranes, pero al comienzo parece que le falta un “golpe de horno”. Vuelve de los Estados Unidos, se reencuentra con el grupo pero se muestra cizañero e impredecible.
-Es la típica mosquita muerta que se va y se cree mil y después hace esa transformación donde termina de darse el golpe de horno que le faltaba.
-Después de una charla reveladora con Juan Salvo [el personaje de Ricardo Darín] en el cuarto capítulo, Omar hace un clic y a partir de ese momento se ve una transformación no solo en su persona, sino en su relación con el grupo. ¿Cómo se resume en esa escena el trabajo que hiciste con Ricardo Darín?
-Así como Juan Salvo le abre la puerta a Omar en ese capítulo, en paralelo sentí que Ricardo le estaba también abriendo la puerta a Ariel diciéndome “ya sos un compañero”. Y ser un compañero de alguien tan emblemático no es poca cosa. Estoy trabajando con uno de los tipos más importantes de la historia cinematográfica de nuestro país a nivel mundial. No es joda. Trazar ese paralelismo ahí es lindo. Él es muy cálido para trabajar, muy profesional y meticuloso, por eso creo que hicieron una buena dupla con Bruno.
-Tu personaje no estaba en la historieta. Cuando lo idearon, ¿sentiste que era para vos?
-Fue una idea más de Bruno. Fue una mirada inteligente de tratar de aportar el protagonismo de un espectador dentro de la historia. Él me empezó a decir que era para mí y me encantó. Siempre pasa lo mismo, me lo dice sin decirlo, no hace falta la literalidad. Y me llama la atención y me sorprende para bien el recibimiento y el rebote que estoy teniendo con mi personaje.
-En Omar hay muchos guiños a Walter y se volvió un tema de conversación en las redes sociales. ¿Te molesta que después de tanto tiempo la gente te siga relacionando con tu personaje de Okupas?
-Es hermoso verlo a Walter bailar sobre la nieve. Es maravilloso cómo pasa el tiempo y los proyectos y ese personaje sigue hoy más vigente que nunca. No solo que no me molesta, sino que me parece un acto de justicia porque en su momento mi personaje fue bastante invisibilizado porque no había redes sociales. Que hoy haya quedado casi como un símbolo de esa serie… se lo merece, ya no yo, sino ese pibe y ese personaje.
-Ya está confirmada la segunda temporada de El Eternauta. ¿Hubo reunión con Bruno Stagnaro? ¿Qué se viene para esta nueva parte?
-Hablé con Bruno y me dijo: “che, preparate”. Él arrancó a mover de a poquito sus engranajes y en breve me tengo que acoplar a su maquinaria. Todavía no hay fechas, pero espero que sea dentro de muy poco. Siento que va a ser en un futuro bastante cercano. Nos vamos a olvidar un poquito, tal vez de tiempo para sedimentar toda esta locura, en el medio se van a estrenar otros productos maravillosos, y cuando te quieras acordar volvemos con todo para poner punto final a toda esta historia. Quien leyó la historieta sabe que todavía falta pasar por algunas viñetas que intuyo que van a estar, pero hay que estructurarlas. Lo positivo es que Bruno ya tiene en su cabeza todo lo que pasó, los personajes, la historia planteada y el código instalado. No va a ser fácil, pero también creo que la próxima temporada va a ser explosiva. Me hace mucha ilusión y estoy muy entusiasmado por saber qué le va a pasar a Omar.
Un diagnóstico que lo cambió todo y una nueva oportunidad de vida
-En El Eternauta están cara a cara con la muerte y hay un instinto de supervivencia muy claro. Omar particularmente está seguro que no quiere morir. ¿Usaste tu experiencia para contar esa parte de la historia?
-Le tengo terror a la muerte. Es un segundo que te cambia la vida porque a mí me paso. En un segundo me dijeron: “Tenés leucemia”. No me dijeron “te vas a morir” pero la palabra “leucemia” en ese momento era muerte. A ese sentido de finitud lo tuve muy presente desde los 25 años, a veces más de lo que debería, pero también me ayudó bastante a tener ese sentido de ubicación respecto a la vida. Para mí las cosas verdaderas y profundas de la vida son pocas. Elijo no marearme y vivir paso a paso lo que tenga que vivir. A veces la espuma de la ola te va llevando por estados emocionales de efervescencia, pero eso no quiere decir que en tu esencia no sigas siendo el mismo.
-Tenías 25 años cuando te diagnosticaron leucemia, ¿qué te dijeron los médicos?
-Me dijeron: “es complejo, pero si le ponés garra tal vez puedas salir adelante”. Era incomprobable que yo pudiera zafar. Estuve muy grave. En el medio del tratamiento oncológico estuve muerto, literal. Estaba recibiendo todo lo que podía y ya casi no se podía hacer más nada. Conscientemente, había decidido no seguir, pero tal vez inconscientemente no. Estaba vacío, no me importaba nada, pero lo que sí me pesaba era ver sufrir a los míos. Todas las noches pedía una decisión, para acá o para allá. Y al final funcionó porque yo hoy tenía que estar acá. Intenté encontrar una respuesta a por qué me pasó lo que me pasó, o por qué las personas se enferman en líneas generales, y empecé a armar mi propia doctrina.
-¿A qué conclusión llegaste?
-A que muchas veces la enfermedad del alma, o la insatisfacción personal o el vacío, se termina convirtiendo en enfermedad. Creo que mucho tiene que ver con lo emocional, psicológico y afectivo y entonces descubrí que actuando soy feliz; yendo a la escuela de teatro de Lito Cruz [su primer maestro de actuación a los 26 años] empecé a curar mis heridas, empecé a sanar, a decir lo que me molestaba, a poner en boca de esos personajes lo que no estaba diciendo. Encontré el canal de expresión que me permitió curar las heridas. El teatro te da la posibilidad de vivir mil vidas teniendo una vida sola y eso ninguna vocación te lo permite.
El orgullo de sus hijos y el acompañamiento incondicional de su esposa
-¿Cómo están tomando hoy tus hijos Valentino y Vito las repercusiones de tu trabajo?
-La conciencia de papá actor la tenían a partir de lo que vieron en las series y de la última vez que me vieron en teatro, que fue en 2018 cuando hice Poemas de Dylan Thomas en el San Martín. Sin embargo, el otro día fueron a verme al Paseo la Plaza y fue una explosión para ellos. Fue un redescubrir a su padre actor. Me dijeron: “papá sos un superhéroe. Te re admiramos”. Me llenaron de elogios.
-¡Qué fuerte!
-Muy fuerte. Desperté una admiración tan profunda en ellos que hasta ahora la tenía como padre —que es más importante que cualquier cosa—, pero ahora tengo el plus de que me admiran artísticamente. Eso mismo pasó con los alumnos de mi escuela [la Escuela de Actuación Ariel Staltari en Martínez, provincia de Buenos Aires]. Fueron al preestreno de la obra y sintieron un orgullo que si bien estaba no es igual al que sienten ahora después de haberme visto arriba de las tablas. Muchos confirman las palabras que les decía y otros descubrieron que lo que yo decía era verdad. La validación de mis alumnos y de mis hijos fue de la mano; mis dos familias que avanzan en paralelo.
-Tus hijos, además de verte en Agotados, te acompañaron al estreno de El Eternauta y le dieron play en Netflix.
-En dos semanas completaron el relato. Una semana fueron a verme al teatro y sintieron admiración y se dieron cuenta de que su papá es artista. Pero después vieron la serie y no solo que les fascinó, porque les encanta la ciencia ficción, sino que vieron que soy una parte importante del proyecto y advirtieron el reconocimiento masivo. Y eso les despertó orgullo también.
– ¿Y Gabriela, tu esposa?
– Ella tuvo mucho que ver. Hubo un momento bisagra en el que yo protagonizaba y producía un unipersonal [La última letra, de la autora mexicana Maruxa Vilalta] y me venían a ver 10 personas. Lo hice un año y pico, entre 2008 y 2009. Era la historia de un escritor que sufría mucho y no era considerado en el mundo por sus escrituras, medio parecido a lo que me estaba pasando a mí. Me acuerdo de que una vez me fue a buscar a la salida del teatro y yo fui llorando todo el camino hasta nuestra casa. Le decía que estaba cansado, que sentía que nada tenía sentido, y ella me dijo: “Vos naciste para esto, naciste talentoso y tarde o temprano se te va a dar. Yo te banco”. Lo digo y me emociono [rememora con la voz entrecortada y los ojos llorosos] y tenía razón. Ella creyó en mí más que yo, entonces, ¿cómo no le voy a agradecer eternamente? Ella fue un ángel para mí que me supo guiar, proteger y aconsejar. Apostó por mí y hoy la felicidad más importante de mi vida pasa porque puedo disfrutar de este momento con ella y con mis hijos.
Un actor, cuarenta personajes
-Acabás de estrenar Agotados, un unipersonal que adaptaste junto a Pablo Fábregas, quien además es el director. Interpretás a Samuel —y a otros 39 personajes—, un actor que mientras espera su próxima oportunidad se gana la vida atendiendo el teléfono en un restaurante. ¿Te viste en esa situación alguna vez?
-Sí, y no era solamente mi angustia por no actuar, que eso ya es un montón, sino también por lo económico. Ahora todo el mundo me reconoce, gracias a Dios, por Okupas, El Marginal, Un gallo para Esculapio… pero muchos no saben que entre proyecto y proyecto me compré un horno para segmentar tornillos y me hice metalúrgico; que volví a la panadería de mis viejos, que vendí discos Blu-ray y miré el techo llorando todo el día. Los proyectos estuvieron buenísimos, marcaron algo importante, pero no me dieron continuidad y en el medio yo me quedaba sin trabajar y casi sin llegar a fin de mes. A esos huecos la gente los tiene que conocer. No es todo color de rosas, hoy se comprime todo y dicen “está lleno de plata”, pero yo sigo siendo inquilino. Sufrí mucho, pero hoy, mirando para atrás, me considero un afortunado.
Hoy, con la explosión de El Eternauta y en los últimos años que me convertí en guionista parecería ser que todo el tiempo se editó y que ahora solo quedan los proyectos encadenados, uno atrás del otro. Es como un volcán en erupción, pero al mismo tiempo está esa angustia de saber que por mucho tiempo no pude hacerlo, entonces cuando se presentó la oportunidad de hacer teatro comercial en calle Corrientes dije: “El momento es ahora, lo quiero hacer, veré después cómo nos arreglamos”. Y acá estamos, agotados, pero felices. Siento que el trabajo de tantos años, la espera, la angustia, los llantos y la incertidumbre hoy me están dando una caricia y me están diciendo “valió la pena que no te salieras del camino y que intentaras y persiguieras ese sueño que anhelabas”.
-A tu personaje le pasa que tiene que escuchar cómo a su amigo actor lo llaman para una obra y él todavía está atendiendo las reservas telefónicas en el restaurante. ¿Te pasó de que otros actores tuvieran trabajo cuando vos no?
-Hoy estoy trabajando, pero me pasó que en las épocas de esplendor de la ficción yo no trabajaba porque no entraba dentro de la estructura del estándar del aparato de la ficción. Siempre estaba en series de culto, pero no podía estar en otro tipo de proyectos. Un poco el chiste de mi obra es mostrarle a la gente de la industria que puedo hacer cualquier tipo de personaje y estar a la altura de cualquier proyecto porque soy actor. Es ponerme a prueba a mí mismo. ¿Soy capaz de hacer todo lo que digo que soy capaz de hacer? Yo humildemente siento que sí. Ya no es para los demás, es para el propio autor que convive en mí. Hoy depende de mí que siga trabajando, ya no de los demás. Enfrento una hoja en blanco, escribo una historia, la actuó y la hago y alguien me dirigirá.
-En un momento de la obra, después de una serie de situaciones, tu personaje mantiene una conversación telefónica con su papá y entre lágrimas, le dice: “¡Soy actor!”. Después de todo lo que viviste, ¿cómo se resignifica esa frase en este momento?
-Por eso la digo con peso, eso no es mentira. No estoy actuando ahí. Estoy diciendo “la p… madre [con los ojos llorosos]” tantas veces que sentí que peleaba contra la corriente… es muy loco. ¡Un tiro para el lado de la justicia! Para mí es justo. Soy muy leal, obstinado, muerdo bronca y cuando alguien me juzga y me dice “no podés” o “vos te vas a morir haciendo tal personaje” para mí es el mejor alimento. Dale, te lo tomo, vamos a ver. Y no lo digo desde el rencor. “El odio es una medicina que uno toma pensando en matar al otro” y eso lo dijo Shakespeare. Pero ese odio a quien termina matando es a vos mismo.
Agotados. Autor: Becky Mode. Adaptación: Ariel Staltari y Pablo Fábregas. Dirección: Pablo Fábregas. Intérprete: Ariel Staltari. Sala: Pablo Neruda del Paseo La Plaza (Avenida Corrientes 1660). Función: jueves 22.15. Entradas: Plateanet.
Ariel Staltari es actor desde hace un cuarto de siglo. Debutó en televisión a los 26 años como Walter en Okupas y siguió con Sol negro, El puntero y Un gallo para Esculapio, donde además fue coguionista. Al menos, así se ve su currículum desde afuera, porque en su caso los éxitos no estuvieron de la mano de la continuidad laboral. Entre proyecto y proyecto fue metalúrgico, volvió a trabajar en la panadería de sus padres y vendió discos Blu-ray para llegar a fin de mes. Hoy, 25 años después, y a los 51 años de edad, está en el pico máximo de su carrera como actor y coautor junto a Bruno Stagnaro de El Eternauta (Netflix), la serie del momento.
Lo frenan en la calle para felicitarlo y pedirle una foto, algunos le gritan “¡acabo de terminarla, me encantó!”, y otros solo le sonríen a lo lejos para no molestarlo, pero le dejan en claro que saben perfectamente quién es y qué hizo. Está cosechando los frutos de un esfuerzo que sembró durante la mitad de su vida y que deseó desde lo más profundo de su ser, aún más durante esos largos días que pasó entre lágrimas mirando el techo a la espera de que sonara el teléfono.
“Parecería ser que todo el tiempo se editó y que ahora solo quedan los proyectos encadenados. Siento que el trabajo de tantos años, la espera, la angustia, los llantos y la incertidumbre, hoy me están dando una caricia y me están diciendo ‘valió la pena que no te salieras del camino y que intentaras y persiguieras ese sueño que anhelabas’”, le dice a LA NACION en una extensa e íntima charla en la que, abordado por la emoción, reflexiona sobre su doble rol en El Eternauta, por qué siente que hoy, 25 años después, su personaje en Okupas está recibiendo justicia; cuál fue el consejo vital que le dio su esposa en un momento bisagra de su vida y cómo combina el éxito del streaming con Agotados en el teatro, en el Paseo la Plaza, una adaptación de la obra de Broadway Fully Committed de Becky Mode y Mark Setlocken que le demanda interpretar a cuarenta personajes en escena.
-Tenés un doble rol en la serie, como actor y coautor junto a Bruno Stagnaro. ¿Qué fue más complejo, actuar o adaptar la novela gráfica?
-Las dos cosas. Sin adaptación no había actuación. Si no tenés el libro por más ganas que le pongas, no podés hacer nada, por lo cual eso fue una tarea ardua, difícil, compleja, repleta de incertidumbre y, por momentos, también de angustia.
-¿Hubo un momento en el que sintieron que el proyecto podía no funcionar?
-Yo lo sentí muchas veces, no sé qué les habrá pasado a los demás. Arrancamos a finales de 2018 y en el medio hubo una pandemia. Pensé que no iba a salir, sin embargo, conforme pasó el tiempo fue tomando cada vez más fuerza y terminó sucediendo. Digamos que fue un proceso de cuatro, cinco años, que es mucho tiempo para una serie de seis capítulos. Pero también éramos conscientes de que nos estábamos metiendo con algo icónico, con una pieza clave y que no iba a ser una a ser tarea sencilla.
El Eternauta, en Netflix: el tráiler de la serie con Ricardo Darín
-Antes coescribiste con Bruno Stagnaro Un gallo para Esculapio, ¿en qué momento se suma la escritura a tu vida?
-Creo que fue en la estación de un subte que Bruno me dijo: “¿Por qué no escribís conmigo?“. “Pero yo no escribí ni una carta de amor”, le respondí y me dijo: “No importa, intentémoslo, juguemos y vemos qué pasa”. Él después contó que mientras hacíamos viajes de investigación a Necochea, por una historia en la que él estaba trabajando, le daba devoluciones y sentía que yo narraba bien y que tal vez podía estar preparado para la escritura. Al principio me sorprendió, pero después empezamos. Y en esa prueba y error pasaron cosas hermosas que me las voy a llevar a la tumba. Comenzó a funcionar. Había química, feedback, timing y cuando ese ensamble se produjo hubo hasta cierto misticismo y magia en la atmósfera. Superó ampliamente mis expectativas y creo que las de Bruno también.
-¿Cómo definirías a la dupla creativa que formaron?
-Somos un matrimonio que por momentos tenemos épocas felices de romance extremo y por momentos por ahí no nos hablamos. Pero el afecto, el cariño, la admiración y el agradecimiento eterno desde mi lugar está y estará por el resto de mis días pase lo que pase. Poder serle útil a tu maestro es como un sueño hecho realidad; que te iguale en el lugar y te dé confianza para que sigas creciendo, no lo hace mucha gente. Para mí fue un ángel, un guía. Y lo sigue siendo. Somos el agua y el aceite, pero cuando encastramos es maravilloso.
-Omar, tu personaje, tiene mucha argentinidad, está lleno de frases y refranes, pero al comienzo parece que le falta un “golpe de horno”. Vuelve de los Estados Unidos, se reencuentra con el grupo pero se muestra cizañero e impredecible.
-Es la típica mosquita muerta que se va y se cree mil y después hace esa transformación donde termina de darse el golpe de horno que le faltaba.
-Después de una charla reveladora con Juan Salvo [el personaje de Ricardo Darín] en el cuarto capítulo, Omar hace un clic y a partir de ese momento se ve una transformación no solo en su persona, sino en su relación con el grupo. ¿Cómo se resume en esa escena el trabajo que hiciste con Ricardo Darín?
-Así como Juan Salvo le abre la puerta a Omar en ese capítulo, en paralelo sentí que Ricardo le estaba también abriendo la puerta a Ariel diciéndome “ya sos un compañero”. Y ser un compañero de alguien tan emblemático no es poca cosa. Estoy trabajando con uno de los tipos más importantes de la historia cinematográfica de nuestro país a nivel mundial. No es joda. Trazar ese paralelismo ahí es lindo. Él es muy cálido para trabajar, muy profesional y meticuloso, por eso creo que hicieron una buena dupla con Bruno.
-Tu personaje no estaba en la historieta. Cuando lo idearon, ¿sentiste que era para vos?
-Fue una idea más de Bruno. Fue una mirada inteligente de tratar de aportar el protagonismo de un espectador dentro de la historia. Él me empezó a decir que era para mí y me encantó. Siempre pasa lo mismo, me lo dice sin decirlo, no hace falta la literalidad. Y me llama la atención y me sorprende para bien el recibimiento y el rebote que estoy teniendo con mi personaje.
-En Omar hay muchos guiños a Walter y se volvió un tema de conversación en las redes sociales. ¿Te molesta que después de tanto tiempo la gente te siga relacionando con tu personaje de Okupas?
-Es hermoso verlo a Walter bailar sobre la nieve. Es maravilloso cómo pasa el tiempo y los proyectos y ese personaje sigue hoy más vigente que nunca. No solo que no me molesta, sino que me parece un acto de justicia porque en su momento mi personaje fue bastante invisibilizado porque no había redes sociales. Que hoy haya quedado casi como un símbolo de esa serie… se lo merece, ya no yo, sino ese pibe y ese personaje.
-Ya está confirmada la segunda temporada de El Eternauta. ¿Hubo reunión con Bruno Stagnaro? ¿Qué se viene para esta nueva parte?
-Hablé con Bruno y me dijo: “che, preparate”. Él arrancó a mover de a poquito sus engranajes y en breve me tengo que acoplar a su maquinaria. Todavía no hay fechas, pero espero que sea dentro de muy poco. Siento que va a ser en un futuro bastante cercano. Nos vamos a olvidar un poquito, tal vez de tiempo para sedimentar toda esta locura, en el medio se van a estrenar otros productos maravillosos, y cuando te quieras acordar volvemos con todo para poner punto final a toda esta historia. Quien leyó la historieta sabe que todavía falta pasar por algunas viñetas que intuyo que van a estar, pero hay que estructurarlas. Lo positivo es que Bruno ya tiene en su cabeza todo lo que pasó, los personajes, la historia planteada y el código instalado. No va a ser fácil, pero también creo que la próxima temporada va a ser explosiva. Me hace mucha ilusión y estoy muy entusiasmado por saber qué le va a pasar a Omar.
Un diagnóstico que lo cambió todo y una nueva oportunidad de vida
-En El Eternauta están cara a cara con la muerte y hay un instinto de supervivencia muy claro. Omar particularmente está seguro que no quiere morir. ¿Usaste tu experiencia para contar esa parte de la historia?
-Le tengo terror a la muerte. Es un segundo que te cambia la vida porque a mí me paso. En un segundo me dijeron: “Tenés leucemia”. No me dijeron “te vas a morir” pero la palabra “leucemia” en ese momento era muerte. A ese sentido de finitud lo tuve muy presente desde los 25 años, a veces más de lo que debería, pero también me ayudó bastante a tener ese sentido de ubicación respecto a la vida. Para mí las cosas verdaderas y profundas de la vida son pocas. Elijo no marearme y vivir paso a paso lo que tenga que vivir. A veces la espuma de la ola te va llevando por estados emocionales de efervescencia, pero eso no quiere decir que en tu esencia no sigas siendo el mismo.
-Tenías 25 años cuando te diagnosticaron leucemia, ¿qué te dijeron los médicos?
-Me dijeron: “es complejo, pero si le ponés garra tal vez puedas salir adelante”. Era incomprobable que yo pudiera zafar. Estuve muy grave. En el medio del tratamiento oncológico estuve muerto, literal. Estaba recibiendo todo lo que podía y ya casi no se podía hacer más nada. Conscientemente, había decidido no seguir, pero tal vez inconscientemente no. Estaba vacío, no me importaba nada, pero lo que sí me pesaba era ver sufrir a los míos. Todas las noches pedía una decisión, para acá o para allá. Y al final funcionó porque yo hoy tenía que estar acá. Intenté encontrar una respuesta a por qué me pasó lo que me pasó, o por qué las personas se enferman en líneas generales, y empecé a armar mi propia doctrina.
-¿A qué conclusión llegaste?
-A que muchas veces la enfermedad del alma, o la insatisfacción personal o el vacío, se termina convirtiendo en enfermedad. Creo que mucho tiene que ver con lo emocional, psicológico y afectivo y entonces descubrí que actuando soy feliz; yendo a la escuela de teatro de Lito Cruz [su primer maestro de actuación a los 26 años] empecé a curar mis heridas, empecé a sanar, a decir lo que me molestaba, a poner en boca de esos personajes lo que no estaba diciendo. Encontré el canal de expresión que me permitió curar las heridas. El teatro te da la posibilidad de vivir mil vidas teniendo una vida sola y eso ninguna vocación te lo permite.
El orgullo de sus hijos y el acompañamiento incondicional de su esposa
-¿Cómo están tomando hoy tus hijos Valentino y Vito las repercusiones de tu trabajo?
-La conciencia de papá actor la tenían a partir de lo que vieron en las series y de la última vez que me vieron en teatro, que fue en 2018 cuando hice Poemas de Dylan Thomas en el San Martín. Sin embargo, el otro día fueron a verme al Paseo la Plaza y fue una explosión para ellos. Fue un redescubrir a su padre actor. Me dijeron: “papá sos un superhéroe. Te re admiramos”. Me llenaron de elogios.
-¡Qué fuerte!
-Muy fuerte. Desperté una admiración tan profunda en ellos que hasta ahora la tenía como padre —que es más importante que cualquier cosa—, pero ahora tengo el plus de que me admiran artísticamente. Eso mismo pasó con los alumnos de mi escuela [la Escuela de Actuación Ariel Staltari en Martínez, provincia de Buenos Aires]. Fueron al preestreno de la obra y sintieron un orgullo que si bien estaba no es igual al que sienten ahora después de haberme visto arriba de las tablas. Muchos confirman las palabras que les decía y otros descubrieron que lo que yo decía era verdad. La validación de mis alumnos y de mis hijos fue de la mano; mis dos familias que avanzan en paralelo.
-Tus hijos, además de verte en Agotados, te acompañaron al estreno de El Eternauta y le dieron play en Netflix.
-En dos semanas completaron el relato. Una semana fueron a verme al teatro y sintieron admiración y se dieron cuenta de que su papá es artista. Pero después vieron la serie y no solo que les fascinó, porque les encanta la ciencia ficción, sino que vieron que soy una parte importante del proyecto y advirtieron el reconocimiento masivo. Y eso les despertó orgullo también.
– ¿Y Gabriela, tu esposa?
– Ella tuvo mucho que ver. Hubo un momento bisagra en el que yo protagonizaba y producía un unipersonal [La última letra, de la autora mexicana Maruxa Vilalta] y me venían a ver 10 personas. Lo hice un año y pico, entre 2008 y 2009. Era la historia de un escritor que sufría mucho y no era considerado en el mundo por sus escrituras, medio parecido a lo que me estaba pasando a mí. Me acuerdo de que una vez me fue a buscar a la salida del teatro y yo fui llorando todo el camino hasta nuestra casa. Le decía que estaba cansado, que sentía que nada tenía sentido, y ella me dijo: “Vos naciste para esto, naciste talentoso y tarde o temprano se te va a dar. Yo te banco”. Lo digo y me emociono [rememora con la voz entrecortada y los ojos llorosos] y tenía razón. Ella creyó en mí más que yo, entonces, ¿cómo no le voy a agradecer eternamente? Ella fue un ángel para mí que me supo guiar, proteger y aconsejar. Apostó por mí y hoy la felicidad más importante de mi vida pasa porque puedo disfrutar de este momento con ella y con mis hijos.
Un actor, cuarenta personajes
-Acabás de estrenar Agotados, un unipersonal que adaptaste junto a Pablo Fábregas, quien además es el director. Interpretás a Samuel —y a otros 39 personajes—, un actor que mientras espera su próxima oportunidad se gana la vida atendiendo el teléfono en un restaurante. ¿Te viste en esa situación alguna vez?
-Sí, y no era solamente mi angustia por no actuar, que eso ya es un montón, sino también por lo económico. Ahora todo el mundo me reconoce, gracias a Dios, por Okupas, El Marginal, Un gallo para Esculapio… pero muchos no saben que entre proyecto y proyecto me compré un horno para segmentar tornillos y me hice metalúrgico; que volví a la panadería de mis viejos, que vendí discos Blu-ray y miré el techo llorando todo el día. Los proyectos estuvieron buenísimos, marcaron algo importante, pero no me dieron continuidad y en el medio yo me quedaba sin trabajar y casi sin llegar a fin de mes. A esos huecos la gente los tiene que conocer. No es todo color de rosas, hoy se comprime todo y dicen “está lleno de plata”, pero yo sigo siendo inquilino. Sufrí mucho, pero hoy, mirando para atrás, me considero un afortunado.
Hoy, con la explosión de El Eternauta y en los últimos años que me convertí en guionista parecería ser que todo el tiempo se editó y que ahora solo quedan los proyectos encadenados, uno atrás del otro. Es como un volcán en erupción, pero al mismo tiempo está esa angustia de saber que por mucho tiempo no pude hacerlo, entonces cuando se presentó la oportunidad de hacer teatro comercial en calle Corrientes dije: “El momento es ahora, lo quiero hacer, veré después cómo nos arreglamos”. Y acá estamos, agotados, pero felices. Siento que el trabajo de tantos años, la espera, la angustia, los llantos y la incertidumbre hoy me están dando una caricia y me están diciendo “valió la pena que no te salieras del camino y que intentaras y persiguieras ese sueño que anhelabas”.
-A tu personaje le pasa que tiene que escuchar cómo a su amigo actor lo llaman para una obra y él todavía está atendiendo las reservas telefónicas en el restaurante. ¿Te pasó de que otros actores tuvieran trabajo cuando vos no?
-Hoy estoy trabajando, pero me pasó que en las épocas de esplendor de la ficción yo no trabajaba porque no entraba dentro de la estructura del estándar del aparato de la ficción. Siempre estaba en series de culto, pero no podía estar en otro tipo de proyectos. Un poco el chiste de mi obra es mostrarle a la gente de la industria que puedo hacer cualquier tipo de personaje y estar a la altura de cualquier proyecto porque soy actor. Es ponerme a prueba a mí mismo. ¿Soy capaz de hacer todo lo que digo que soy capaz de hacer? Yo humildemente siento que sí. Ya no es para los demás, es para el propio autor que convive en mí. Hoy depende de mí que siga trabajando, ya no de los demás. Enfrento una hoja en blanco, escribo una historia, la actuó y la hago y alguien me dirigirá.
-En un momento de la obra, después de una serie de situaciones, tu personaje mantiene una conversación telefónica con su papá y entre lágrimas, le dice: “¡Soy actor!”. Después de todo lo que viviste, ¿cómo se resignifica esa frase en este momento?
-Por eso la digo con peso, eso no es mentira. No estoy actuando ahí. Estoy diciendo “la p… madre [con los ojos llorosos]” tantas veces que sentí que peleaba contra la corriente… es muy loco. ¡Un tiro para el lado de la justicia! Para mí es justo. Soy muy leal, obstinado, muerdo bronca y cuando alguien me juzga y me dice “no podés” o “vos te vas a morir haciendo tal personaje” para mí es el mejor alimento. Dale, te lo tomo, vamos a ver. Y no lo digo desde el rencor. “El odio es una medicina que uno toma pensando en matar al otro” y eso lo dijo Shakespeare. Pero ese odio a quien termina matando es a vos mismo.
Agotados. Autor: Becky Mode. Adaptación: Ariel Staltari y Pablo Fábregas. Dirección: Pablo Fábregas. Intérprete: Ariel Staltari. Sala: Pablo Neruda del Paseo La Plaza (Avenida Corrientes 1660). Función: jueves 22.15. Entradas: Plateanet.
En una charla íntima con LA NACION, el actor reflexiona sobre el trabajo que hizo en la serie junto a Bruno Stagnaro; el reconocimiento que recibe hoy después de 25 años de carrera y los 40 personajes que interpreta en teatro Read More